En los anales de la cosa política creí que lo había visto todo. Hasta ayer, cuando en un arranque de buen humor el presidente volvió a demostrar que es un ser humano que sabe disfrutar de la vida. En un acontecimiento, fuera del ceremonial que rodea a un presidente, éste hizo de las suyas aplastando la cara a uno de sus colaboradores encima de un gran pastel, que tenía el objetivo de celebrar un aniversario más de la fundación de un organismo paraestatal. Es obvio que la crema del pastel le quedó embijando el rostro del colaborador, de quien algunos dirían que con la cara así embadurnada se veía mejor, él que al igual que el resto de los ahí presentes, a querer o no, se carcajeó de la evidente inocentada que le jugó su jefe. Lo que llamó la atención es que no se trató de una escena preparada de antemano, sino de algo improvisado en que el festejado recibió un muestra de aprecio y confianza por parte de la única persona en el lugar que podía tomarse la libertad de bromear de esa manera.
Si esto hubiera sucedido en la era priista nadie dudaría que con la jugarreta estaba dándole el banderazo de salida a la aspiración política, que en el caso de Miguel Ángel Yunes Linares, que recibió en su nuca el empujón de la mano presidencial, sería la titularidad del Gobierno de Veracruz previo destape como candidato del Partido Acción Nacional. A este político se le han hecho serias imputaciones. En el libro Los Demonios del Edén, su autora Lidia Cacho, lo involucra en una serie de repugnantes delitos sin que se haya abierto averiguación alguna ni se presentaran pruebas que respaldasen el dicho de la periodista, quien saltó a la fama a raíz de su detención por el Gobierno de Mario Marín, que en llamada telefónica recibió el sobrenombre del gober precioso. Historia que en su oportunidad salió a la luz pública porque la comunicación había sido interceptada y dada a conocer su grabación, causando gran revuelo, saliendo a relucir el nombre de Jean Succar Kuri, conocido por su tendencia hacia la pedofilia. Se involucraba también a conocido empresario, llamado el rey de la mezclilla, sin que posteriormente se haya sabido en qué terminó el asunto.
En el festejo, dice la nota, celebrado con motivo del 50 aniversario del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, su actual director "fue empujado por el presidente Felipe Calderón para que mordiera el pastel, adornado con velas mitad azul y mitad blanco, colores similares a los del PAN", lo que tuvo lugar en el salón Adolfo López Mateos de la residencia oficial de Los Pinos. Decía que si el chusco suceso hubiera ocurrido en otros tiempos, debo corregir, un evento de naturaleza poco seria, no se hubiera dado en años en que había un tricolor en Palacio Nacional, pues sus talantes eran más bien acartonados, no eran dados a mostrar su lado humano; sus gestos, sus ademanes eran los de un rey condescendiente que parecía traer en su testa una corona, en sus manos un cetro y una larga capa de armiño. Sus cortesanos se movían a sus lados, prestos a acatar cualquier orden que con solo arquear una ceja les era transmitida por el monarca en turno. El caso de Luis Echeverría Álvarez es proverbial, pues asistía a los eventos sin que al parecer tuviera necesidades fisiológicas, pues permanecía como robot, sentado largas horas sin el más mínimo rastro de emoción, no expresando su semblante enfado, alegría o complacencia. Era tal su aletargamiento que parecía escondido, todo él, tras sus espejuelos, que le daban una extraña semejanza a un búho, estático, al que parecía no movérsele una sola pluma, parado en una rama esperando pacientemente a que un pequeño roedor saliera a descampado.
Tenemos por fin en la Presidencia de la República a un hombre de carne y hueso, que parece no darle importancia a la petulancia con la que antes se comportaban los que despachaban en el palacio de Moctezuma. Es claro que lo solemne, lo ceremonioso, lo mayestático, ya no se encuentra alojado en Los Pinos. Ha quedado lejos de ahí la presunción, la pedantería y la fatuidad. La vanidad quedó desterrada cuando el rostro de un subordinado resultó embetunado, después de que un presidente sonriente le puso la mano encima, emergiendo como payaso de circo, a partir de ahora las cosas ya no serán iguales. Los tiempos cambian. Cuando el Eduardo Pesqueira Olea, rubicundo e ineficiente secretario de Agricultura, divertía al presidente Miguel de la Madrid Hurtado, a costillas de Carlos Salinas de Gortari, a la sazón secretario de la Presidencia, poniéndole "cuernos" en las fotos de grupo, lo que hizo fue cavar su tumba política, pues Salinas ocuparía Los Pinos en los meses siguientes. En fin, Max Weber, político alemán, decía que el político debe tener: amor apasionado por su causa, ética en su responsabilidad y mesura en sus actuaciones. -Aclaremos, para quien lo ignore, que la mesura es la gravedad y compostura en la actitud y el semblante-.