Estaba delirando. Lo supe porque nadie, a menos que cuente con una alfombra mágica o pueda volar sin alas, se puede remontar a la altura de las nubes y recorrer desde el aire el mundo entero. Quizás sí, como el Fausto, de la obra maestra de Johann Wolfgang von Goethe, rodeado de espíritus, que se dejó guiar por Mefistófeles, pudo mirar desde las alturas la pobreza de las familias que habitan en barrios olvidados y más adelante otras de insolente opulencia. "Fausto.- ¿Adónde vamos ahora? /Mefistófeles: A donde quieras. Podemos ver el grande y el pequeño mundo. ¡Con cuánto placer y provecho vas a seguir su animado curso. /Fausto: ¿Cómo vamos a salir de aquí? ¿Dónde tienes caballos criados, criados y un coche? / Mefistófeles. No tenemos más que extender esta capa; ella nos llevará a través del aire; te ruego que no lleves mucho bagaje, porque no deja de ser nuestra ascensión bastante atrevida".
"Voy a preparar un poco de aire inflamable que no tardará en levantarnos del suelo, y ya verás, si no pesamos demasiado, cuán rápido va a ser nuestro viaje, Te felicito por el nuevo género de vida que vas a emprender". Así con esas palabras y de la lectura del total de la obra de Goethe, podemos pensar que quienes han salido del polvo para encaramarse en primorosos palacetes necesitan salir de la oscuridad, como laque hoy cotidianamente nos rodea, para encontrar el secreto de la vida. Quienes permitimos que nos deslumbren los placeres terrenales, somos un poco como el doctor Fausto que en la senectud de su vida se dejó arrebatar por el deseo de poseer todo lo que hasta entonces creyó era lo básico para disfrutar la vida. La historia del doctor es una metáfora mítica de la lucha del ser humano por encontrar la luz en medio de las tinieblas que rodean nuestra gris existencia.
Es un suceso que no tiene nada de extraño, pues se repite hasta la saciedad de generación en generación. Día tras día pactamos con el espíritu maligno que está al acecho de las almas inmortales. No queremos darnos cuenta que lo que necesita el ser humano, más que bienes materiales, es encontrar la paz interior. La historia del doctor Fausto es la batalla entre el bien y el mal. La moraleja es que es incomprensible el bien sin la existencia de su contraparte que todos sabemos es el mal; ambos extremos se encuentran en el interior del alma humana. ¿Pero a que viene esto? A continuación me explico. Un banquero, un comerciante, un especulador de bienes raíces, un empresario, cualquiera que a ustedes se les ocurra puede ser propietario de bienes cuantiosos en este país sin que nadie se atreva poner en tela de duda el origen espurio de su fortuna. En cambio si se trata de un hombre que hace de la política su principal actividad, la cosa varía. Y si se es joven se convierte en un escándalo mayúsculo.
Él es un recién casado. Actualmente dirige uno de los partidos políticos, de los tres que se reparten la mayor parte del "queso" en esta República. Acaba de anunciar que tendrá su domicilio particular en el piso de una torre ubicada en uno de los más exclusivos sectores de la Ciudad de México. Sin lugar a dudas es caro, que digo caro, es carísimo. Afortunadamente dice haber desembolsado solamente 7 millones de pesos, que es una tercera parte de su valor comercial, que es de 25 millones, según informa la revista Nueva y el periódico Reforma profundiza. A contrario sensu, la mayoría de los jóvenes mexicanos que trabajan por uno o dos salarios mínimos, vive en barrios miserables, en barracas malolientes, viajan en transportes públicos, sus ingresos apenas alcanzan para cubrir los gastos familiares, y algunos con poca suerte, han ido a parar al vecino país del Norte. En fin, sea como sea, debemos alegrarnos de la buena fortuna de un joven que ha logrado escapar de las garras de la miseria, es un decir, que es el caso de César Nava, dirigente del Partido Acción Nacional. En buena hora, pues únicamente faltarán por salir del craso error de ser pobre, a ojo de buen cubero, como 20 millones de mexicanos en edad núbil.