"No vamos a eliminar las drogas o la violencia durante mi vida."
Gil Kerlikowske, zar antidrogas de Estados Unidos
Nadie puede negar el éxito que ha tenido el gobierno mexicano en los últimos meses en sus esfuerzos por encontrar, detener o matar a algunos de los narcotraficantes más buscados del país. Sergio Villarreal, alias El Grande, capturado este domingo 12 de septiembre, es parte de una creciente lista de notables que incluye a Édgar Valdez (La Barbie), Ignacio (Nacho) Coronel y Arturo Beltrán Leyva.
El gobierno tiene razón en vanagloriarse. La Marina, el Ejército y la Policía Federal parecen estar cumpliendo bien con su cometido. Parecen ir cerrando el cerco en torno a los narcotraficantes más buscados del país. Hay que preguntarse, de hecho, si La Barbie ofreció la información que permitió la detención de El Grande, lo cual no extrañaría por el odio que había entre ambos. El presidente Felipe Calderón se siente tan confiado en los triunfos de los últimos meses que hace unos días le dijo a la periodista Yuriria Sierra que pronto le tocará el turno al propio Joaquín (El Chapo) Guzmán.
La experiencia nos obliga, sin embargo, a ser cautelosos. En otros tiempos hubo también capturas importantes de narcotraficantes. ¿Se acuerda usted, por ejemplo, de Rafael Caro Quintero, detenido en 1985, o de Miguel Ángel Félix Gallardo, quien fue capturado en 1989? De este último, apodado El Padrino, se decía que era el mayor traficante de cocaína en México. Su detención, sin embargo, no llevó a la desaparición del narcotráfico sino a su diversificación y fortalecimiento.
Una vez que Félix Gallardo desapareció del mapa, la organización que comandaba se dividió en el cártel de Sinaloa y el de Tijuana. El primero fue encabezado por Héctor (El Güero) Palma (detenido en 1995) y El Chapo Guzmán (detenido en 1989, pero fugado en 2001). El mando del de Tijuana lo asumieron los hermanos Arellano Félix (varios de cuyos miembros han sido muertos o detenidos). Otro de los grandes capos del narcotráfico, Amado Carrillo, el Señor de los Cielos, cabeza del Cártel de Juárez, y a quien también se consideró en un momento como el narcotraficante más importante del país, murió en 1997 tras una operación de cambio de fisonomía.
La muerte o captura de tantos jefes no ha significado que haya terminado el narcotráfico o la violencia. Por el contrario, la desaparición de los líderes históricos de los cárteles ha hecho que se multipliquen las organizaciones criminales, lo cual ha tenido un costo más elevado para la sociedad, especialmente por el alza en la violencia.
Las fuerzas de seguridad del Estado no pueden dejar de realizar todo su esfuerzo para capturar a los jefes de las principales bandas. Sabemos, sin embargo, que como la hidra de la mitología, a la que le crecían varias cabezas cada vez que se le cortaba una, estos grandes triunfos de las fuerzas de seguridad del Estado solamente llevan a acomodos de los cárteles, pero no a su desaparición.
Mientras exista una demanda por las drogas, y mientras haya producción de estas mismas sustancias, el narcotráfico simplemente encontrará nuevas cabezas para reemplazar a las que vayan desapareciendo. Esto ha ocurrido una y otra vez. No hay razones para pensar que hoy las cosas serán diferentes.
¿Cómo eliminar entonces el tráfico de drogas? Los propios responsables de la lucha, como el zar antidrogas de los Estados Unidos Gil Kerlikowske, reconocen que, sin importar el éxito que se pueda tener en la campaña para encarcelar o matar capos, el mercado ilegal de estas sustancias no desaparecerá. Esta es una guerra en la que el triunfo definitivo es imposible.
Todos los años México sufre una marcada baja de su producción económica en Semana Santa. Hoy, un año después del desastre de la epidemia de influenza, el propio gobierno está creando un megapuente en estas fiestas patrias. Con razón el país sigue cayendo en los índices globales de competitividad.
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