No es para regocijarse que los diputados, ante los cuales compareció el secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, lo hayan vapuleado, aunque diré que más que interrogarlo parecía que lo habían condenado a sufrir la pena de fusilamiento, poniéndolo de espaldas en un paredón imaginario en que se convirtió la comisión especial designada por la Cámara de Diputados, para seguirle los pasos al gasto realizado por el Gobierno Federal en los festejos del Bicentenario del inicio de la Independencia. Los diputados federales lo tundieron bien y bonito, de tal manera que parecía niño de primaria al que la maestra le hace estirar las manos, para aplicarle un palmetazo como castigo. Los diputados no se anduvieron con pequeñeces, a pesar o por lo mismo, de ser un alto funcionario del Gabinete, lo menos que le dijeron es que los gastos de la celebración fue una cátedra de cómo despilfarrar los dineros públicos.
Todo empezó cuando el secretario de Estado subió al estrado, en el salón donde ya lo esperaban los legisladores. Vestía un traje a rayas que algunos llegaron a pensar que era premonitorio de lo que pudiera llegar a pasarle, si este país fuera serio. Dice la nota informativa que Lujambio, golpeando la mesa que tenía delante con su índice derecho, elevando la voz unos cuantos decibeles, enfáticamente respondió "no, no ha habido despilfarro", asegurando que la erogación de 2,900 millones de pesos no fue un gasto sino una inversión. Dijo que nuestro país le enseñó al mundo que los mexicanos estamos de pie y orgullosos de nuestro sentido identitario. (Se ignora qué quiso decir, el secretario de Educación, con ese neologismo o quizá se trató de un simple error de lectura).
Luego vino una retahila de conceptos cada vez más punzantes para el funcionario. Un diputado le dijo que la historia de este país no puede construirse con fetiches y baratijas. Llamó fastuoso e inútil al gasto multimillonario que hizo el Gobierno. El diputado federal mencionó a José Vasconcelos, como bien pudo haber incluido a Justo Sierra, Ezequiel Padilla, Jaime Torres Bodet, Agustín Yáñez y Jesús Reyes Heroles, paradigmas de la educación en México, que estuvieron en la silla que ahora ocupa el deponente.
A continuación el mismo diputado le endilgó que era un funcionario Nini, dado que sus respuestas a los planteamientos que le hacían los legisladores "ni convencían, ni explicaban, ni justificaban, ni clarificaban, ni contribuían a transparentar el gasto." (El calificativo de Nini tuvo su origen en los jóvenes que ni estudian ni trabajan.) No sabemos qué contestaría a esto el actual encargado de la instrucción pública en este país.
En honor a la verdad, el secretario no se merecía que los legisladores le zahirieran como lo hicieron. No antes de demostrarse que hubo un asqueroso saqueo en nombre de la Independencia y la Revolución, desviando el presupuesto autorizado a la realización de negocios particulares.
No estoy de acuerdo en que se haya vejado al funcionario sin que las aseveraciones conduzcan, si lo amerita, a la presentación ante la autoridad que corresponda de una denuncia por un abusivo uso del cargo. De otra manera quedará en un simple ejercicio de a ver quién es más irónico, que no conduce a ninguna parte. Ya asistió, ya habló, ya dijo, ya puso cara de "what?", sin que se vaya más allá de una confrontación inocua, en la que abundaron los adjetivos. De esta forma se puede apostrofar a los diputados con la misma vara de Ninis, pues ni pichan, ni cachan, ni dejan batear, que decíamos en nuestra niñez de los inútiles bobos que no atrapaban elevados, por facilitos que pudieran ser, jugando a "la quemada", beisbol de cascarita, con una bola de hilaza, cualquier palo, a mano "pelona" y una palomilla de arrapiezos del rumbo, en la que todos éramos ampayers; encuentros de barrio en que le dábamos rienda suelta a la simple alegría de vivir; en la vía pública, toreando los pocos coches, que en aquel entonces circulaban en un tranquilo y apacible Torreón, de los años cuarenta de la centuria pasada. En fin, volviendo al tema, una comparecencia que no tuvo, ni nadie esperaba que la tuviera, la menor trascendencia.