La fiesta de las luces
Las tradiciones son los postes indicadores clavados profundamente en nuestro subconsciente.
Sarah Ban Breathnach
Aunque un mucho rebasado por el bullicio y el derroche, el profundo sentido espiritual de nuestras fiestas decembrinas es eminentemente cristiano, por lo que me parece pertinente hacer un espacio aquí para mencionar la ‘fiesta de las luces’ o Janucá, que por estos días conmemora el milagro que tuvo lugar en el año 165 a. C. después de que Judas Macabeo y sus seguidores recuperaran Jerusalén, caído por entonces en poder de un emperador griego quien había prohibido las religiones diferentes a la suya y obligado a los judíos a abandonar su fe.
Nunca he entendido la necesidad que sienten algunos de que la gente abandone su fe, cualquiera que ésta sea, para imponerle otra. Muchos casos de ese tipo de intolerancia reporta la Historia, el más cercano para nosotros fue el de la ¡santa! Inquisición, para la que todo lo no católico era herejía que se castigaba con perversas torturas y la muerte.
Pero bueno, estaba yo en que los griegos insistían en que los judíos abandonaran su fe para adorar a sus dioses. El templo de Jerusalén fue convertido por decreto en un santuario griego, y se prohibió a los judíos que estudiaran su Torá, celebraran sus fiestas y practicaran sus costumbres. Muchos desobedecieron el edicto y prefirieron morir por sus creencias, ah, porque eso sí, son tercos como ellos solos. Después de escaramuzas y guerrillas que duraron tres años, los macabeos consiguieron retomar su templo que volvió a utilizarse para el culto judío. Como parte de la ceremonia de rededicación de su templo, los macabeos comenzaron un rito de purificación de ocho días, pero se encontraron con que apenas había aceite sagrado suficiente para tener la menorah del templo (un candelero de ocho brazos) encendida durante 24 horas, aunque contra toda predicción, la lámpara se mantuvo milagrosamente encendida sin interrupción durante los ocho días que exigía la ceremonia. Desde entonces, por estos días de diciembre se celebra la fiesta de Janucá en la que se conmemora la lucha por la libertad religiosa y el milagro de la luz, que como podemos observar, persiste en nuestra necesidad de iluminar con miles de foquitos la Navidad.
Si cada año dedicamos menos tiempo a repensar el mensaje del niño que nació humildemente en un pesebre de Belén, imagino que difícilmente lo dedicaríamos a considerar el importantísimo papel que tiene la parte judaica en nuestra religión, y es por eso que hoy quiero recordar aquí que de no haberse rebelado los macabeos contra los griegos, la fe judía hubiera desaparecido absorbida por la cultura griega y nunca más se hubiera oído hablar de ella; por lo tanto no hubiera existido la comunidad judía en la que nuestro Jesús nacería un siglo y medio más tarde, y nadie hubiera recordado las promesas mesiánicas que Él vino a cumplir. Por lo tanto, sin Janucá no existiría Navidad.
Creo que vale la pena recordar que durante toda su vida, nuestro Jesús profesó la fe judía, que de niño celebró Janucá con sus padres, y que fue en una cena de pascua judía donde instituyó el sacramento de la comunión. Que los apóstoles fueron judíos y que quizá nuestras similitudes y herencia común sean mayores que nuestras diferencias. Hoy gracias a don Bendito Juárez gozamos de libertad de culto, y personas como el cardenal Iñiguez, Onésimo Zepeda, o Rivera Carrera, que besan la mano de los ricos y disfrutan de sus banquetes mientras discriminan y caminan sobre los pobres, ya no tienen poder sobre nuestras conciencias ni destinos. Hoy podemos elegir libremente y yo como siempre he dicho, soy hija de María, tan judía ella como su esposo José y su hijo Jesús; y como tal, no tengo inconveniente en integrar a mis tradiciones cristianas algunas de las que heredamos del judaísmo. ¡Feliz Navidad!
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