A una cuantas calles, en el remozado Centro Histórico, en las calles de Isabel la Católica esquina con lo que ahora se conoce como Madero, antes de Plateros, a unas cuantas calles de de la plaza del Zócalo, monumental espacio público, se encuentra el templo de La Profesa, donde a principios de 1810 se reuniría un grupo de Conjurados cuyo plan consistía en separarse de España, impedir la aplicación de la constitución de Cádiz y ofrecer el trono a un miembro de la familia real española. Los conspiradores como los que se reunieron en Macallen, Texas, en el otro lado de la frontera, llegaban durante las noches entrando por un costado cubierto el rostro con una orilla de sus capas, cuya casa alojaba novicios jesuitas que habían cumplido cuatro votos. No había posibilidad de que fueran presos los confabulados, pues contaban con el virrey que después fue sustituido por Juan O→ donojú. Recordemos que en esa ocasión, Iturbide primero había combatido a las fuerzas rebeldes que comandaba Vicente Guerrero, más adelante se abrazaron en Acatempan, uniendo sus fuerzas en lo que se llamó Ejército Trigarante, previa firma del Plan de Iguala.
El ejército de las Tres Garantías, como lo registraría la historia, consumándose la Independencia al entrar a la capital, con Agustín de Iturbide al frente, quien dirigiéndose a los ciudadanos del recién creado Imperio Mejicano, les dijo "Ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros toca señalar el de ser felices", lo que no le impidió coronarse como Emperador con el nombre de Agustín I. Quizá pensó, como lo hacen quienes actualmente aspiran a sentarse en el Palacio de los Virreyes, que era lo que el pueblo anhelaba. Desde ese entonces se daba la "cargada", bastó que Iturbide diera a conocer sus ansias para que los "búfalos" de aquel tiempo lo coronaran como soberano y pasados tres años fuera pasado por las armas, esto es, fusilado en Soto la Marina. Anteriormente López de Santa Anna se había levantado en un movimiento que terminó por derrocar al susodicho emperador enviándolo al exilio. Eso pasó en 1822. Luego Santa Anna en 11 ocasiones ocupó la presidencia; durante los primeros 35 años de la vida independiente de México fungió como árbitro de los destinos del país. Como político, igualito a muchos que le sucedieron en el trono, carecía de ideas y de principios.
Se celebró una misa de réquiem por la pierna del héroe inmortal de Cempoala en la iglesia conocida como la Profesa, Se la inhumó con fastuosos honores en el panteón de San Fernando. Eso lo hicieron sus cortesanos. Su Alteza serenísima, tenía una pierna que no lo era tanto a juicio del pueblo que la desenterró para que fuera comida por los perros. El seductor de la patria fue lanzado del Olimpo donde moran los dioses, que se caracterizó por su evidente cobardía y una ambición sin límite. Nuestros antepasados tuvieron la desgracia de soportar que nuestro país se viera desmembrado territorialmente por la voracidad de nuestros vecinos, que se aprovecharon del residente de Manga del Clavo que dormía plácidamente recargado en el tronco de un árbol.
Esto es una pequeña muestra de cómo se hilaba la cosa política en el México independiente y desde entonces nuestros próceres no han cambiado mucho si vemos su errático comportamiento. La moda ahora es crear dinastías. Lo que se ve no se pregunta. A lo largo y ancho de la República, hemos visto a los gobernadores salientes proponiendo a personas allegadas, de su equipo o conveniencia, para que el partido los adopte como herederos de sus feudos, sin importar la buena o mala imagen que pueden dejar confiando en que sus obsequios les hagan el milagro de que los electores voten como lo desea el mecenas. Un ejemplo claro lo tenemos hasta ahora aquí cerquitas, casi en el traspatio, es decir en el Estado de Durango, donde está jugando la gubernatura un compañero de primaria del mandatario en turno. Tenga o no capacidad, no es lo importante, la lógica nos debe indicar que un gobernador debe tener las manos fuera de los procesos electorales, porque eso ensucia la decencia con la que deben manejarse estos asuntos. En fin, vemos con preocupación que nuestra clase política tiene la sensibilidad de una tortuga que al primer ruido mete la cabeza y las extremidades en su caparazón, creyendo que nadie se dará cuenta de que ahí ha estado todo el tiempo.