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La novia del séptimo arte

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La novia del séptimo arte

Arturo González González

Con casi 40 películas en su haber, Juliette Binoche es la actriz francesa más reconocida de la actualidad. Ha explorado sus entrañas para dotar a sus personajes de una fuerza y vitalidad que pocos pueden presumir.

Nacida el 9 de marzo de 1964 en París, el destino de Juliette Binoche estaba definido desde el principio: su padre era escultor y director de teatro, su madre actriz y maestra de arte dramático. Por sus venas corría sangre de histrión, lo cual se puso en evidencia desde la adolescencia, cuando comenzó a intervenir en obras de teatro escolares. Estudió en el Conservatorio Nacional de Artes Dramáticas de París, al mismo tiempo que trabajaba como asistente en el Bazar de l’Hôtel de Ville, donde aprendió a analizar el comportamiento humano.

Luego de graduarse, en 1983 la joven hizo su debut en el séptimo arte con un pequeño papel en la cinta Liberty belle (Pascal Kané), experiencia que la motivó a adentrarse de lleno en la industria del celuloide. Tras desempeñar algunos roles secundarios, su belleza y talento llamaron la atención del polémico Jean-Luc Godard, quien le ofreció un personaje de reparto en el controvertido filme Yo te saludo María (Je vous salue, Marie) de 1985, una moderna revisión de la figura de la Virgen.

Ese mismo año Juliette se enfrentó al primer gran reto de su carrera al dar vida a una atribulada Nina en el largometraje Apasionados (Rendez-vous), de André Téchiné, al lado de Lambert Wilson y el veterano Jean-Louis Trintignant. Su impactante interpretación de una mujer que se debate entre sus deseos de ser actriz y su compleja relación con tres hombres le valió el elogio unánime del público y la crítica.

No obstante, la naciente estrella sufrió un tropiezo en 1986 al participar en la ingenua parodia de detectives Mon beau-frère a tué ma soeur (Jacques Rouffio), rotundo fracaso de crítica y taquilla, en el que poco pudo hacer para confirmarse como la gran promesa del cine francés. Pero pronto se levantó y mostró su talla de gran artista en el thriller Mala sangre (Mauvais sang, 1986), dirigido por Leos Carax, por el cual obtuvo su segunda nominación al César como mejor actriz.

LA AMANTE SIN FRONTERAS

El reconocimiento mundial llegó en 1988 de la mano de Philip Kaufman, con su adaptación cinematográfica de la famosa novela existencialista de Milan Kundera en La insoportable levedad del ser (The Unbearable Lightness of Being), en la que encarna con soltura a Tereza, una fotógrafa atormentada por la constante infidelidad de su esposo el doctor Thomas (Daniel Day-Lewis) en medio de la invasión soviética a Praga de 1968. La película, la primera hablada en inglés en la carrera de Binoche, fue ampliamente elogiada al igual que el trabajo de la francesa. Este suceso marcaría el inicio de su proyección más allá de las fronteras.

Luego de la soberbia personificación de la pintora vagabunda Michèle en Los amantes del Puente Nuevo (Les amants du Pont-Neuf, 1991) de Leos Carax, que le valió el premio de Cine Europeo a la mejor actriz, Juliette se trasladó en 1992 a Londres para tomar parte de Cumbres Borrascosas (Wuthering Heights, Peter Kosminsky), basada en la novela gótica homónima de Emily Brontë, en la que da vida a Catherine, una joven enamorada de Heathcliff (Ralph Fiennes) que debe casarse con un hombre a quien repudia; y Una vez en la vida (Damage, Louis Malle), donde caracteriza a Anna Barton, que se convierte en amante de su suegro (Jeremy Irons), un miembro del parlamento que cae en desgracia por su obsesión amorosa. Aunque ambas cintas no obtuvieron el éxito esperado, la nativa de París pudo consolidar su trayectoria internacional.

En 1993 regresó a Francia para desarrollar bajo la dirección de Krzysztof Kieslowski uno de sus papeles más memorables. En Tres colores: Azul (Trois couleurs: bleu) interpreta a Julie, una viuda atormentada por la trágica muerte de su hija y su esposo, un exitoso compositor cuyo última creación estaba dedicada a la ‘nueva’ unidad europea una vez acabada la Guerra Fría. Aunque trata de olvidar el pasado, se ve inmersa en una serie de circunstancias que la llevan a terminar la obra de su difunto marido. Su excelente labor fue reconocida con el César a la mejor actriz, la Copa Volpi de Venecia y una nominación al Globo de Oro.

Los roles desempeñados por Juliette hasta ese punto demostraban con diversos matices un perfil prototípico: el de la mujer que se debate entre sus más profundos deseos y los desafíos que su realidad le plantea. Binoche reflejaba, siempre de forma exquisita, los dilemas a los que se enfrentan las mujeres de nuestro tiempo, y eso la convirtió en una actriz imprescindible.

UN AMOR ÉPICO

Luego de un año sabático, obligado por el nacimiento de su primer hijo, la nueva diva francesa volvió a la pantalla grande con Un jinete en el tejado (Le hussard sur le toit, Jean-Paul Rappeanau, 1995), adaptación del libro homónimo de Jean Giono, con la que Juliette delineó un nuevo tipo de caracterizaciones en su carrera: la de la heroína de aire romántico.

En ese camino rodó un año después el emotivo filme épico El paciente inglés (The English Patient), basado en la novela de Michael Ondaatje y dirigido por Anthony Minghella, en el que nuevamente compartió créditos con Ralph Fiennes y con el que obtuvo su primer Óscar en el papel de Hana, una enfermera francocanadiense que atiende y sirve de confidente al geógrafo conde László de Almásy en un monasterio italiano abandonado durante la Segunda Guerra Mundial. Con este excelso trabajo, el mundo se arrodilló ante el talento de la parisina.

En 1999 recreó a la escritora Amantine Aurore Lucile Dupin, alias George Sand, en la película Los amantes del siglo (Les enfants du siècle, Diane Kurys), al lado de Benoît Magimel. A partir de entonces Juliette demostró que ningún personaje es demasiado grande para ella y comenzó a explorar todo tipo de roles en ambas costas del Atlántico.

UNA VIDA PARA EL CINE

La primera década del siglo XXI se ha convertido en un rico mosaico de las inmensas capacidades histriónicas de la Binoche. Muestra de ello son sus apariciones en La viuda de Saint-Pierre (La veuve de Sainte-Pierre, Patrice Leconte, 2000), como Madame La, quien lucha por redimir a un salvaje asesino en una lejana isla; en Chocolate (Chocolat, Lasse Hallström, 2000) como Vianne Rocher, cuyas cualidades de repostera conquistan a un pueblo; en la comedia romántica Jet Lag (Décalage horaire, Danièle Thompson, 2002), donde comparte cartel con Jean Reno, y En mi tierra (Country of My Skull, John Boorman, 2004), en la que personifica a Anna Malan, una poetisa afrikáner durante la época de la abolición del apartheid en Sudáfrica.

De sus más recientes proyectos destacan sus intervenciones en el exitoso thriller El observador oculto (Caché, Michael Haneke) y El evangelio prohibido (Mary, Abel Ferrara), ambas de 2005; Le voyage du ballon rouge (Hsiao-hsien Hou, 2007), Paris (Cédric Kaplisch) y Las horas del verano (L’heure d’été, Olivier Assayas, 2008).

Hija pródiga de la ‘ciudad luz’ y luz brillante de la pantalla grande, Juliette ama el cine, como el cine la ama a ella. Esta francesa sabe lo que hace y lo que dice. “No somos más que exploradores de nosotros mismos”, declaró hace poco en una entrevista para El País. Recientemente acaba de estrenar Copie Conforme, del realizador iraní Abbas Kiarostami, que compitió este año por la Palma de Oro en Cannes y con la que Juliette confirma su romance con el cine donde sea que éste se genere, y con el arte en general, porque además de actuar la Binoche pinta, baila y escribe poesía. Su constancia y entrega la han convertido en la actriz más grande que ha dado Francia en las últimas tres décadas... y en la eterna novia del séptimo arte.

Correo-e: argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx

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