Para poder egresar profesionales competentes de las aulas universitarias, es necesario reconocer que dicha aspiración no depende de un solo fenómeno educativo, sino que nos refiere a un reto multifactorial; la forma en que ese futuro profesional aprende y la manera en que lo reproduce en el ámbito laboral, es relevante.
Incluso se acepta como una verdad empírica que los alumnos cuando egresan de las universidades, no saben actuar en el mundo laboral y que habrán de aprender dicha actuación en el campo de la realidad, como si en la escuela superior enseñáramos cosas irreales o alejadas de lo que enfrentarán en su vida profesional.
Se habla mucho de las competencias que deben poseer los alumnos, pero para lograrlas es imprescindible repensar, redirigir y redimensionar la forma en que capacitamos a nuestros profesores universitarios; es cierto también que la mayoría de los claustros de profesores en este nivel, se nutren de los mejores especialistas en cada profesión, que defienden con orgullo su pericia en el campo profesional y que procuran trasladar sus modos de actuación hacia sus alumnos.
Esto último es sin duda muy loable, pero se convierte en un hecho lamentable si consideramos que el desafío actual es formar a nuestros alumnos para una realidad global en un mundo competitivo, en el cual la especialización sin versatilidad, puede convertirlo en un trabajador "periférico", muy hábil en lo suyo pero que difícilmente puede responder polifuncionalmente ante esa realidad global.
Es por ello que los profesores deben poseer competencias docentes que les permitan formar sólidos profesionales, basados en la interdisciplinariedad.
Por supuesto que en un claustro de profesores integrado por ingenieros, médicos, arquitectos, economistas, abogados, químicos psicólogos, etc., lo que se impone es una formación pedagógica en su sentido más amplio, es decir, aquella que incluya no sólo la actualización, sino la superación, capacitación, profesionalización y competitividad; lo que les permitirá percibir su saber profesional aunado a un saber pedagógico. Este modelo de formación de profesores, responde a un saber especializado de dos profesiones conjuntas. Debe poseer además, la característica de un conocimiento con significación social (de ahí su enorme responsabilidad).
El saber especializado, que abarca formas de comprensión teórica, práctica, abstracta y que se concreta de una manera integrada, alude a las características que toda profesión debe poseer: un valor social profundo y permanente, un saber especializado y el ejercicio profesional (R. Elmore, La reestructuración de las escuelas, 1990).
Un profesor universitario no puede enfrentar el reto de formar profesionales polifuncionales, creativos, autónomos y solidarios, si no lo hace apoyándose en un papel de mediador de procesos, de facilitador académico, de guía procedimental, de apoyo práctico, de orientador profesional. En dicha mediación estará centrada su propia competencia cognitiva, sociocultural y profesional, lo que forma y define su competencia didáctico-pedagógica.
Esta es la visión con la que se pretende ahora formar a los profesores universitarios, bajo modelos innovadores, buscando sobremanera revertir las tendencias históricas hacia los saberes fragmentarios, que promueven un conocimiento atomizado, con unidades temáticas rígidamente programadas y con actividades didácticas uniformizadas para profesores promedio, como si la gran mayoría de "esos" profesores, estuvieran estandarizados.
Reorientar los modos de actuación de los profesores que desarrollan su actividad docente centrados en la funcionalidad de los contenidos, implica reencauzar las dimensiones socioculturales que condicionan el "saber hacer" y preparar al futuro egresado para el ejercicio de su profesión, en conjunción con la formación de actitudes y valores que la sociedad nos exige.
Reformular los modos de actuación institucional, que centran su labor sólo en indicadores de eficiencia y efectividad, es otro aspecto relevante que permite hablar de competitividad (correlación entre el uso de los medios y la obtención de los resultados).
En la formación del profesorado que trabaja en nuestras universidades, es muy importante puntualizar los lineamientos teóricos que orientan dicha formación hacia las competencias docentes, es decir, las teorías de la práctica de la enseñanza, las curriculares, del aprendizaje, de la comunicación, del desarrollo de procesos lógicos, de los métodos de investigación y de la comprensión y producción de textos, por mencionar algunos de los más importantes.
Surge entonces la reflexión en torno a una pregunta generadora: ¿Cómo formar a los profesores universitarios para que sean cada vez más competentes en el ejercicio de su profesión?
Una respuesta válida, es aquella que nos permita contrarrestar las propuestas centradas en habilidades normalizadas, en las que la preparación para actuar en situaciones predecibles produce un efecto contraproducente; sabemos que la realidad no es tan simple como se pretende englobar en un profesorado que responda a visiones estandarizadas.
"Cuando se hace referencia al perfil que deben tener los profesores, existen dos tendencias: la primera, que dice que el profesor debe saber y saber enseñar y la segunda, que sólo presenta un listado de cualidades y conocimientos que los profesores deben tener" (Cecilia Braslavsky, 1999).
Ante esta dicotomía, lo importante es formar a los profesores para que resuelvan problemas coyunturales y que se preparen para enfrentar los sucesivos cambios que la sociedad moderna nos impone; es decir, propuestas que apunten a la integralidad y la globalidad.