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La potabilizadora natural

A la ciudadanía

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

Cuando las poblaciones humanas empiezan a ocupar los espacios físicos otrora vírgenes o silvestres, la primera reacción que provocamos es el desplazamiento de las especies nativas en ellos existentes, ya sea mediante la eliminación de la vegetación que nos estorba para montar nuestras construcciones habitacionales o expulsando la fauna que en tales espacios tenía su hábitat. Esta es la lógica del poblamiento humano que además implica el uso de los recursos disponibles en las áreas aledañas para asegurar su subsistencia y permanencia: el suelo para cultivar alimentos, el agua para su consumo, los mismos tejidos vegetales nativos que le son útiles, entre otros.

Pero cuando estos espacios ocupados se saturan en grandes aglomeraciones urbanas surgen los problemas derivados de los desechos que en ellas se generan, como la contaminación del aire atmosférico, de los suelos donde se deposita la basura o se descargan aguas residuales, se alteran los ecosistemas circunvecinos; con el tiempo esa ocupación también provoca una presión sobre los recursos naturales disponibles, los cuales se deterioran o empiezan a escasear.

Ciertamente, el ingenio humano ha resuelto con la innovación tecnológica algunos de estos problemas como la creación de filtros que reduzcan las partículas que emiten las empresas o lo autos alterando las concentraciones de los elementos que permiten respirar un aire menos tóxico para la salud de la gente, el tratamiento de las aguas residuales y poder reusarlas en apoyo de otras actividades económicas o recreativas más no domésticas, o utilizar otras fuentes de agua diferentes a las que se hayan usado para cubrir el déficit alcanzado una vez que se agotan las disponibles.

Quizás el ingenio humano podrá resolver algunos de los problemas de deterioro ambiental que tiene causas antrópicas, aunque no siempre le haya atinado lo suficiente en la generación de esas tecnologías o haya diagnosticado los problemas a tiempo. Un ejemplo podrían ser las grandes presas, que en su momento fueron obras de ingeniería hidráulica loables porque adaptaban el medio a las necesidades humanas: se podían controlar escurrimientos de ríos para suministrar agua acorde a ciclos agrícolas, a la vez que se controlaban inundaciones que afectaban siembras y asentamientos humanos.

Pero las grandes obras hidráulicas con el tiempo se convierten en una carga y peligro para la economía y la sociedad, ya que al concluir su período útil no sabemos cómo desmontarlas o sustituirlas para que cubran las funciones que les dimos con base a esa visión antropocéntrica que tenemos de nuestro entorno, amén de que nos dimos cuenta que son una de las causas de la disminución del agua que recarga los acuíferos en las partes bajas de las cuencas hidrográficas, que favorecieron la pérdida de la diversidad biológica al alterar los ecosistemas riparios y de que la forma en que se operan apoyada en los sistemas de riego de cultivos afectaron la fertilidad de los suelos agrícolas al disminuir los acarreos de materia orgánica que en ellos se depositaban.

Otro ejemplo es que nos dimos cuenta o dimensionamos el hecho más de dos siglos después, de que estábamos incorporando altas concentraciones de CO2 y otros elementos a la atmósfera de modo tal que alteramos el clima, ya no sólo de una región sino a nivel global.

Posiblemente la innovación tecnológica generada y aplicada en un momento histórico y en un espacio geográfico determinados fueron lo último disponible o previsible por el ingenio humano, pero con el tiempo hemos aprendido que debemos hacer el esfuerzo de ver horizontes de más extensas longitudes de tiempo, es decir, de planificar el desarrollo a plazos mayores si aspiramos a que éste sea sostenible, que trascienda los éxitos deseados de nuestra cohorte generacional, como lo fueron las presas, lo son la termoeléctricas, industrias y otras formas de generación de bienes y servicios para la población, y una manera de hacerlo es invirtiendo los menos recursos para que éstos se asignen a satisfacer otras necesidades, pero también en una relación más armónica con la naturaleza, tratando de entender cómo funciona ésta y convivir con ella alterando lo menos posible su propia estructura.

La anterior reflexión se asocia al encabezado de esta columna, ya que en la Comarca Lagunera padecemos un serio problema en el suministro de agua dulce para usos domésticos en la medida que la ingerimos contaminada con sales cuyas concentraciones la hacen tóxica para nuestra salud. En remembranza a la reflexión que hacemos en las notas anteriores, es indiscutible que debemos afinar el ingenio humano para buscar, en el marco de las posibilidades que tenemos y considerando que el problema del agua en la región es sumamente complejo y que por tanto no se soluciona de un plumazo gubernamental o sólo por la queja ciudadana, las opciones tecnológicas que nos eviten despilfarrar recursos y no forzar soluciones aparentemente exitosas para nuestra generación, pero intrascendentes para el futuro de la región, como es la presunta potabilizadora artificial que se pretende construir para dar una solución lejana de su causa principal.

Es por ello que desde el espacio ciudadano invitamos a los organismos oficiales vinculados con la gestión del agua, a valorar la posibilidad de que mediante la recuperación del caudal ecológico en el tramo del Río Nazas que atraviesa la zona metropolitana, como una forma de recuperar esa parte del acuífero; esto implica utilizar la tecnología disponible para conocer la red piezométrica de los pozos profundos de donde extraemos agua las tres ciudades, es decir, valorar hasta qué punto mediante una recarga inducida y localizada mejoraríamos los niveles estáticos y dinámicos en dicha parte del acuífero, de modo tal que al reducir los abatimientos se pudiera disponer de agua de mejor calidad. Esto es lo que llamamos una potabilizadora natural, es decir, una opción más armónica con la naturaleza y acorde con un plan de recuperación del acuífero a más largo plazo.

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