Siglo Nuevo

La imagen absoluta

Hiperrealismo

Hombre salvaje. (Ron Mueck, 2005). Desde los años sesenta se ha representado el mundo en obras artísticas que reproducen la realidad con impresionante fidelidad.

Hombre salvaje. (Ron Mueck, 2005). Desde los años sesenta se ha representado el mundo en obras artísticas que reproducen la realidad con impresionante fidelidad.

Miguel Canseco

Desde finales de los años sesenta hasta la fecha el hiperrealismo se ha consolidado como una de las corrientes más representativas del arte moderno. Resulta asombroso para los espectadores apreciar obras realizadas con precisión milimétrica. No se trata de una simple demostración de virtuosismo, las razones que llevaron a los artistas visuales a perseguir esta representación obsesiva de la realidad tiene raíces profundas y responde a una búsqueda temática bastante seria. Para dar un panorama global de esta pesquisa partiremos de un episodio histórico.

MUY VERDADERO

El Papa Inocencio X fue notorio por su vitalidad, sus modales bruscos y su proverbial fealdad. En 1650 posó ante el pintor español Diego de Velázquez, quien abordó el reto de plasmar al hombre más poderoso de su tiempo y creó una pieza maestra de suntuosos tonos donde destaca el rostro adusto y poco agraciado del pontífice. Sorprendido por su retrato, Inocencio X exclamó troppo vero, muy verdadero. Quedó retratado física y mentalmente cual no lo fue ninguno de sus antecesores ni lo será ninguno de sus sucesores, escribió Gaya Nuño en su biografía de Velázquez. Aun los papas actuales son pintados y retocados, se elige la imagen más digna, la más perdurable; los retratos oficiales anulan imperfecciones, por ello la obra de Velázquez resulta tan reveladora y sorprendente. Lo que altera, el factor inquietante y memorable, es la realidad.

Los vaivenes del arte que llevaron al hiperrealismo se pueden trazar a lo largo de la historia de la pintura occidental. Tradicionalmente el arte estuvo sujeto al ideal, sea éste la belleza, majestad o santidad. Las figuras podían deformarse en busca de la expresividad, depurarse de asperezas (como en el arte griego) y aspirar a lo eterno. Ay de aquel que en lugar de una visión extraterrena ofreciera la crudeza de un espejo. No, lo verdadero no suele ser bienvenido porque implica finitud, degradación, lo cotidiano de lo cual el arte -en su forma más convencional- ofrece un escape. Como preámbulo al hiperrealismo es necesario analizar la lucha histórica entre lo real y lo perfecto, entre lo que se desea y lo que es, entre la vida y el simulacro.

EL PINCEL Y LA CÁMARA

La Primera Guerra Mundial enfrentó al mundo con la destrucción a un nivel industrial y el dadaísmo respondió a esta realidad con un arte caótico, cuestionador y violento. Los futuristas cantaban odas a las máquinas, mientras el surrealismo partía de los hallazgos de Freud para explorar el universo del inconsciente. Era la carrera enloquecida de los ‘ismos’. El abstraccionismo demandaba la desaparición de las referencias al mundo objetivo en busca de una obra autónoma. Para el final de la Segunda Guerra Mundial, con Europa destruida, la balanza del arte se inclinó hacia Nueva York, donde el movimiento imperante era el expresionismo abstracto. Frente a éste, que valora el lirismo y la gestualidad de la pincelada, se opone el minimalismo, que trata de regresar a los principios elementales de la forma y hacer más con menos elementos. En tal encrucijada entre la vocación espiritual y grandilocuente del expresionismo y la austera elegancia del minimalismo surge como respuesta a ambas corrientes el arte pop, que reclama para sí las diversas expresiones visuales de la cultura popular y las emplea como medio expresivo cuestionando así el concepto de ‘alta cultura’.

Hay una rama que parte del arte pop e intenta de una forma radical regresar a la imagen su valor y su peso, tratar de obtener -en un mundo sobresaturado de imágenes- una pieza única. Son los fotorrealistas, que a partir de la fotografía crean imágenes de una precisión perfecta; son artistas que emplean diapositivas, retículas y cualquier medio disponible para hacer la copia exacta de una foto.

En 1968 Chuck Close pintó un autorretrato de más de dos metros donde reprodujo milimétricamente todos los vellos e imperfecciones de su cara. No trató de halagar ni de hacer ilusión óptica alguna. Es una superficie trabajada con un esmero absurdo. Más real que lo real. Sí, ya estamos hablando de hiperrealismo.

EL CRUEL ESPEJO

El hiperrealismo es una corriente radical dentro de la historia del arte cuyo programa es sólido y excluyente, exige dedicación y virtuosismo. Pero dentro de sus lineamientos cada autor ha desarrollado una agenda personal. Chuck Close exploró el rostro humano en pinturas monumentales. Richard Estes genera vistas de calles a partir de múltiples fotografías. Así, la imagen final en sus obras parece hiperreal pero en realidad es un collage donde los detalles nos invitan a tomar por cierto lo inexistente. Como una extensión de este movimiento hacia la escultura, la obra de Duane Hanson representa un hito en el arte contemporáneo. Sus esculturas son casi indiferenciables de una persona. Con recursos ilusionistas que remiten a los de una figura de un museo de cera, Hanson no muestra celebridades ni quimeras sino gente real, oficinistas, amas de casa, trabajadores, mendigos, un friso de la Norteamérica suburbana. Enfrenta a los espectadores con las imágenes de un segmento marginado de la población, que no asiste a los museos, cuyas vidas están sometidas al peso de una cultura de consumo y explotación. Estas personas que parecen reales, al estar emplazadas en un contexto cultural, revelan lo artificioso del mismo. Un limosnero artificial en una sala de exhibiciones revela una verdad incómoda: el museo, espacio excluyente, también es una falsificación, una escenografía.

En España, Antonio López García rechaza la etiqueta de hiperrealista pero reproduce con absoluto detalle los objetos usuales de su casa. Su intención, más contemplativa, es tratar de hurgar en la espiritualidad de lo banal, analizar lo efímero y volverlo memorable en su pintura. Es, en suma, melancólico.

Los nombres se agolpan: William Beckman, Ralph Goings, Malcolm Morley, Robert Nottingham; la lista es inmensa. Un caso peculiar es el de Ron Mueck, que desde los años noventa ha sorprendido al mundo con esculturas de un naturalismo sobrecogedor y en más de una ocasión despiadado (antes de ser artista trabajó haciendo efectos especiales para cine y TV). Sus piezas juegan con las proporciones: un adolescente gigante, unas ancianas diminutas o un feto descomunal. Son objetos memorables y estremecedores, fieles hasta el último vello o pliegue de la piel. El autor abandera la última generación de hiperrealistas y encarna el principio esencial de este movimiento: las cosas como son, gusten o no.

En México algunos podrían catalogar entre los hiperrealistas a creadores como Rafael Cauduro pero hay una diferencia sustancial, pues éste busca originar una ilusión óptica en tanto que Close, Hanson o Mueck son tan reales que no dejan espacio para ilusiones de ningún tipo. Tal vez Víctor Rodríguez sea en nuestro país el único seguidor y heredero de esta corriente. Y es que se requiere de una vocación especial para ser hiperrealista. Es una mezcla de dominio técnico y mirada impasible que puede tejer una imagen centímetro a centímetro, combinando concentración y desapego, como si el ojo fuera un obturador que se cerrara de manera lenta y laboriosa.

EL MAPA TOTAL

La foto de una modelo o un actor de moda en una revista es todo menos real, pero por convención aceptamos lo contrario. Las mansiones con las que muchos sueñan, los autos de lujo, las marcas de ropa y los rituales distintivos de la clase alta ofrecen una idea de lo que ‘debe’ ser la realidad. Es una hiperrealidad, un anhelo en el que muchos fincan la razón de su existencia. Borges planteaba la idea de un mapa tan grande como el territorio que representaba; ¿las personas vivían en el mapa o en la Tierra? No había diferencia entre uno y otro. Filósofos como Jean Baudrillard aplican esta idea a nuestro mundo de imágenes que sustituyen lo verdadero y que tomamos por cotidianas. Un actor muere en una película de guerra, un chico estadounidense ve la película, se enlista en la armada y eventualmente muere imitando a su histrión favorito, igual que una chica compra los jeans que utiliza su cantante preferida o un profesor copia los lentes de pasta de su autor o cantante de cabecera.

Vivimos en un perpetuo estado de simulacro. El hiperrealismo en el arte va enmarcado por esta reflexión sobre las apariencias y la función de la imagen en un mundo sobresaturado de rostros, donde sólo una mirada honesta puede tolerar el sencillo pero doloroso acto de observar, escrutar y aceptar lo que hay dentro de un espejo.

Correo-e: cronicadelojo@hotmail.com

Leer más de Siglo Nuevo

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Siglo Nuevo

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Hombre salvaje. (Ron Mueck, 2005). Desde los años sesenta se ha representado el mundo en obras artísticas que reproducen la realidad con impresionante fidelidad.

Clasificados

ID: 539266

elsiglo.mx