La tercia de empates sin goles en los juegos dominicales no es como para ponerse a llorar o rasgarse las vestiduras, pero comprobar el deplorable nivel de espectáculo que el torneo mexicano ofrece, sí amerita un análisis a fondo.
La Liga en México ha sufrido modificaciones que iniciaron allá en el lejano 1970, cuando se cambió del sistema de tabla llena, es decir, un torneo largo donde el campeón fuera el que más puntos consiguiera, al método de liguilla, una postemporada copiada de los grandes eventos del gabacho en sus principales deportes, futbol americano, basquetbol y beisbol.
Posteriormente, y siempre bajo la óptica del negocio, se recurrió a imitar al futbol argentino con la instauración de los torneos cortos, hecho que trajo felicidad y bonanza a los hogares de los promotores, directivos voraces y deshonestos y a las televisoras pero que ningún beneficio ha aportado al deporte de las patadas.
También se "importó" el tema del cociente para decidir cuál es el equipo que desciende en un afán desmedido y perverso de proteger los intereses de los clubes poderosos.
El campeonato mexicano es un monumento a la mediocridad y al conformismo, puesto que casi cualquier equipo puede acceder a la liguilla, dependiendo por supuesto del grupo que le toque y de ahí a ceñirse la corona, sólo falta un paso y una poquita de buena fortuna.
¿Cómo conseguir un nivel de excelencia si lo único que se le pide a un equipo es simplemente calificar? Ese es el meollo del asunto.
Los dirigentes justifican sus decisiones al momento de entrar en la postemporada; el técnico se vuelve "rentable" si mete a su club aunque sea en el último escalón; el jugador cobra jugosos premios por el simple hecho de cumplir a cabalidad con su trabajo; las empresas televisoras se reparten el botín por rigurosa mitad y el que paga el pato es el sufrido aficionado que tiene que "soplarse" 17 semanas soporíferas para ilusionarse con los partidos definitivos y que muchas veces hasta éstos lo dejen con apetito.
Es por ello que vemos juegos tan desangelados como los del 10 del 10 del 10, con un superlíder incapaz de ganarle a un equipo en inferioridad numérica como Toluca o a un América inoperante e inofensivo en su casa. También a esto se debe que el campeón goleador apenas llegue a los dos dígitos y que aparezcan a cuentagotas los árbitros jóvenes.
Si los barones del dinero, los amos de horca y cuchillo, los dueños del balón pues, no entienden que este esquema está agotado, condenarán al futbol mexicano, por privilegiar los mezquinos intereses económicos sobre los deportivos, a un fracaso monumental en los próximos cuatro años.
Sólo será cuestión de tiempo.
Apbcarter_1@hotmail.com