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LA ILUSIÓN DEL MERCADO INTERNO

Salvador Kalifa

La posibilidad de una recaída de la economía de Estados Unidos (EU) y sus efectos negativos sobre la actividad productiva en nuestro país ha puesto de moda, otra vez, el tema del mercado interno.

Distintas voces insisten en la urgente necesidad de promover ese mercado, con el fin no sólo de contrarrestar los vientos contrarios que vienen de fuera, sino también para alcanzar un crecimiento económico más acelerado dentro del país.

En efecto, muchos ven con preocupación que nuestro desempeño económico depende, esencialmente, de las exportaciones y, muy en particular, de lo que suceda con la economía estadounidense. Consideran, por tanto, que con el estímulo del mercado interno sería posible crecer aquí, aun cuando siga de capa caída el sector industrial de EU.

La idea de estimular el mercado interno no es nueva y habrá quienes se pregunten por qué no se ha hecho ya, pero lo cierto es que esa tarea es bastante más complicada de lo que parece.

Para algunos, el fortalecimiento del mercado interno es sinónimo de protección a los productores domiciliados en el país. El proteccionismo es una de las políticas más socorridas en tiempos de desesperación, a pesar de que es una pésima estrategia económica ampliamente desacreditada por sus resultados. Aparte de ser incapaz de estimular de manera sana y sostenida el mercado interno de una economía, tiene además repercusiones negativas sobre otras empresas, en especial las exportadoras, así como sobre el poder de compra de la gran mayoría de la población.

Hay, sin embargo, políticas públicas más sensatas para estimular dicho mercado. Éstas consisten en acciones de corto y largo plazo que promueven el crecimiento del consumo y de la inversión en el país.

En el corto plazo los mecanismos más efectivos para impulsar la demanda interna son las políticas monetaria y fiscal. Lamentablemente ambas son de poca o nula ayuda en la coyuntura actual.

La política monetaria tiene en México un alcance limitado. Por un lado, las tasas de interés tienen un impacto pequeño en las decisiones de compra de bienes duraderos, que se concentran en la adquisición de viviendas, porque los consumidores mexicanos todavía hacen poco uso del crédito.

Por otro lado, el éxito de la política monetaria para consolidar un repunte económico no depende de la acumulación de pasivos bancarios en las cuentas de las personas, sino de la respuesta del gasto de inversión de las empresas, que hasta ahora permanece aletargado.

La política fiscal, por su parte, también puede contribuir a elevar, temporalmente, el poder adquisitivo de la población y con ello el mercado interno. La estrategia más usada en este sentido consiste en la devolución o reducción de impuestos, como lo hicieron decenas de países el año pasado.

En México, sin embargo, vamos en sentido contrario. El gobierno del presidente Felipe Calderón decidió subir los impuestos este año, lo que en la práctica se traduce en una disminución del poder de compra de los ciudadanos y, por ende, en un debilitamiento del mercado interno.

Los comentarios anteriores muestran que las políticas coyunturales contribuyen poco al estímulo de ese mercado, y hasta pueden debilitarlo, como es el caso de los aumentos de impuestos en México.

Podemos, por tanto, olvidarnos de que en el corto plazo el mercado interno venga al rescate del aparato productivo. No obstante, hay luz al final de túnel. Existen políticas que contribuyen al crecimiento de ese mercado, si bien lo hacen en el largo plazo.

Se trata de políticas públicas que atraen la inversión y aumentan el empleo y la productividad, únicos mecanismos para elevar de manera sostenida el poder de compra de la población y, de manera subsecuente, el mercado interno.

En ello está la clave de un mercado interno más grande, ya que la capacidad adquisitiva de los habitantes de un país sólo puede elevarse en forma sostenida y duradera mediante un incremento de su productividad. Cualquier otro mecanismo es transitorio y quizá hasta contraproducente.

Por consiguiente, nuestros gobernantes pueden elevar el empleo, la productividad y el mercado interno si se deciden, de veras, a atraer más inversión productiva.

Para ello necesitan abatir el clima de inseguridad que existe en el país, eliminar la plétora de regulaciones que obstaculizan la creación y operación de los negocios, desaparecer el nefasto IETU, aprobar las reformas estructurales y aceptar de manera más amplia e irrestricta la inversión extranjera en nuestro país.

Lamentablemente, intereses políticos y económicos bloquean la aplicación de muchas de esas medidas, por lo que aun cuando no nos guste, nuestro mercado interno seguirá siendo insuficiente para evitar que la suerte de nuestra economía dependa de lo que ocurra en Estados Unidos.

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