Es común oír que alguien se expresa de otro diciendo: nació cansado, o es muy flojo, o es un perezoso, cuando en realidad se trata de un caso de fatiga crónica causada por un virus. Este padecimiento, durante mucho tiempo fue considerado como un mal psicosomático, relacionado con el estrés. Cabe decir que no proviene de una enfermedad, tampoco es un invento de la mente del individuo para defenderse de un mal que cree lo acecha.
El estrés, se dice, es una respuesta natural y necesaria para la supervivencia. Se sabe que está ligado estrechamente con los trastornos de ansiedad, que usted o yo, en algún momento de nuestra vida hemos sufrido. Es ese estado de agitación, de inquietud o zozobra del ánimo. Es verdad que sin ser una enfermedad suele acompañarlas, en particular a ciertas neurosis, no permitiendo sosiego a los enfermos. Sin embargo algo hay de neurosis, como un leve trastorno al sistema nervioso, lo que es clásico en los enamorados o en los que han sufrido un shock traumático. En estos días que transcurren, con un calor que habla de que las puertas del infierno se abrieron para dejar salir al Malo, son muchas las personas que han vivido un suceso más que aterrador.
Unas a otras las personas se platican episodios estremecedores produciendo un escalofrío que no ceja aun pasadas varias semanas. Los pensamientos y recuerdos de una experiencia traumatizante persisten al paso del tiempo. Es algo que no es novedoso ni raro, está a la orden del día. Nos hemos metido sin quererlo ni desearlo en un pavoroso túnel de sombras atenazadoras que nos estrujan arrojándonos en brazos de la desesperación.
Hay una relación particular entre lo que pasa en nuestro entorno y nuestra capacidad de asombro, que sumadas han puesto en peligro nuestro bienestar, como fantasmas amenazantes que se acercan a nuestro lecho produciendo pesadillas oníricas que no nos permiten conciliar sueños reparadores. Hay circunstancias emocionales que nos mantienen alerta, como ciervos que presienten la llegada de cazadores portando pavorosos artefactos dispuestos para actuar sin mayores miramientos.
De una manera u otra todos padecemos de un trastorno por estrés postraumático. Los que hemos sobrevivido a un suceso que nos ha dejado horrorizados o porque nos hemos acostumbrado a oír que le ha ocurrido a un conocido, dejando un sedimento de angustia en el que no queremos hacer frente a nuestros temores sino ansiando pasar desapercibidos, como si fuéramos estatuas chinas de terracota que al paso de los siglos se fueron cubriendo de polvo. Son acontecimientos en que el recuerdo de la experiencia es persistente. Cuando un depredador nos acecha, una de dos, o corremos pretendiendo salvar el pellejo o presas de terror, nos quedamos paralizados, aunque en ambos casos no volvemos a ser los mismos. El estrés tiene un papel preponderante en varios tipos de problemas crónicos de salud, específicamente en las enfermedades cardiovasculares, las dolencias musculoesqueléticas y las afecciones psicológicas, aunque no debemos olvidar que pueden influir muchos otros factores aparte del estrés.
La fatiga crónica parece tener su origen en un virus, que causa el síndrome que puede afectar de cuatro a cinco millones de mexicanos. Los virus son entidades infecciosas microscópicas que sólo pueden multiplicarse dentro de las células de otros organismos.
De estar acertados los científicos usted puede ser curado de esa fatiga crónica que lo mantiene sentado frente a un televisor consumiendo grandes rebanadas de tonterías que le sirven en cantidades colosales día con día. Tendrá el suficiente vigor para abandonar la mesa de café, donde ahora luce junto a sus compañeros, despatarrado, filosofando sobre si rescatarán a los mineros atrapados por un derrumbe en las entrañas de la Tierra, como si de veras les importara, remember Pasta de Conchos o si la tormenta solar que viene acabará con las comunicaciones en Coahuila o si echarán abajo la marrullera elección en Durango, que si patatín, que si patatán.
En fin, echémosle la culpa de nuestro desgano, apatía e indolencia a un bicho que no se ve a simple vista, mientras una pandilla de saqueadores, que sí se ven, asuela la vecina entidad tal como lo menciona José Rosas Aispuro Torres, año de Hidalgo, ¿qué otra cosa, pues?