Él era un niño netamente de clase media. Hace treinta años, en Torreón no eran tan notorias esas absurdas diferencias de clases económicas, aunque sí había ya una distancia entre las distintas educaciones.
Eran los albores de la década de los ochentas. Habían pasado diez años de la catástrofe económica del decrépito Luis Echeverría y de José López Portillo, que anduvo por las mismas. La sociedad mexicana había sido ya condenada al precipicio de la miseria colectiva.
Se conservaban sin embargo aún muchos principios de comportamiento, y La Laguna, que en aquella distante ya década de los ochentas cerraba el ciclo de la gran bonanza algodonera e incluso reminiscencias de la uva que tanta fama y prosperidad le dio a la región, para darle paso hasta los noventas a una zona mucho más enfocada a la producción lechera, industria y comercio, que a los orígenes del propio oro blanco (así también se le llamó al algodón). Todo iba modificándose.
En medio de todos estos cambios, en esta sociedad se vivía en plena paz social (eso siempre hay que reconocérselo al jurásico PRI de antes del dos mil, la conservación de la tranquilidad y el orden colectivo).
Este muchacho del montón, le tocó crecer en una de las colonias más antiguas de La Perla Lagunera, y ahí, además de transcurrir su infancia tuvo la fortuna de encontrarse con la inmensa fortuna de conocer la amistad.
Apenas el niño salía de su casa paterna, y los vecinos inquietos ya estaban en la esquina prestos a hacer las aventuras y descubrimientos propios de la niñez. El infante en el barrio en que vivía podía estar en las banquetas junto a sus compañeros de cuadra sin siquiera imaginar de peligros generados por delincuentes.
Cierto es que por su edad, se arriesgaron a alejarse apenas un poco de sus hogares montados en bicicletas y sí, ocurrieron asaltos en los que muchachos fueron despojados de sus biciclos, a eso llegaban los escándalos policiacos de aquel entonces.
El inexorable paso del tiempo hizo que ese niño junto a sus vecinos crecieran, y entonces cada uno tomó el derrotero de su propio destino. Como es común en la mayoría, el muchacho en cuestión se casó y tuvo hijos... y el destino lo llevó a morar justo en el mismo sector donde había pasado sus primeros años.
Pero ya era el siglo XXI y todo era distinto. Justo en los mismos lugares, la prole del niño de los ochentas no puede salir a jugar donde lo acaba de hacer su padre. El equilibrio social estaba desgarrado.
Todavía más, esa nueva familia que habita donde el novel padre de familia fue por supuesto ultrajada con el clásico robo a casa habitación. Y preocupados, al indagar con los compañeros de colonia resultaba que muchos de ellos habían sufrido los mismos ataques. Naturalmente el medidor de agua, ya también le fue arrancado al igual que muchos en todo Torreón, para sumarle más rayas al tigre de la inseguridad.
Toda esta historia viene a cuento por lo sucedido esta semana cuando vecinos de la colonia Villa Jardín, por sus pistolas se organizaron y decidieron cerrar las calles de su zona, cansados de ser blancos indefensos de delincuencia común. La autoridad municipal se rasgó las vestiduras y rápidamente se opusieron a lo que ciertamente es una transgresión del ordenamiento urbano.
El merolico de Bibiano Villa tuvo el cinismo de decir que tenía la capacidad de garantizarle la seguridad. Y el municipio ahora sí atendió las súplicas de los desesperados moradores de la colonia Villa Jardín a través del director de desarrollo urbano, Miguel Algara.
La conclusión a que llegaron es que a la colonia Villa Jardín se le permitirá en vez de barda, tener accesos controlados por plumas, en tanto el ayuntamiento les repara luminarias y mantenimiento en general.
Pero ¿qué es lo que está pasando? Simple. Aquí en Torreón no hay autoridad y a los vecinos no les queda más que organizarse para defenderse en lo posible del hampa que campea sin freno alguno.
El cinismo de los políticos no tiene madre. Cierto de que ahora existen grupos de crimen organizado que tienen una capacidad de fuego y económica que ponen en jaque constante al Estado Mexicano todo, pero los raterillos comunes, extorsionadores de poca monta y carteristas en general, dan rienda suelta cuando los cobardes funcionarios públicos ya no quieren ni molestarse con ellos.
Va a seguir el tema de más y más colonias que pretenderán realizar acciones para autodefensa, y las mismas no son más que signos inequívocos de que como sociedad nos estamos degradando cada vez más. Habrá que ver hasta donde llega esto.
Ayer se jugó el partido de ida de la primera división del futbol mexicano en el Territorio Santos Modelo. Y aunque las treinta mil almas que ahí estábamos nos creemos todos directores técnicos. Hay algo inobjetable que hay que gritarle al entrenador del Santos. Si no se ha dado cuenta, José Manuel "El Chepo" de la Torre es una clásica mariquita futbolera. Armado de un equipo de mucho talento, amén del presupuesto de una institución muy seria y solvente como lo es el deportivo Toluca. "El Chepo" puso a sus once jugadores todo el partido atrás de la pelota y frente a su marco. Un descuido del Santos en el primer tiempo en un tiro de esquina y el clásico contragolpe contra un equipo partido como lo fue el albiverde en la segunda mitad, hacen que el medroso De la Torre casi se salga con la suya, pero Vuoso pudo empatar para la causa lagunera.
Ojalá Romano entienda que la presión estará ahora para los diablos, que difícilmente jugarán a empatar a cero. Y entonces habrá espacios, y el Santos podrá explotar su potencial ofensivo y de paso, poner en su lugar a las mariquitas futboleras como lo es "El Chepo".