La codicia humana no tiene límites. Mire usted, se concibe un programa de subsidios, en un proyecto que se denomina Procampo, para rescatar a los más desprotegidos del campo mexicano con apoyos directos, es decir con dinero contante y sonante. Gente pobre, pequeños propietarios que habitan el medio rural donde se vive al día con enorme estrechez. Eso es lo que produjo la Revolución además de un ejército de sabandijas, que dieron autoridades carentes de conciencia social. No se conforman con recibir intermediarios, coyotes de dos patas que como parásitos se dedican a lucrar con el esfuerzo de los más débiles. Lo que nació sano y puro no tuvo que ir muy lejos para encontrar a quienes, como por arte de magia, lo convirtieron en un negocio sucio y artero, aprovechando las facilidades, el fruto de lo que se hizo para ayuda de las familias del campo, sino que una vez que se pusieron en venta terrenos ejidales, gozosos se aprestaron a comprar barato con lo que dieron vuelta al círculo, estando los campesinos de nuevo como peones al servicio de grandes terratenientes. No tardan en aparecer las nuevas tiendas de raya.
Pero ¿sabe usted a quiénes ha beneficiado el dinero que debió destinarse a ese programa? A unos cuantos bribones que cínicamente no esconden la cara, diciendo que tienen derecho a recibir la entrega extraordinaria de carácter económico por el solo hecho de ejercer actividades agropecuarias.
Nunca se había visto tanta insolencia, llegándose al descaro de reconocer que se reciben fondos que originalmente están destinados a personas menos favorecidas, con el socorrido alegato de que "toda mi vida me he dedicado a actividades relacionadas con el campo". Es un derecho al que no se renuncia ni tan siquiera por motivos éticos, que se definen como parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre. Pero, qué es la moral en un mundo donde la correcto reside en que el hombre sea honesto, decente e íntegro, no abyecto, indigno y desvergonzado. El que se apodera de algo que no le corresponde, arrebatándolo a quien tiene el derecho, está falto de solidaridad social y de otra cosa, que a usted se le ocurra.
En notas que aparecen en El Universal, se expone que el actual secretario de Agricultura, de nombre Francisco Javier Mayorga y algunos miembros de su familia "se han beneficiado de los subsidios oficiales para el campo cuyo diseño original tuvo como propósito apoyar a los productores más desprotegidos del país". El susodicho funcionario muy campante, dijo que no violó la ley ni hay razones éticas para renunciar a dichos beneficios. En conferencia de prensa, manifestó que los apoyos para productores son universales y mantienen el principio de no ser discriminatorios. Esto es inconcebible. La rapacidad se muestra con absoluta desfachatez. Nada dijo acerca de que los apoyos se crearon para elevar el nivel de vida de las familias que residen en el medio rural.
¿Qué acontece con los mexicanos? No queremos darnos cuenta de que desde hace varias décadas estamos contribuyendo, con nuestra conducta, a que se produzcan brotes que nos hablan de un brutal descontento social. ¿O a poco creen que los degollados que aparecen cada vez con mayor frecuencia son una consecuencia únicamente de la maldad incubada en la desesperación? De pronto y sin otra justificación que la de: puedo hacerlo ¿por qué no?; parecería que somos una república sin conciencia social.
Los subsidios que entrega Procampo se establecieron para beneficiar a quienes cultivan la tierra, pero no a cualquiera que lo haga, se refiere a campesinos que por su miseria han venido consumiendo para sí mismos lo poco que producen. En el campo están los más pobres de los pobres de este país. Hay una ceguera mental para no darnos cuenta del volcán en que estamos parados. Si es reprobable que los particulares se aprovechen del desbarajuste político, lo es más que quienes ocupan cargos gubernamentales ignoren su obligación de hacer lo necesario para no despertar al México bronco.