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La genial R

FEDERICO REYES HEROLES

Se llama Correggio, en Mixcoac. Es una calle cerrada y al fondo estaban las oficinas del "unomasuno". Te estoy hablando de principios de los años ochenta, es decir hace treinta años. Yo hacía mis pininos como comentarista, publicaba los sábados. No había fax, menos correo electrónico, había que llevar los materiales al periódico en persona. Becerra Acosta era el locuaz y por momentos brillante director, Fernando Benítez dirigía el suplemento Sábado y publicaba creo que dos veces por semana. Humberto Musacchio le ayudaba en esa labor editorial. De humor incontinente escuché a Fernando despedirse antes de ir al escritorio con la expresión ya me voy hermanito, tengo que poner mi huevo colérico. Se refería a sus breves, pero enjundiosas entregas. Carlos Payán, Granados Chapa y Héctor Aguilar Camín eran subdirectores. Por allí nos empezamos a topar. Para mí eras la intrigante R.

Llegabas silencioso siempre escudado por algún libro leído bajo el brazo que venía envuelto en periódico arrugado por el traslado en taxi. Esos libros eran para todos como una advertencia; lean, lean mucho. Ya traías atrás Días de Guardar, tu espléndida recopilación de poesía mexicana y por supuesto Por Mi Madre Bohemios, donde creaste a la sarcástica R que no dejaba ir un resbalón, menos aún una de esas monumentales idioteces de nuestros políticos, eso sí dichas todas en tono solemne y engolado. Las amarillas páginas de la revista Siempre! eran un referente inmediato de los suplementos que tenían ya una larga historia con Benítez a la cabeza. La Cultura en México, México en la Cultura. El viernes por la noche terminaba con una buena tostada o una torta en "Los Guajolotes".

Después vinieron los tiempos de La Jornada. Vicente Rojo tuvo a su cargo el parto gráfico. Llegábamos a Balderas en Metro, yo desde C.U., no recuerdo si estabas en el Consejo de Administración o por qué estabas allí con tus gruesos anteojos de pasta e igual lanzabas alguna tesis que revolcaba todas nuestras serias conjeturas o hablabas de alguna película que habías visto en la tele la noche anterior. Guiones, directores, artistas, fotografía, todo estaba en tu cabeza, eras avasallador. Allí aparecía la memoriosa R, memoriosa en serio. El Gabo aparecía de vez en vez, lo recuerdo con un grueso saco de pequeños cuadros en café en pleno verano. Gabo siempre tiene frío, le sale lo tropical.

A finales de los ochenta, provocados para no variar por Jorge Castañeda, nos fuimos de "observadores" a una elección local en Michoacán. Nos llevó una Combi vieja que yo manejaba y Jorge estaba seguro de que veríamos sangre. Eran momentos de una enorme polarización. Durante horas y horas recorrimos todo tipo de pueblos y por fortuna no vimos sangre. Pero de brinco en brinco terminamos con el lomo molido. Comimos con Cuauhtémoc Cárdenas en Pátzcuaro. La misión democrática resultó agotadora y bastante inútil, pero cómo nos divertimos. Libreta en mano tu inagotable humor lanzaba chascarrillos un minuto sí y otro también. Fue allí que conocí a la aguantadora R.

Después vino la aventura de ESTE PAÍS. A ti las encuestas te tenían sin cuidado, pero comprendiste su importancia para el desarrollo de la democracia en México. Así que aceptaste ser de los fundadores junto a tu amigo Josué Sáenz. Los unía la concepción religiosa y por supuesto tu definición a favor de las minorías. Nos apoyaste porque sabías que esa modernidad metodológica, lejana a ti, era deseable. Nos declararon enemigos del régimen y saliste a la defensa del proyecto. La valiente R no podía quedarse atrás. En el décimo aniversario nos fuiste a apapachar con palabras generosas. Cómo te dabas tiempo para todo, eso sí con una gran tensión para quien te invitaba pues nunca sabía uno si llegarías o no, por eso todo mundo prefería pasar por ti a tu casa y garantizarse así tu asistencia.

Buenooo, contestaba la débil voz de una mujer mayor, no, no está ahora. Ya Carlos déjate de cuentos te decíamos, habla fulano. Entonces aparecía tu voz con algo de sorna. La mañosa R hacía su aparición cada vez que podía. Por que vaya que llevaste en la vida una dosis superlativa de ingenio para sortear la trampa de la distracción. Estabas en todas partes, pero sólo en una, en lo tuyo, en tus libros, en tus letras en tu compromiso. Pero los hombres de compromiso pueden ser muy aburridos, no era tu caso. Sabías mandarte a ti mismo muy lejos como recomendaba Sabines. Te recuerdo cantando con un trío en compañía de Enrique Krauze y Carlos Castillo Peraza. Por supuesto el dominio de las letras de las canciones corrió por tu cuenta. La folclórica y alegre R hacía su aparición.

Por tus conocimientos, por tu entrega y generosidad, por tu simpatía, por tu locura, por tu definición sin pliegues, por tu sabia forma de ser tú mismo, por tu ironía, por tus manías, por tus colecciones, por tu irreverencia, por esa fantástica y muy sana irreverencia hay demasiados motivos para extrañarte. Y no hablo desde el privilegio de la amistad.

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