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La melancolía

GILBERTO SERNA

 E Stos días, en los que termina un año más, nos traen un alud de fuertes emociones, que quisieran poner a prueba lo que somos y lo que no hemos alcanzado a ser. Las fiestas decembrinas en vez de alegrarnos nos agobian. Son muchos los recuerdos que se amontonan, unos tras otros, causando nostalgia y depresión. Las horas de un año que se va origina, algo así como un decaimiento en el ánimo. Los días son los mismos que antes y sin embargo, como si despertáramos de un profundo sueño no sabemos si seguimos soñando o estamos despiertos. No ayuda para nada el panorama que se asoma en estos días en que los empleos se han vuelto ojos de hormiga. Hay una crisis económica que asusta. Los jefes de familia se preguntan ¿cómo conseguir, ya no digamos un banquete pantagruélico, con pavo relleno, confituras, champagne, pierna de cerdo, sino simplemente un mendrugo? Hay una profunda tristeza en el ambiente que oprime el corazón del más optimista.

Agréguele usted la inseguridad que nos rodea, en que los peligros acechan a la vuelta de la esquina, sin que haya poder humano que los detenga. Los asaltos están proliferando como nunca antes se había visto. Lo peor no es que nos apunten con un arma de fuego sino que nos restan pundonor lastimando nuestra propia estima: ¿no somos capaces de defender lo nuestro? Escondemos nuestra cobardía en culpar a las fuerzas del orden de las que decimos no hacen nada por abulia o por que les conviene no intervenir. Tenemos un espíritu derrotista por lo que una vez despojados de nuestras pertenencias no nos atrevemos a denunciar del atraco a las autoridades dando por hecho que sólo perderemos el tiempo, en lo cual no falta algo de razón. Lo de menos es rodearnos de las personas que nos aman, Sin embargo, aun así no dejamos de sentirnos afligidos. No tenemos sentimientos de odio, pero sin embargo estas fechas nos causan desazón. Hay cosas que no están del todo de acuerdo con el espíritu que debe prevalecer en la despedida de un año. Quizá es que somos demasiado quisquillosos.

No somos una sociedad homogénea en la que estemos satisfechos como seres humanos. Aun los que cuentan con prosperidad y recursos anhelan algo más sintiendo que sus almas no están llenas del espíritu festivo que debería reinar en estos días. Algo falta para sentirnos enteramente felices. Ayer festejamos el nacimiento del Niño Jesús que, con sus brillantes luces, alegraron en algo los días, sin lograr levantar del todo el entusiasmo de otros años. Hay, insisto, algo en el ambiente que impide conformarnos con lo mucho o poco que tenemos. Es como si una sombra irrumpiera en nuestra dicha. Una sombra envuelta en malos presagios que no dejan estallar nuestro júbilo plenamente. No hace mucho los países del mundo se reunieron para encontrar una fórmula que permita detener el deterioro que sufre nuestro planeta, que es la casa en la que vivimos. Hay algo que nos impide ver más allá de lo que poseemos, sea mucho o poco. El mundo es tan sólo una gran esfera que flota en los cielos siderales que tiene vida propia, pero que persistimos en acabarnos sin ninguna consideración. En la mayoría de las ocasiones motivados por una ganancia económica.

No recuerdo otros años en que se haya exacerbado a tal grado la tristeza que nos deja a muchos con los músculos laxos, sin movimiento, mirando sin mirar con pensamientos ausentes de emociones. Los alimentos parecen cartón remojado, que a duras penas deglutimos. No tenemos otra cosa qué hacer que esperar a que los días transcurran llevándose los malos momentos, cuando reparamos en que quizá en muchos años no los ha habido buenos. Desconfiamos de todo y de todos. Nos hemos vuelto anacoretas permaneciendo dentro de nuestras casas dispuestos a no asomar las narices en todos los días en que se celebra la llegada de un nuevo año.

Si el año que se va nos ha dejado con el ánimo postrado, el anuncio de los parabienes que nos esperan no basta para hacer que salgamos del abatimiento, al apoderase de nosotros una neurosis para la que no hay otra medicina que la que trascurran estos días. Creo que deberíamos exorcizar estas horas de holganza, para alejar de nuestro lado la melancolía, que se ha convertido en parte nuestra, como si siempre hubiera estado en lo más profundo de nuestro ser.

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