La edición para este torneo del llamado "clásico de clásicos", la mera verdad, nos dejó con apetito. Independientemente de la resistencia natural del buen aficionado a no sumarse alegremente a esas dos corrientes absolutas que buscan, una, "inflar" el partido para que el consumidor lo compre como bolsa de alimento chatarra y la otra, demeritarlo al grado de pensar que siquiera valga la pena enterarse del resultado.
Como todo en la vida, los extremos son malos y estará usted de acuerdo que no hay por qué agregarse a los superlativos estentóreos ni a las descalificaciones amargosas. El América contra Guadalajara es, esencialmente, el juego emblemático de nuestro balompié, ya que así lo decidió el público, las personas de carne y hueso como usted y yo, que vibran, sienten, se emocionan y lamentan que el del domingo haya sido un espectáculo tan pobre.
Ojalá los clásicos de todo el mundo, incluido el nuestro, resultaran siempre vibrantes, bien jugados y con un racimo de grandes goles, pero la realidad, esa terca dama omnipresente en la vida, nos enseña que no es así. Generalmente son partidos trabados, luchados, ásperos, rasposos y, desgraciadamente, de pocas conquistas ante el arco rival.
Sin embargo, y aplicando aquel viejo dicho de "mal de muchos, consuelo de pen...sándolo bien no se los digo", eso no debería dejarnos tranquilos, al contrario, el buen espectador es el que tiene la capacidad de la exigencia, de la demanda, de la retribución a lo pagado y esperado, de la entrega total del ejecutante.
Imagine por un momento usted, amable lector, que asiste a un concierto de su grupo o cantante favorito. Se dirigirá al local habilitado para tal efecto con un ánimo festivo y vocinglero, sabiendo que los éxitos que encumbraron a esa agrupación serán interpretados, y al estar inmerso en el evento, ¿qué encontramos?, pues a un desafinado conjunto emitiendo sonidos ininteligibles, letras incompletas, coreografías mal ensayadas y hasta algún "gallo" producto de un "falsete" improvisado.
Obvio que la reprobación en forma de rechifla, de abucheo o quizá de hasta algunos cojinazos o sillazos caerían sobre el escenario, pero resulta que el espectador del futbol integra una curiosa cofradía dispuesta a pasar hasta por la ignominia con tal de decir: "Estuve allí".
Y entonces los juegos como el América ante Chivas, los eventos internacionales y los partidos de la Selección Nacional se vuelven aspiracionales. No importa la calidad, sino el simple hecho de presumir que la asistencia al estadio los acredita como verdaderos "fans".
Y creo que de eso se aprovechan los responsables de brindar un buen show. Cuando escucho a un entrenador, de cuyo nombre no quiero acordarme, decir: "Si quieren espectáculo, vayan al circo", entiendo por qué el "clásico"... me dejó con apetito.
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