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La forma de vivir

No Hagas Cosas Buenas...

ENRIQUE IRAZOQUI

El día de ayer en las páginas de El Siglo aparecía una nota que describía cómo el miedo ha cambiado la forma de vida de los jóvenes laguneros. El psicólogo, Roberto López Franco hace una declaración de cómo, desde su punto de vista profesional, la juventud local ha tenido que adaptarse a las terribles circunstancias que ya desde hace años suceden en la localidad y que este año particularmente fueron más allá de la atrocidad cuando fueron acribillados decenas de muchachos que para su mala fortuna habían decidido irse a divertir en actividades propias de la edad a sendos antros, y en el colmo, a quienes acudieron a una fiesta privada también vivieron -y muchos murieron- momentos de terrible angustia, y otros tantos el fin de sus días.

Los hechos sucedidos en febrero, mayo y en el verano en El Ferrie, Las Juanas y en La Quinta Italia, respectivamente, abrieron una herida en la sociedad que tardará muchos años para que se diluya en el colectivo lagunero, y por supuesto las víctimas mortales e inocentes, que no se recuperan con nada, y el dolor que se les causó a sus familias, agregando a los propios heridos que han visto su vida virar a terribles circunstancias por hechos que no se pueden explicar con simple lógica.

El tema pues de la declaración del psicólogo López es que lo que se está viviendo es mucho más allá que sólo lo que les sucede a los jóvenes. Nos sucede a todos.

El miedo ha modificado radicalmente una forma importante de la vida de casi todos quienes aquí habitamos, no sólo de la muchachada. Es cierto que resulta casi temerario ir a un antro o bar a buscar esparcimiento como se solía hacer y como ocurre mayormente en el resto del mundo, o incluso afortunadamente otros destinos de México donde las nuevas y dramáticas circunstancias afortunadamente ahí no se han instalado. Guanajuato, Querétaro, Puebla, el propio Distrito Federal -con su distinta realidad- Campeche, Yucatán y ya pocos estados, es una verdadera pena, simplemente una parte de la libertad comunitaria e individual ha sido mutilada.

También es cierto que ahora se tienen que buscar nuevas formas de esparcirse, y que se ha elegido mucho más por las reuniones caseras entre amigos, pero no es lo mismo al menos tener la opción de elegir.

Además de esta realidad le sucede también al resto, que vivimos en la zozobra también. Indistintamente de lo jocoso que resulta que un profesional del estudio del comportamiento humano y sus pensamientos mencione que la pérdida de la oportunidad de asistir a sitios públicos donde se expenda alcohol y se toque música inhiban la actividad sexual, el hecho es que el que en esta semana se haya suscitado una balacera a media tarde en la confluencia del Paseo del Tecnológico y la calzada Vasconcelos, o que ayer a las ocho de mañana le lancen a la Secretaría de Seguridad Pública de Gómez Palacio tres granadas de fragmentación, es mucho más que suficiente para volver a la histeria colectiva.

Ya el robo desenfrenado a las casas habitación o el temible asalto para despojar de sus coches a los automovilistas eran penosamente como que aceptadas, pero el riesgo de ser una víctima más de muchas que han caído por fuego cruzado que desatan los criminales simplemente resulta devastador.

No es tema agradable por donde se vea. Si bien en los comienzos desataba el morbo natural hablar de hechos de esta magnitud, el asunto empieza a pasar más por la captación de la libertad de tránsito que se nos ha sido robada y la incertidumbre de no poder conocer el fin de la pesadilla.

El clima de inseguridad, balazos y atropellos todo lo ha trastocado, es lamentable decir que la libertad de tránsito está también hoy subyugada. Quien quiera ir a cualquier frontera con Estados Unidos se lo piensa dos veces vía terrestre, y si hay que ir a Monterrey, Juárez, Chihuahua, Zacatecas, Durango, Mapimí; hay que tomar providencias.

Es muy cierto lo que señala López Franco, la inseguridad cambió la forma de divertirse, hay que agregar que cambió la forma de vivir.

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