La muerte, un arte
La muerte tiene un significado distinto de acuerdo a cada cultura. Mientras que para algunos es el fin de un ciclo para otros es el comienzo; podemos afirmar que no pasa desapercibida en ninguna sociedad anterior ni presente. Y si bien cada una tiene sus propios rituales -algunos festivos, otros de profundo duelo-, la vida del hombre está influida por la certeza de saberse mortal, pues morir es de hecho lo único que tenemos garantizado desde que nacemos. Sin embargo no poseemos una idea concreta de qué nos pasará al momento de exhalar el último aliento y esto hace que la muerte sea el máximo misterio para la humanidad, pese a que cada generación ha atestiguado la forma en que los suyos dejan este mundo.
La muerte está entre nosotros y la realidad nos lo recuerda de forma constante. Pese a ello, para la mayoría de las personas resulta incómodo o doloroso hablar acerca de su inminencia, especialmente cuando se trata de pensar en afrontar el deceso de un ser querido.
No obstante, a lo largo de la Historia es posible observar que la muerte en todas sus posibles manifestaciones (enfermedad, accidente, homicidio, suicidio) y etapas (agonía, sepultura, duelo, desprendimiento) ha tomado un papel protagónico en las diferentes formas del arte. Ninguna vertiente artística está exenta de su influencia, pues un sinfín de creaciones la personifican y otras tantas han sido realizadas con el fin de homenajear a alguien que ha cruzado el umbral hacia el más allá.
Así, aunque marca el fin de la vida, la muerte es al mismo tiempo la semilla germinadora de incontables obras cuya belleza sin duda contribuye a enriquecer el espíritu de la humanidad.
DESDE SIEMPRE, LA MUERTE
El tema de la muerte ha estado presente en la expresión del hombre desde el inicio de los tiempos. Ya en el Paleolítico la plasmaba en pinturas rupestres con escenas de caza, o representaciones como la de un hombre tendido junto a un bisonte que se encuentra en las cuevas de Lascaux (15,000 a. C.), cerca de la villa de Montignac, en Francia. Si bien esas muestras prehistóricas pueden interpretarse como relatos de acciones cotidianas, es precisamente ese punto el que hace evidente que desde épocas remotas los seres humanos eran conscientes de la fragilidad de la vida.
Otro antecedente data del Neolítico, del cual se conserva una serie de cráneos descubiertos en Jericó, que cerca del año 8,000 a. C. fueron revestidos con cal y arcilla, y decorados con pintura e incrustaciones de concha en los ojos. Estas atenciones hacia los restos humanos pudieron ser parte de un ritual religioso, pero resalta el esmero que los pobladores del lugar ponían para que su obra tuviera un aspecto especial, claramente artístico.
Pese a dichas referencias, “es difícil determinar el momento exacto en el que empezó a incluirse la figura de la muerte; pero en el arte etrusco ya existía, en el antiguo arte ibérico también. Y antes de eso en Ur Caldea y en Egipto, las civilizaciones madres”, explica la Doctora en Historia Teresa del Conde.
La literatura primigenia tampoco es ajena a los temas mortuorios. En la Iliada -el poema más antiguo de Occidente- Homero da gran peso a la muerte de Patroclo, mientras que Virgilio plasmó en la Eneida la frase breve et inreparabile tempus omnibus est vitae, ‘el tiempo de la vida es breve e irreparable para todos’.
Hasta los huesos
Podemos afirmar que no hay un punto de la Historia donde el tema de la muerte se haya ausentado del arte. Además de plasmar el acto de morir o matar, es ostensible la personificación de la muerte, predominando la costumbre de caracterizarla como una calavera o un esqueleto. No se tiene un dato preciso de cuándo fue la primera vez que se haya dibujado o hablado de la muerte como una estructura ósea. “Podría venir desde el momento en que el hombre de las cavernas veía que un cadáver se convertía en esqueleto”, apunta la Historiadora y Maestra en Estudios Latinoamericanos Rocío Guerrero.
Se estima que las primeras imágenes en esta vertiente pudieron surgir en la antigua Grecia, durante el periodo helenístico (323-31 a. C.). Cabe mencionar que entre los célebres mosaicos que se rescataron en Pompeya (Roma), destaca uno del siglo I que tiene un cráneo como figura central; esta pieza podría considerarse entre las precursoras del memento mori, temática atemporal y de muy diversas facetas, cuyo hilo común es que el espectador tenga presente lo que esa frase latina significa: recuerda tu mortalidad.
Para no olvidar
Tanto en nuestros días como en las culturas ancestrales, el hecho de que una persona muera ha dado lugar a la construcción de obras arquitectónicas y escultóricas de diversas magnitudes. Sin duda identificamos a los egipcios como unos de los mayores exponentes del arte funerario, por la majestuosidad de sus pirámides y de todos los implementos con los que rodearon sus exequias. Pero esa grandeza no fue exclusiva del antiguo Egipto, pues en mayor o menor medida encuentra eco en diferentes periodos y lugares, desde los prehistóricos monolitos hasta los monumentos con bajorrelieves de la antigua Grecia, sin olvidar los sarcófagos del arte etrusco o los mausoleos, como el del emperador Qin Shi Huang de China, famoso por su impactante ejército de terracota (los conocidos guerreros) compuesto por más de siete mil figuras esculpidas en tamaño real, en 210 a. C.
Imposible no hacer mención del Taj Mahal (1632-1653), mausoleo que el emperador Shah Jahan erigió para honrar a su esposa favorita. Igualmente existen alrededor del mundo varios cementerios cuyas tumbas, criptas y esculturas son de tal belleza que hacen de los camposantos escenarios equiparables a magníficos museos, entre ellos el Cimetière du Père-Lachaise de París, o el de la Recoleta en Buenos Aires, que más allá de sus célebres habitantes son conocidos precisamente por la fastuosidad de sus sepulcros.
Desde luego, el sentido de toda esta clase de monumentos no es que los vivos nos deleitemos al verlos, y mucho menos que el difunto se sienta complacido, sino un intento de materializar y perpetuar la relevancia que tenía la vida de esa persona para quien ordena la construcción de la tumba.
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