Cuando sonó el teléfono ya estaba listo, esperando con todo y corbata que le definieran lugar.
En la otra línea la voz chillante y gangosa de su jefe, enrarecida por las fallas del celular, le dijo varias cosas, entre ellas imbécil las ventas han bajado, pero también confirmándole la invitación a la tienta en ese rancho donde estaría el candidato, conminándolo a comportarse sin importunar a los otros.
Vaya divinura de plan --pensó.
Un evento con toque revolucionario, aristocracia de antaño, el ambiente de las lidias, todo lo que le encanta a los políticos --volvió a pensar, mientras se cambiaba de ropa con desidia de movimientos lentos.
Tuvo que caminar poco más de una cuadra para subirse al colectivo. Se sentó junto a una anciana que se replegó a la ventana, desbordada por el señor x, que indiferente molestaba con sus excesos de carne. No le importaba. Estaba bastante distraído en maquinaciones como para reparar en esas y otras nimiedades.
Tal vez por ello el trayecto se le hizo corto. No se dio cuenta que el autobús salió de la ciudad, que subieron y bajaron personas, que el estéreo estaba prendido, o que la vieja seguía allí, a su lado, calcada en la ventana. El trayecto fue de casi una hora.
El muy falso hijo de pu... dijo de pronto el señor x, con sorpresa y entre dientes, lo suficientemente claro como para que la vieja se recorriera aún más, sujetándose el bolso.
El muy hijo de pu... repitió, ahora en voz alta y con todas las letras, tanto que a la mujer le crecieron grises las arrugas en su cara.
¿Pero qué tanto dice usted muchacho, qué está diciendo?
Lo que yo digo no le importa vieja, no me esté molestando -le murmuró, hurgándose la nariz al menos con un par de falanges, detalle que no pasó desapercibido para el chofer, que lo observó asqueado cuando pidió la parada.
Se sintió importante de ver palomeado su nombre en el listado de invitados. Tanto que con pecho henchido cruzó una sucesión de portones, comunicados con patios con arreglos florales. Había mirlos en los árboles y multitud de meseros. En el horizonte un cortijo aislado asentado en tierras de campiña cultivadas de cereal. Había un tapete terso de sombreros, allá, abajo, en un patio amplio, y cientos de carcajadas despreocupadas decoraban la plaza de tientas de la finca. Mujeres con piernas torneadas, trapos caros, lentes oscuros, hombres acompañando ávidos al escocés en la mano. Un mariachi tarareando Si nos dejan, y guaruras, con chícharos en la oreja, parecían prestos a entrar en acción, redondeando de prestigio la atmósfera del evento.
No le importó el exceso de seguridad porque aún no llegaba su momento de actuar. Todavía no.
Así que imagínenlo ustedes en el fluir zigzagueante de pasos torpes, buscándose camino por la gente. Entre mujeres que le aplaudían a una vaquilla que acudía al caballo con alegría. Entre el mariachi replicante y la viudita de Clicquot, que empecinada por abrirle las piernas a una cualquiera, era la distracción del momento. Por suerte apareció su jefe más adelante, conversando con un grupo bajo una sombra. Lo saludó cortezmente, sin ahondar en presentaciones excesivas con sus acompañantes. Sólo les dijo "es una persona que trabaja conmigo", y eso fue todo. A partir de allí se limitó a ignorarlo.
Sin ninguna preocupación, el señor x se dedicó gradualmente a balbucear en círculos que se le fueron cerrando. Alguien le mencionó alcurnia, fábricas, prebendas, empleados, inseguridad, San Diego, huelga, todo esto al ritmo verborrágico del escocés en las rocas. El señor x respondió con las palabras compadrazgo y desfalco, hablando de circunstancias que llegan al borde, que el país estaba al borde.
Hay vasos que se llenan y descontentos populares que colman -dijo.
Es necesario actuar desde lo individual para terminar con esto -repitió entre dientes.
Y se había quedado solo, y con los ojos cerrados hablaba en voz alta. Mencionó algo de los "grupúsculos ciegos que requieren resistencia", de "grupos cortos de mira limitados por sus particulares pretensiones". Dijo que habría que vencerlos con otras armas. Desde otros costados. Hacer algo y hacerlo de inmediato.
Seguramente en labios de cualquiera de nosotros, tales palabras habrían sonado a carnaval de viernes, y todo hubiera pasado desapercibido. Pero no fue en su caso. Porque su voz era chillona y casi hablaba a los gritos. Y además porque el candidato estaba cerca y, curioso por su perorata, se disponía a confrontarlo.
(La historia completa del señor x en su lucha contra/por la corrupción --que se desglosa en entregas en esta columna, puede leerse completa en www.ciudadalfabetos.com)