Será por que hoy me siento triste yo también. O quizá más que tristeza sea melancolía, pero el caso es que ese estado de ánimo me llevó a sumergirme de nuevo en unos textos leídos hace tiempo, sobre la vida de Marilyn Monroe.
Cualquiera pensaría que la mujer que llegó a ser en su tiempo la más bella del mundo, era una mujer feliz. Adorada y deseada por los hombres, rica, famosa y envuelta en un mundo de glamour y ensueño: el mundo de Hollywood.
Pero no era así. Fue una mujer sufrida y atormentada, que se sentía profundamente sola y por ello, entre otras cosas, escribía poesía, en prosa o verso libre (¡quién lo hubiera creído!).
"Siento que la vida se me acerca, cuando lo que quiero es morir", escribió alguna vez. Porque buscaba su lugar en la vida, lugar que jamás encontró.
Hombres famosos la amaron, pero ninguno supo realmente anidar en su corazón. Sería tal vez, porque buscaba en algunos de ellos la figura paterna que nunca conoció, pues desde su nacimiento fue una mujer desdichada y no deseada, hija de una madre loca cuya ausencia marcó su infancia.
Personajes mundialmente reconocidos, como los hermanos Kennedy, Arthur Miller, Frank Sinatra, Yves Montand o Marlon Brando y hombres como Clark Gable, Dean Martin y otros más, nunca llenaron las expectativas de aquella mujer triste.
Su vida fue una alocada carrera hacia la muerte, por ello, a la entrada de su casa de Los Ángeles, tenía un letrero con una inscripción latina que textualmente decía: "Cursun Perficio", esto es: "Aquí acaba el viaje".
Le hubiera gustado suicidarse arrojándose de un puente, pero quería un puente feo y todos le parecían bonitos; y por tanto decidió hacerlo de otra manera.
Cualquier lugar y cualquier día hubiera sido bueno para morir para una mujer atormentada y triste; aunque cualquier hombre, se pensaría, estaría dispuesto a hacerla feliz.
En la última sesión de fotos que le tomaron, seis semanas antes de su muerte, ella se mostró tal cual era y dejó ver todo lo que no quería enseñar "un cuerpo y un rostro que empezaban a estar castigados y en su abdomen una enorme y exagerada cicatriz, resultado de una operación de vesícula".
Y aún así, como dijera Diane Vreeland, la editora de "Vogue": una mujer no es bella por su piel, sino por sus cicatrices; y las de Marilyn eran muchas y demasiado profundas, no sólo en su piel, sino lo que es mas grave en su alma.
Al lado de la imagen de rubia tonta y superficial, existía una mujer que leía lo mismo a Walt Whitman, James Joyce, Samuel Beckett, Gustav Flaubert, Dostoievski y Steinbeck, todo ello en la búsqueda de sí misma; y aun Freud, le parecía un hombre triste y atormentado, por eso se identificaba con él.
Marilyn fue una mujer que trascendió en el tiempo por su belleza. Aún hoy, tengo amigos que atesoran cientos de fotografías de ella y las tienen como si se tratara de un altar. Francisco Gómez Flores y Humberto Dávila Esquivel, son dos de ellos que por más que se buscan entre los hombres que la amaron o vivieron con ella, ¡nunca se encuentran!
Puede haber en el mundo mujeres más bellas que ella, pero ninguna ha ocupado un lugar tan preponderante en la historia de la belleza y el glamour.
Sólo la rubia del vestido blanco, que paseando por Nueva York dejó plasmados sus más íntimos encantos en una fotografía memorable, podía levantar grandes pasiones a la distancia.
Pero con todo y eso, su primer marido, James Dougherty, con el que se casó a los 16 años, la traicionó y luego abandonó.
De qué servía ser la mujer más deseada del mundo, si nunca logró encontrar a un hombre que la hiciera realmente feliz, le diera tranquilidad y la apreciara por lo que ella era y no por lo que representaba.
Hubo hombres, como los mencionados, que lograron tener su cuerpo, pero jamás penetraron a su verdadera esencia y sensibilidad.
A un ser sensible sólo se le puede admirar con los ojos del alma. Lo demás, es mera superficialidad.
Se puede decir que nunca temió a la vejez; quizá porque intuía que no llegaría a ella.
Y en cierta forma, por eso su imagen perdura. A otras mujeres hermosas les ha ganado el tiempo y su belleza se ha esfumado. Recientemente vi unas fotos de Elizabeth Taylor y en verdad era bellísima, con unos ojos color violeta inconfundibles; pero el tiempo ha hecho estragos y ahora se muestra como una mujer abotagada y sus ojos han pedido aquella luminosidad que la hizo famosa.
En la belleza, como en el box, hay que saber retirarse a tiempo o que el tiempo las retire antes de andar dando lástimas.
Arthur Miller, escribió para ella en su obra: "Vidas rebeldes" el siguiente diálogo: "¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo? Y ella, o el personaje escrito para ella, afirmaba: "Pues todo el mundo piensa que soy muy alegre"; ante lo cual Clark Gable, su compañero en esa película, le responde: "Eso es porque cualquier hombre se siente feliz al mirarte".
¿Cuándo aprenderemos nosotros a apreciar a la mujer por lo que es y no por lo que aparenta ser?
¿Cuándo aprenderemos a ver más allá de unas piernas hermosas y un derriére atractivo?
Quizá volviendo a nacer y que Dios nos hiciera de manera distinta; porque así, seguimos los instintos diabólicos de los que fuimos dotados.
Así fue la mujer más triste del mundo que buscó siempre "tener una idea de mí misma". Esa que nació con el nombre de Norma Jean Mortenson y fue bautizada como: Norma Jean Baker, pero que el mundo conoció como Marilyn Monroe, el símbolo sexual más atrayente del pasado siglo.
Sus notas, cartas y poemas, están ahora recopilados en un libro publicado por Seix Barral, bajo el título de "Fragmentos", cuya lectura es deliciosa en sí por tratarse de manuscritos casi inimaginables de una rubia boba que era más que eso y un bello cuerpo.
Cosas raras éstas en las que nos volvemos a sumergir cuando nos atrapa la tristeza o la melancolía.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".