Algunos lectores que amablemente siguen mi columna me preguntan que cómo es Güémez, cómo ha de ser sino la tierra más hermosa que enclavada en el Centro de Tamaulipas, tiene el enorme privilegio de ser recipiendaria de la suficiente tierra, fuego, aire y agua como para atrapar a los visitantes y enamorarlos para siempre.
La tierra del Filósofo es una tierra de mujeres bellas y hombres de trabajo, región proveedora de esperanza que surge altiva y victoriosa entre sierras y montañas; ríos y presas; citricultura y ganadería; agricultura y pesca.
Tierra la nuestra en donde permanentemente hay una cálida bienvenida y generosas sonrisas, región en donde la prudencia abunda y el coraje, por no dejarse vencer por la adversidad, inunda el corazón de los güemences.
Güémez, tierra que seduce los sentidos por su gente y su gastronomía, por su música norteña, por sus sierras y planicies, por su floreciente citricultura o por su exitosa ganadería y pesca, región la nuestra que enriquece la visión de la vida a través de la rica policromía del universo.
Orgullosamente, el nuestro es un pueblo encallecido en la solidaridad del amor, maduro en la amistad, optimista y lleno de entusiasmo por un presente mejor, un pueblo que diariamente se renueva y enriquece en la fe, en la lucha del trabajo, en el amor y la sonrisa, espacio el nuestro de la geografía norteña en el que a pesar de las crisis que laceran nuestros sentidos, generadas por los políticos nacionales que cancelan la reconciliación y el recuerdo, sigue enraizada en el colectivo social la esperanza de un México mejor.
La tierra del Filósofo, girón de la patria mexicana con su multicolor paisaje, lleno de lirios y coyoles, gladiolas y belenes, bugambilias y rosales, de mezquites y naranjos, con cristalinas aguas en sus ríos y presas, de estrellas suspendidas en el azul cielo, como silenciosos testigos de una esperanza que se cuaja en cada hogar, en donde diariamente se gesta y se forja la fe de una patria nutrida por las gestas heroicas de nuestros próceres, por el amor y la perspectiva que nos da la magia indisoluble de la solidaridad que aquí se ejerce.
De esta tierra preñada de buena voluntad, emerge el viejo Filósofo que busca a través de su visión policroma de la vida honrar a su solar nativo, un pueblo que en pleno centenario y bicentenario de dos gestas heroicas que nos legaron patria y libertad, hoy más que nunca se declara enamorado de su historia, admirador de sus héroes, de aquellos prohombres que supieron anteponer a su intereses particulares, los intereses superiores de la patria.
Güémez mi solar nativo, donde vi la luz por vez primera, en donde amamantado en el seno materno aprendí las lecciones -que aquí abundan- de amistad, solidaridad, lealtad, entusiasmo y amor, ese que todo lo puede ¡ah! y no puede faltar que fue aquí donde el viejo Filósofo se nutrió en la sapiente nutriente de las abuelas y los viejos para regocijarse en el don sanador y salvador que ejerce el poder milagroso del humor.
A propósito del humor, resulta que llega Simpliana con el Filósofo toda moretoneada y con hartos golpes en la cara, el viejo campesino de Güémez, sorprendido le pregunta:
-¿Pero qué te pasa, por qué vienes así?
-Es que cada que El Tonino, mi marido, ve con sus amigos los partidos de futbol, llega borracho a la casa y me golpea hasta dejarme así, quiero que me des un remedio.
El Filósofo guarda silencio por un momento y le dice:
-Con el remedio que te doy ya no te golpeará más tu viejo, antes de que tu esposo entre a tu casa borracho, ten preparado un té de manzanilla y comienza a hacer gárgaras, gárgaras y más gárgaras sin parar, no pares por ningún motivo.
Simpliana se va convencida de la efectividad del remedio. A las dos semanas regresa con el Filósofo sin un golpe en la cara, contenta, feliz y agradecida con el viejo campesino por tan maravillosa cura.
El Filósofo la recorre con la vista de arriba a abajo y sonriendo le dice:
-Ya ves Simpliana como cuando llega tu viejo y... ¡te quedas calladita todo se arregla!