Desde que se despertó la conciencia ecológica hace unas cuatro décadas, el gran público se ha acostumbrado a saber y preocuparse acerca de las especies en peligro de extinción. Se les llama así a los seres vivos que por la depredación humana, la pérdida de hábitat o la polución, están a un tris de desaparecer de la faz del planeta. Ello, porque sus pocos números impiden reemplazar a los especímenes que mueren, la variedad genética se degrada y resulta imposible regenerar las poblaciones. Miles de especies animales y vegetales han recorrido ese triste camino, especialmente desde el siglo XIX, cuando la actividad humana dio cuenta de seres como la paloma viajera y el célebre pájaro dodo; el cual, hasta que el hombre llegó a su hábitat en la Isla Mauricio, se la había pasado tan cachetonamente que se le había olvidado volar. Y así le fue...
Pero hay otras entidades vivientes que también están en peligro de extinción, y de las que el gran público no parece estar enterado. Claro que no son simpáticas, pachoncitas ni convenientemente manchadas como los osos panda. Ni presentan rasgos de belleza identificables a simple vista. Pero no dejan de ser seres vivos que, una vez desaparecidos, no volverán a escucharse. No regresarán a este planeta. Y éste se verá empobrecido por ello.
Nos referimos a las lenguas, los idiomas de algunos pueblos autóctonos, que presentan una vulnerabilidad semejante a la de los animales que han sido cazados hasta el cansancio, o de las plantas amenazadas por la deforestación y el arrasamiento de la selva para la apertura de tierras de cultivo. De los más o menos seis mil idiomas que se hablan en el mundo, una tercera parte está en riesgo de desaparecer en la próxima generación, debido a la escasa cantidad de parlantes que tienen, y a que a los jóvenes no les interesa aprender una lengua que no les servirá más allá del entorno tribal o familiar. El fenómeno universal de la emigración campesina a las ciudades también juega un papel importante en estas extinciones.
Un recordatorio de esta situación ocurrió hace unos días, cuando una mujer de unos 85 años, Boa Sr, murió en las Islas Andamán, archipiélago situado en el Océano Índico. La señora Boa era el último ser humano que hablaba la lengua Bo, que al parecer fue usada durante los 65,000 años que esas islas han sido habitadas por humanos.
(Sí, muchas islas del Índico y el Pacífico fueron colonizadas por el hombre decenas de miles de años antes que América. Aparentemente a esos antepasados les gustaba remar).
En sus últimos años, Boa Sr no pudo conversar en su lengua materna porque no quedaba nadie que la comprendiera. Se daba a entender en otros idiomas de las Andamán que ella conocía... algunos de los cuales son igual de antiguos y están bajo la misma amenaza de extinción.
Lo que ocurrió con el Bo, el idioma de la señora Boa Sr, está sucediendo prácticamente a diario. A medida que mueren los ancianos de algunas tribus o grupos étnicos, sus idiomas corren igual suerte. En México, el segundo país con la mayor cantidad de lenguas autóctonas vivas en el mundo (sólo sobrepasado por la India, con unas 300) se hablan unos 62 idiomas indígenas. De ellos, una media docena cuenta ya con sólo unos cientos de parlantes, como el cucapá o el paipái. El seri de la costa de Sonora e Isla Tiburón es hablado por unas docenas de ancianos, y párenle de contar. Es posible prever que en una o dos décadas, no habrá nadie que se comunique en esos idiomas.
De hecho, al terminar el siglo XXI, probablemente queden en el mundo la mitad de los que hay en la actualidad. Y más de un 50% de la humanidad hablará sólo seis o siete lenguas principales. Con sus dialectos, modalidades regionales y degeneraciones introducidas por los cómicos (¿?) de Televisa, pero sólo serán seis o siete.
Los darwinistas de siempre alegan que es el destino de aquello que no se puede adaptar a los cambios en la naturaleza; en este caso, al entorno humano. Y que ello ha ocurrido a lo largo de toda la historia: un grupo dominante somete a otro de distinto idioma, y el sojuzgado paulatinamente acepta la lengua del dominante. Ello se hizo especialmente evidente durante los últimos dos siglos, cuando se implementaron sistemas administrativos, educativos y fiscales estandarizados: había que aprender ciertos códigos para ir a la escuela, defenderse de los abogados y evitar ser aplastado. Digo, en el virreinato un indio podía manejarse toda la vida sin hablar castellano. Pero con la independencia y la idea unitaria de los liberales, la creación de sistemas educativos centralizados y el arrinconamiento del mundo indio, saberle a la lengua española se volvió un asunto de supervivencia. En las últimas décadas, muchos jóvenes indios emigraron a la ciudad y aprendieron tepiteño: ¿cómo prosperar en un mundo como el de hoy sin pasar de preparatoria... dado que no hay universidades en lenguas indígenas, y cualquier manual está en un idioma europeo (español o inglés)?
Ciertamente los idiomas dominantes tienen muchas ventajas. Pero no por ello deberíamos despreciar a los minoritarios, que poseen su muy particular riqueza. El ejemplo típico es lo que ocurre con la lengua de los inuit, a los que usualmente llamamos (por razones desconocidas) esquimales, que habitan las heladas regiones del norte de América: su idioma contiene 24 palabras diferentes para referirse a lo que nosotros llamamos simplemente "nieve". Allá, cada variante tiene un significado específico: si acaba de caer, si es de la noche anterior, si está compacta, si es de limón... Cada medio ambiente genera sus propias necesidades lingüísticas. No sé si en cualquier otro lugar de México (o del mundo, excepto La Laguna) haya quien grite, como si fuera una catástrofe planetaria, "¡Ahí viene la tierra!", dando la orden de movilización familiar para cerrar ventanas y evitar los peores estragos de la tolvanera.
Y claro, del tesoro de esos idiomas se pueden enriquecer todos los demás, dominantes o no. Conceptos ingeniosos y giros interesantes pueden tener como ancestros palabras o términos que se colaron desde otra lengua, que alguien escuchó e incorporó. Si más lenguas mueren, esa variedad se va a secar.
Lo lamentable es que, con esas extinciones, nuestro mundo se hace más plano, más homogéneo, menos diverso. Si de por sí ya estamos estandarizados de más... Todos salimos perdiendo cuando murió doña Boa Sr.
Consejo no pedido para maldecir en chiricawa a quienes nos quitaron la señal abierta de los juegos del Santos: Lea "La epopeya del bebedor de agua", de John Irving, maravillosa parodia que tiene como personaje central un botarate que hace su tesis doctoral... sobre un idioma intraducible. Provecho.
PD: Y muchas felicidades a don José Refugio Esparza Villalobos.