"El peor fracaso no es la derrota sino el no haber tratado."
George E. Woodberry
CIUDAD DEL CABO, SUDÁFRICA.- No sé qué me inquieta más: que miles de fanáticos mexicanos salgan al Ángel de la Independencia a celebrar una derrota del equipo nacional de futbol o que la celebración se convierta en disturbio violento en que los fanáticos buscan desvestir y manosear a las mujeres y agreden a la policía cuando ésta trata de intervenir.
México, claramente, es un país al que le cuesta mucho trabajo tener triunfos. Estamos habituados a la derrota... y no sólo en el campo deportivo. Quizá por eso nuestros festejos ante las victorias y las derrotas son tan carentes de proporción.
México ha tenido hasta ahora el desempeño esperado en la Copa del Mundo de futbol. Era lógico para el 17º equipo del mundo terminar la primera ronda con una victoria, un empate y una derrota. El orden de los factores no fue el esperado: pocos hubieran pensado que el triunfo habría sido frente a Francia y la derrota ante Uruguay, pero el futbol ofrece siempre ese tipo de sorpresas.
Si era previsible que la Selección Nacional pasara a octavos de final en el segundo lugar del grupo A, era igualmente lógico que nos tocara enfrentar inmediatamente después a Argentina.
Es muy probable que el Mundial concluya para México este próximo domingo en el encuentro contra el equipo más brillante de la primera etapa de la competencia. No hay en las filas nacionales un Guardado que pueda rivalizar con Messi, ni un "Chicharito" que rebase a Higuaín, ni un Cuauhtémoc que pueda superar a Tévez. Los jugadores en la banca de Argentina --Palermo, Milito, Agüero-- serían suficientes para derrotar a la Selección Nacional en casi cualquier día. Pero esto es algo que muchos mexicanos se niegan a entender.
Los mexicanos queremos ver el futbol --y la vida económica-- como batallas en las que se puede triunfar con buena voluntad y la intervención milagrosa de la Virgen de Guadalupe. En la derrota contra Uruguay del 22 de junio encontré en el Estadio Real Bafokeng a varios mexicanos que con lágrimas en los ojos me aseguraban que la derrota era producto de que el Vasco Aguirre no había metido al "Chicharito" Hernández desde un principio o de que no había querido sentar en la banca al Guille Franco. Pocos quieren darse cuenta de que el proceso que permite a un país, como Argentina, tener una escuadra vencedora en cualquier Mundial es empezar desde muy temprano con la preparación de jugadores infantiles y juveniles.
La derrota puede ser una gran maestra. Nos muestra nuestras carencias y nos permite remediarlas. El problema es cuando nos negamos a ver las lecciones y pretendemos seguir viviendo en un mundo de mentiras.
Quizá si reaccionáramos de manera distinta a las derrotas podríamos albergar otros sueños. Si nos sirvieran de incentivo para construir canchas de futbol en las escuelas y organizar ligas infantiles y juveniles en todo el país, podríamos construir equipos nacionales más brillantes para las Copas del 2018 en adelante. Mientras las victorias y las derrotas sean un simple pretexto para salir a las calles, intoxicarse con alcohol, lanzar espuma a la gente y tratar de desvestir y manosear a las mujeres que se atrevan a ir al Ángel de la Independencia, seguiremos siendo el país del nunca jamás.
Las lecciones del futbol son las mismas que aprendemos de la economía global. De nada nos sirve ponernos el sombrero de charro y gritar ¡Viva México!, o lamentar el trato que la Border Patrol de Estados Unidos les da a los trabajadores mexicanos, si no hacemos el esfuerzo para construir un país más próspero que pueda dar trabajo y un mejor nivel de vida a los mexicanos en su propia patria.
Notable la diferencia de las porras en el Estadio Real Bafokeng de Rustenburgo el martes 22 de junio. Todos los cantos y gritos de los fanáticos uruguayos eran para impulsar a su equipo. Buena parte de las porras de los mexicanos, en cambio, sólo buscaban insultar a los contrarios.
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