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La evaluación de los profesores

ROLANDO CRUZ GARCÍA

Siempre que nos encontramos ante el fin de un ciclo educativo, ya sea por la terminación del semestre, del tetramestre o la mitad del camino en educación básica, nos enfrentamos a la disyuntiva de ser evaluados como profesores, ya sea por nuestros propios alumnos o por la institución; y es innegable que a la mayoría de los docentes no nos gusta que nos evalúen, tal vez por inseguridad o por temor a ser exhibidos, lo cierto es que mostramos resistencia ante una práctica que nos es cotidiana para con los alumnos, pero es ajena o al menos incómoda para ser aplicada en nosotros; cuando debería convertirse en parte importante de nuestra cultura académica.

Una de las razones más frecuentes que encontramos al hacer investigación evaluativa en el área docente, es que los profesores carecemos precisamente de la cultura de la evaluación, que nos debería llevar a concebirla como un área de oportunidad más que como una amenaza, ya que si la evaluación no es para la mejora, entonces desde su propia conceptualización estamos errados.

Si partimos desde su etimología, evaluar proviene del latín antiguo evaluare, que significa e - dar y valuare - valor; si evaluar lo que quiere decir es dar valor, entonces ésta práctica nos debería servir para valorar lo que trabajamos y cómo lo desarrollamos en la escuela; por el contrario, la utilizamos sólo para calificar o en el peor de los casos para descalificar a los otros.

Si aceptamos que el trabajo de los profesores es medular para lograr el éxito académico de los alumnos, entonces los primeros requieren ser evaluados, sobre todo con la finalidad de que su desempeño sea mejorado permanentemente; sin embargo, es la propia evaluación docente, el punto más delicado de las discusiones colegiadas que se dan en las academias institucionales, ya que la primera reacción de los profesores es de "descalificación" del proceso, con preguntas del más diverso talante: ¿Qué parámetros eligieron para evaluarnos? ¿Quién tomó la decisión de evaluarnos así? ¿Los alumnos tienen criterio suficiente para evaluarnos? ¿Se trata de sacar al mejor profesor por simpatía o por su saber científico? ¿Cómo van a evaluar mi enseñanza, si no saben enseñar? Por mencionar algunos de los cuestionamientos.

Y es que casi toda evaluación fracasa cuando de evaluar a los profesores se trata, ya que desde el propósito se formula mal, me explico: por ejemplo, a nadie externo a los gremios se le ocurriría evaluar a los médicos, o a los ingenieros o a los abogados, etc. Ya que son ellos los que tienen sus propias instancias internas de validación y control, que la sociedad sólo valida a través de la calidad del servicio prestado.

El caso de los profesores es distinto, ya que pueden pasar años sin que la institución o los alumnos (y por ende los padres de familia) tengan evidencias suficientes y contundentes para evaluar el desempeño de un profesor, básicamente por carecer de indicadores y de dimensiones adecuadas para medir la calidad en el servicio o para evidenciar el compromiso profesional del educador con la formación de sus educandos. Por ejemplo, un profesor de una institución pública nunca saldrá de la misma por fallas en la enseñanza; si acaso lo haría por faltas al código moral o penal, pero jamás por fallas pedagógicas. Por eso, conseguir una plaza oficial de profesor es como conseguir un cargo (o prebenda) que durará de por vida.

Por otro lado se carece de parámetros universalmente válidos, que nos permitan calificar y cualificar el servicio, tampoco se dispone de un modelo de profesor ideal con el que se pueda comparar el desempeño de cada profesor en particular; lo que sí sabemos es que cada enseñanza es una interpretación muy personal que cada profesor tiene acerca de los contenidos y la forma de abordarlos, de cómo trabajarlos para cada grupo peculiar de alumnos, que difiere para cada organización escolar, que cambia de acuerdo al modelo curricular y educativo en el que trabajan, (por eso hay profesores que son diferentes en la escuela privada y en la pública) y otros muchos etcéteras.

De lo anterior se desprende la aseveración de que "evaluar la calidad de la enseñanza de un profesor, es una tarea por demás difícil" (Rafael Flórez Ochoa, España, 1999). Sin embargo no es imposible, ya que dicha evaluación debe ser concebida desde su propósito como una oportunidad para mejorar, (de forma paulatina) el desempeño del profesorado inserto en un colectivo escolar y no como una tarea de fiscalización o una amenaza laboral.

Esta complejidad en el proceso evaluativo de los profesores ha sido evadida por la mayoría de los evaluadores convencionales, que prefieren enfocarse en aspectos más cuantitativos, tales como analizar las cifras de reprobación, rezago, promoción, deserción o cobertura escolar, que si bien son responsabilidad del profesor, lo son más indirectamente; no son cifras que no sean importantes, pero reflejan muy poco el desarrollo intelectual, cognitivo, sociocultural, tecnológico y profesional del docente.

Como podemos observar, evaluar adecuadamente a los maestros no sólo es complejo y en ocasiones desalentador, sino que se convierte en una necesidad y en una exigencia social impostergable. En la próxima colaboración: Cómo hacerle para realmente evaluar al profesorado.

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