Hace quince días apareció de modo formal la "Iniciativa México". Un organismo pensado y proyectado para impulsar un cambio, suponemos positivo, en la sociedad mexicana. Un planteamiento laborioso y objetivo para construir un puente de unidad formal, eficaz y bienhechor en la comunidad. Observamos, escuchamos y admiramos su espectacular presentación, aunque sabíamos que así suele ser todo evento que se difunde por la televisión: en el marco de bonitos escenarios, fondos musicales y pantallas a todo color. Sólo faltaba la tercera dimensión. Debemos reconocer, sin embargo, que también se hizo un esfuerzo de pundonor, quizá diseñado por comunicadores profesionales para disuadir cualquier tentación de apreciarlo como uno más de tantos actos políticos. De varios oradores escuchamos, en pocas palabras, la exposición de sus diferentes ideas sobre el quehacer impuesto: consistentes y concordantes, pero siempre coronadas con amargas citas sobre lo que vive la nación; fue imposible hacer coincidir la propuesta, salvo en las datas, y las bicentenarias luchas que evocaremos durante todo este año: prevalecía, de algún modo, la disputa por la nación en la guerra de independencia de 1810, y las revueltas post revolucionarias surgidas después de la muerte de don Francisco Ignacio Madero. Por esto no era de esperar que alguien subrayara una tangible coincidencia entre los sucedidos patrióticos ya acontecidos y el sangriento acaecer de la actualidad; eran incomparables los motivos patrióticos de 1810 con los que hoy angustian a la sociedad mexicana, sin abundar en sus verdaderas razones y causalidades. Surgidas estas violencias, igual cuestionamos la falacia contemporánea de recurrir al incremento de soluciones homicidas para acabar con la delincuencia organizada.
Lanzadas al público las diversas convocatorias de la "Iniciativa México" pareció renacer la esperanza colectiva de que el país se levante presto, indignado y valiente a castigar a los que cometen agravios sin fin contra personas, corporaciones de seguridad y familias inocentes. Escépticos, por encontrarnos entre el bien y el mal, evocamos la tonada aquélla: "Esperanza inútil, flor de desconsuelo"...
Late desde ahora, a pesar de todo, la remota expectativa de que el entusiasmo que provocó la 'Iniciativa México' vaya a impulsar al país y, sobre todo, al sistema político, hacia a la concertación entre las ideas fundamentales y los proyectos viables. Milita en esta iniciativa gente de la cultura, honorables ideólogos y sensibles humanistas, más otros hombres y mujeres de buena fe. Quizá encontremos en la misma dirección algotros que sólo buscarán subirse al volantín del protagonismo, y dado el caso, nada podrán hacer, si es que los bien intencionados se unen en torno de las propuestas factibles.
Riesgos latentes ramonean de inmediato en las pastas del gobierno. Sigue siendo peligroso el añejo centralismo político, que tantos daños causa al país. Continúan, unidas y omnipresentes, la demagogia política y la democracia corrupta. Quedan al acecho de la oportunidad las instituciones clericales, siempre empeñadas en cancelar los poderes laicos del Estado Constitucional, al amparo de su vieja alianza con la plutocracia, con los medios electrónicos de comunicación social y con el PAN, heredero de las huestes conservadoras del siglo XIX.
Buena iniciativa podría ser la denominada México, pero después de todo, habría que pensarla bien y a fondo, no sea que nos gane el entusiasmo y las prisas, las improvisaciones y las rijosidades políticas por el control del poder público, que ahora relamen...