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La Gratitud

Addenda

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

 S E afirma que: "La gratitud es un acto de humildad, una manifestación de amor; y un reconocimiento de las bendiciones recibidas".

Pero hay a quienes les gana la soberbia y por tanto carecen de humildad.

Son esas personas que creen merecerlo todo y con nada están satisfechas.

Siempre minimizan los favores recibidos o aquello que se les entrega, como si los demás tuvieran la obligación de hacerlo.

Obviamente, no conocen el amor como sentimiento sublime, sino como una simple y mecánica expresión carnal.

Son aquellos que por más bendiciones que reciban, siempre están pensando sólo en lo que les falta y no en lo que tienen.

Pero además, sólo ellos tienen la razón y no hay nadie mejor que ellos en el mundo.

Pero para su desgracia, son los que viven amargados; a veces anclados en un pasado de tiempos mejores, que lamentablemente ya no puede ser.

Ser agradecido y tener la humildad de reconocer y aceptar la situación que cada cual vive, no es fácil.

Caemos en insatisfacciones permanentes y nos volvemos malagradecidos.

Uno debe aprender a agradecer hasta los pequeños detalles. Una sonrisa, el abrazo cálido y la palmada que nos dice: "Vamos bien".

No es necesario el reconocimiento enmarcado en grandes letras de oro, para que agradezcamos un detalle simple o el apoyo que se nos brinda.

Pero, por eso, la gratitud es una virtud y no cualquiera la posee. Si todos supiéramos ser agradecidos no se destacaría ésta como un don especial.

Tendemos más a ser malagradecidos. Nada nos parece suficiente, siempre deseamos más y la envidia nos corroe el alma, cuando vemos en otros lo que nosotros no tenemos.

Hay actitudes tan negativas que a la gratitud, lisa y llana, algunos llegan al grado de llamarla lambisconería, quizá para justificar que ellos no actúen así. Que ellos no sean agradecidos.

Es muy triste, que "más allá del camino de nuestra vida", como diría el Dante, no hayamos aprendido a ser agradecidos.

Valorar y apreciar lo que tenemos, no significa ser conformistas, sino realistas; y vivir nuestra vida en consecuencia.

Tenemos que aprender que el valor de la felicidad no está en lo que tenemos sino en lo que somos; y en el esfuerzo que hemos hecho para conseguirlo.

Hay quienes viven en una permanente insatisfacción y en guerra constante consigo mismos. Son los que traen el conflicto por dentro, en sus entrañas y lo proyectan en todos los actos de sus vidas.

Nadie es mejor que ellos, y hagamos lo que hagamos por satisfacerlos, nada les parece suficiente. Siempre quieren más, siempre merecen más.

Humildad, amor y recuento de bendiciones, son palabras que no existen en su vocabulario.

Culpan al mundo de sus desdichas aún cuando no sean tales, porque pueden tener suficiente, pero no lo disfrutan.

Saber agradecer lo que tenemos, lo que se nos da y contar siempre nuestras bendiciones, debiera ser un ejercicio cotidiano de humildad, para aprender también a vivir en armonía.

Esa armonía que necesitamos para vivir en paz, para estar tranquilos y conscientes de que Dios nunca nos abandona.

Hay ejemplos de humildad en la historia de la humanidad, como los que nos diera San Francisco o Santa Teresa de Calcuta.

Pero es más fácil entregarnos a la soberbia y reprocharle al mundo todo lo que nos pasa, porque por sobre todo, la gratitud es propia de almas grandes; y no cualquiera posee un alma de ese tamaño.

Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".

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