Sólo unos cuantos aficionados salieron a las calles a celebrar el pase a la final de los Guerreros. A diferencia de otras ocasiones, el miedo fue un factor para impedir disfrutar en La Laguna a la victoria. (Fotografía de Érick Sotomayor)
Será que La Laguna tiene miedo. O será que ya se acostumbró a tener un equipo campeón. El punto es que muy pocos salieron a festejar el pase a la final. Y eso que el 7-1 (10-4 global) fue más que contundente. Y eso que se logró en casa.
No, la santosmanía ya no es la misma. La Morelos, el Paseo de la Rosita y la Alameda no lucieron como en el Clausura 2008, cuando Santos derrotó a Monterrey y llegó a la final para imponerse al Cruz Azul y conseguir el tercer campeonato. El "Santos, Santos, Santos" recorría Torreón, Gómez y Lerdo, que a su paso se inundaban con los colores de casa. Hoy, una que otra bandera ondeaba de uno que otro auto que se atrevió a pitar.
Mucho menos se asemeja a los pases del Verano 2001 y del Invierno 1996, cuando se lograron la segunda y primera corona, respectivamente. Lo mismo chicos que grandes se reunían para entonar los cánticos guerreros, hacer sonar el tambor batiente, pintarse los rostros en verde y blanco. Hoy sólo en el Paseo de la Rosita, y eso solamente a la altura de la Central, se juntaron unos cuantos, más jóvenes que otros, y en medio de una penumbra obligada por la luz pública sin funcionar se acercaban a los autos para tratar de tambalearlos, sin que el intento causara mucho eco entre los presentes.
Esta celebración está tan distante como los 16 años que han transcurrido desde el primer pase a una final, en tiempos de Héctor Adomaitis, Antonio Apud o Richard Zambrano. "Duro Santos, duro, duro, Santos duro" se convirtió en algo así como un himno en aquella célebre temporada 1993-94. Todo mundo quería hacer sentir su apoyo al equipo y empezaron las pintas a los carros, con leyendas como "Santos te quiero más que a mi vieja" o el simple "Santos campeón". Ahora sigue la costumbre, pero por mucho en menor medida.
Y eso que ahora la celebración no es para menos. El equipo de casa está de nuevo en una final, apenas dos años después de la última. Y con un pase histórico: un marcador global de 10 goles a 4. Pero la inseguridad se ha apoderado de las calles.
No faltó uno que otro optimista que sacó su bandera verdiblanca, subió a su familia a la camioneta y empezó a sonar el claxon. Pero circulaba casi, casi en solitario.
Eso sí, por todos lados laguneros con su camiseta verdiblanca. Esa es la forma más sencilla y más común de apoyar.
¿Euforia? Sí, pero en el estadio. Afuera el festejo es más reservado. Tampoco es para menos. No han transcurrido ni 24 horas después de la tragedia en un antro de Torreón. Muchos conocen a alguien que estuvo ahí, o a alguien que conoce a alguien que estuvo ahí. El punto es que Santos está en la final, pero La Laguna ya no es la misma.
El sol que pega de frente. El viento que no sopla. Las nubes que no ayudan. El aire acondicionado dejó de funcionar y en muy mala hora. Un poco de humo empieza a salir del cofre y el coche empieza a matarse. Es momento de apagar el motor, porque la fila de autos no parece tener fin. Lo bueno que apenas son las 5:00, hay tiempo para llegar al estadio. Pero ni el de Arce, ni el primero del "Guti", ni el de Darwin. Los cientos de aficionados que no alcanzaron a llegar al inicio del partido se perdieron los primeros tres goles que Santos le metió ayer a Morelia. Y tampoco vieron el único que logró el visitante ayer, en que el marcador favoreció a los de casa por 7 a 1.
Y es que enmedio del solazo y una temperatura que rebasaba fácil los 35°C, pero que se sentía superior a los 40 grados, una interminable fila de autos luchaba por llegar al Territorio Santos Modelo (TSM), iniciando desde el Sistema Vial Centenario y hasta las puertas del nuevo estadio que verá por primera vez una final. Una camioneta, un auto compacto, otros coches no tan nuevos, fueron algunos de los que se quedaron a medio camino por sobrecalentamiento de sus motores. No faltó quien optara por mal estacionar su "mueble" a un lado de la carretera y mejor seguirle a pie hasta el estadio. A como diera lugar llegar.
Quienes continuaron desde su auto y sí traían aire acondicionado, mejor le bajaron a la ventanilla porque ya era mucho tiempo y la gasolina no se daría abasto, a juzgar por el puente de la Ibero que se veía atiborrado y sin prosperar. A vuelta de rueda, pero ya se alcanzaba a ver la casa de los Guerreros. Y las edecanes por doquier y sin parar de bailar, como si no sintieran el sol y el calor que venía afligiendo a los conductores. "Ya no hay allá", indicaban los cuidacoches para que los automovilistas se decidieran a estacionarse de una vez. Cansados y crédulos algunos accedían, pero mucho más continuaban el calvario con la idea de encontrar un lugar mejor.
De pronto los claxon alertaron del primer gol. Unos eufóricos, los otros enojados por perderse la anotación. "¿De quién fue?", preguntó uno desde su camioneta. "De Arce", le contestó otro desde su coche.
Ya muy cerca del nuevo Corona se escuchó un lamento generalizado. Era el empate, el único gol de los Monarcas, vía Luis Gabriel Rey al minuto 5. Otra vez el coraje porque seguía la lucha por llegar. Por fin un lugar para estacionarse, luego de pagar los respectivos 40 pesos. Ya sólo faltaba caminar o más bien correr hasta la entrada del estadio. Y en eso "¡gooooool!", otra anotación y sin poder ingresar. 3 a 1, y aunque se habían perdido cuatro goles, bien valió la pena llegar.
Sigue el caos para llegar al TSM