El tópico más discutido en los mercados financieros estos días es el de las deudas sobernas de los países desarrollados, que crecieron de manera acelerada por los elevados déficit gubernamentales de los últimos años.
En otros tiempos esas preocupaciones se centraban en los países emergentes, donde eran muy comunes el desorden presupuestal y los episodios recurrentes de alta inflación y devaluación de la moneda.
Hoy la historia es distinta. Los inversionistas huyen de los bonos de países como Grecia, Portugal y España, para refugiarse en los bonos del tesoro estadounidense y en los de algunas de las más fuertes economías emergentes.
Las empresas calificadoras, por su parte, reducen las valuaciones de las economías débiles de la eurozona y amenazan con hacer algo similar con otras naciones desarrolladas, como Inglaterra y hasta Estados Unidos (EU), que a pesar de ser el refugio por excelencia, también pudiera ver una caída en su calidad crediticia.
La razón de toda esa zozobra es que el nivel de las deudas soberanas de muchos países europeos y EU rebasa el 100 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), mientras que sus déficit públicos se ubican por encima del 10 por ciento y crecerán en el futuro próximo, abultando aún más el peso de la deuda.
La economía desarrollada con el mayor nivel de deuda pública es Japón, que este año puede alcanzar el 200 por ciento de su PIB. No obstante, a pesar de que ese nivel de deuda supera por mucho al de los países en dificultades de la eurozona, así como el que tiene EU, no causa angustias financieras. Es más, en esta época de turbulencia el yen se ha fortalecido frente al euro y al dólar estadounidense.
La deuda soberana de México, en contraste, apenas rebasa el 30 por ciento del PIB, lo que si bien nos mantiene alejados de las dificultades que viven los griegos y españoles, no ha sido suficiente para apreciar al peso, que junto con el resto de las divisas de países emergentes y desarrollados se depreció frente al dólar y al yen japonés.
Los comentarios anteriores llevan a un par de interrogantes. Primero, ¿por qué es preocupante el nivel de la deuda de un país? Segundo, ¿por qué la moneda de Japón se fortaleció a pesar del nivel tan alto de su deuda gubernamental, mientras que España y Grecia, con niveles menores de deuda, atraviesan tantas dificultades?
Para responder estas preguntas necesitamos entender que la deuda nacional de un país se contrae con sus residentes, con extranjeros, o una mezcla de los dos, y se puede denominar en la moneda local o en una divisa extranjera.
Estas variables permiten cuatro posibles combinaciones. En cualquiera de ellas un nivel alto de deuda es preocupante porque impone costos económicos asociados al dispendio gubernamental, que por lo general se traducen en menor crecimiento de la economía, pero las dudas de los inversionistas en cuanto a la capacidad de pago de una economía difieren considerablemente en función de a quién se debe y en qué moneda.
La mezcla más complicada consiste en una deuda soberana que se debe en su mayor parte a extranjeros y en una moneda que el país en cuestión no puede emitir. Éste es, en esencia, el caso de Grecia, ya que la mayor parte de su deuda la tienen bancos y nacionales de otros países, está denominada en euros y el gobierno griego no controla su emisión.
La única forma de cumplir sus compromisos es mediante un ajuste brutal de la economía griega, que implicaría altos niveles de desempleo y caídas substanciales en el ingreso de la población. No extraña, por tanto, las dudas que existen en los mercados respecto a la viabilidad política y social de esos sacrificios.
La siguiente combinación consiste en una deuda soberana que se debe a nacionales y extranjeros, tanto en moneda local como extranjera. Éste ha sido el caso, por ejemplo, de México. Aquí la porción de deuda denominada en moneda local se reduce mediante un alza de la inflación, mientras que el ajuste para cumplir con el exterior se apoya en una depreciación del peso.
El tercer caso es el de Estados Unidos. Debe a sus nacionales y mucho a extranjeros, pero todo en dólares, la moneda que imprime. El pago de esa deuda siempre se puede hacer emitiendo nuevos billetes o bonos del tesoro que reemplacen a los que están venciendo.
El caso más cómodo es, sin embargo, el de Japón. Toda su deuda es con residentes japoneses y se emite en yenes. No tiene que lidiar con extranjeros. Es, a fin de cuentas, una deuda que se deben a ellos mismos.
En el peor de los casos, el gobierno siempre puede pagarles a sus acreedores domésticos imponiéndoles el monto necesario de impuestos para saldar el adeudo. Esto explica, en gran parte, la relativa tranquilidad de los mercados ante el nivel de endeudamiento japonés.