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La tecnología y sus (ab)usos

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

La palabra "tecnología" (del griego techne, oficio o trabajo) aparece por primera vez a principios del Siglo XVIII, para referirse al estudio, invención y uso de las máquinas. No había aparecido antes, sencillamente, porque no había muchas máquinas que estudiar y usar; y pensar en inventar nuevas, hasta el advenimiento de la Modernidad, era prácticamente inconcebible. En aquel entonces, las cosas apenas mejoraban a lo largo de los siglos, y (casi) nunca había nada nuevo bajo el sol. Hasta que Newcomen (1712) y Watt (1765) produjeron máquinas que funcionaban en base a vapor, las chunches que facilitaran las tareas humanas se podían contar con los dedos de una mano, y sobraban dedos: los molinos de viento y de agua (aprovechando cascadas o el flujo de los ríos para mover las muelas productoras de harina); grúas primitivas operadas con contrapesos; juegos de poleas; el llamado "tornillo de Arquímedes" para hacer fluir agua de un lado a otro... Okey, okey, ya vamos en los dedos de la segunda mano. Pero creo que captan la idea: el que las máquinas pudieran simplificar la vida, y abrir nuevas posibilidades en todos los ámbitos de la empresa humana (desde la producción de bienes hasta las artes) fue un concepto que apenas se empezó a manejar en los albores de la Revolución Industrial, hace 300 años.

La primera máquina de vapor, la de Newcomen (que en dos años cumple tres siglos, y deberíamos armar bochinche al respecto: es la abuelita del mundo industrial que gozamos... y padecemos) servía para bombear agua de las minas de estaño del suroeste de Inglaterra, que de esa manera pudieron entrar en plena producción. Que el proceso lo realizara un armatoste de metal, prácticamente sin usar el músculo (animal o humano), y sin depender del viento o una corriente de agua, se consideró un auténtico prodigio, desconcertando a mucha gente. Hasta sir Isaac Newton le frunció el ceño al invento. Pero hubo de rendirse a la evidencia de que el mamotreto funcionaba.

Y de ahí p'al real, el número y eficiencia de las máquinas inventadas y construidas fue aumentando de manera logarítmica. Ya para principios del Siglo XIX, las máquinas se volvieron móviles (en forma de locomotoras y buques de vapor), y podían empujar vehículos que a su vez transportaban gente y carga. Tenían que llevar su propia agua y combustible (carbón), lo que constituía una monserga y las hacía extraordinariamente pesadas. Pero por primera vez en la historia se podían mover cargas de cientos de toneladas, de un jalón y a una velocidad razonable; por primera vez en la historia, navegar por la mar no dependía ni del viento ni de los latigueados músculos de los esclavos remeros (y el infaltable panzón del tambor, para llevar el ritmo).

Pero, como todo, los avances tecnológicos no son ni buenos ni malos: depende del uso que el hombre haga de ellos. Y en qué se emplean no siempre puede considerarse positivo. El hecho es que hay dos campos del accionar humano que reaccionan rápidamente y toman ventaja inmediata de las nuevas tecnologías. El primero, obviamente, es el militar; el segundo, la pornografía.

Ello quedó demostrado hace poco, cuando una empresa que suministra "entretenimiento para adultos" anunció que había desarrollado un programa para que sus videos pudieran insertarse (sin pasar por la "tienda" del proveedor y sus filtros) en la nueva computadora-tableta de Apple, la iPad... que había salido al mercado menos de una semana antes.

Resulta que la compañía Private Media Group (¡Esos son eufemismos, no fregaderas!), una empresa de productos porno de vanguardia, puso a trabajar a su equipo de tecnología de 25 miembros (sic) en enero, en cuanto se anunció la salida de la iPad. Por un pelito y sacan su invento antes de que se vendiera la primera tableta del buen Steve Jobs. Y por esta vez, como en otras ocasiones en la historia, los pornógrafos se les adelantaron a los militares en cuanto a la primacía del aprovechamiento de lo tecnológicamente novedoso.

Y es que, por ejemplo, las primeras "postales parisinas" (fotos de frondosas modelos desnudas y haciendo uno que otro numerito), que aprovecharon el nuevo invento de la cámara fotográfica, aparecen una década antes de que los ejércitos europeos y el norteamericano le hallaran un uso militar a la fotografía. La primera película cinematográfica de la historia fue "Salida de los obreros de la fábrica Lumiére", filmada en 1895. La primera cinta porno es de apenas dos años después. Una de las primeras cámaras Polaroid (que no tenían rollo que llevar a revelar con farmacéuticos metiches) se llamaba, curiosa y sospechosamente, The Swinger. Es vox pópuli (aunque las cifras son escurridizas, por el carácter de la actividad) que la primera industria en obtener ganancias de la Internet fue, precisamente, la porno. ¿Y qué me dicen del provecho que le sacaron al VHS, cuando este sistema de grabación de imágenes y audio se popularizó hace 30 años? No hay que sorprenderse, pues, de que los magnates de esa pegajosa industria ya estén salivando por los avances de la TV en 3-D (tres dimensiones). No, no quiero ni imaginarme eso.

Por supuesto, en muchas ocasiones son los militares quienes primero le sacan raja a las nuevas tecnologías. La máquina de vapor fue acondicionada en naves de guerra antes que en buques de carga o pasajeros. El acero producido en gran escala por la entonces nueva tecnología de los altos hornos, sirvió primero para fabricar cañones que cacerolas. Y la propulsión a chorro se aplicó en primera instancia para bombas volantes (las famosas V-1 y V-2) y aviones caza (el Me-262) de la Segunda Guerra Mundial, que para transportar viajeros más rápida y cómodamente. La lista es prácticamente infinita.

Que los militares sean los pioneros en nuevas tecnologías, en principio, no tiene mucha ciencia, dado que los principales ejércitos del mundo ocupan miles de personas en áreas de investigación y desarrollo para encontrar la siguiente-gran-arma. Así cualquiera. Lo interesante es que la competencia provenga de una actividad que, yéndonos a lo fácil, promueve lo opuesto: hacer el amor (o algo así) y no la guerra.

¿Qué dice sobre la Humanidad esta situación? ¿Hay que ser pesimistas sobre nuestro destino como especie? ¿Hay alguna lección que extraer? ¿O simplemente todo el asunto responde al hecho de que la gente ingeniosa está siempre al pendiente de cómo matar al enemigo... o de otra cosa?

Consejo no pedido para cultivar la templanza: Vea la comedia "Hagamos una porno" (Zack and Miri make a porn, 2008). Y la clásica "Juegos de placer" (Boogie nights, 1997), con un repartazo. Provecho.

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