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La Universidad Juárez

GILBERTO SERNA

Esto es el absurdo de la absurdidad, diría el "melcochas", un fósil que se jactaba de conocer los recovecos que esconde una casa de estudios cuando el poder público pretende hacer añicos su autonomía. Un disparate que ni a su protector, el titular del ejecutivo anterior, en las noches oscuras en que pensaba cómo hacerse de negocios rentables, se le hubiera ocurrido. Meter el poder político a las aulas universitarias es la peor tontería con la cual alguien puede estrenar el cargo de gobernador. He de considerar, según experiencias de reconocidos catedráticos, que lo hecho es una intervención descarada en asuntos que sólo compete dirimir a los universitarios. Desde aquel bazucazo a las puertas de un recinto universitario, que no sólo destrozó una portón de los tiempos del virreynato sino que además abrió paso a los demonios que pretendían destruir el espíritu universitario. Sólo a un ignorante se le ocurre no darse cuenta de las consecuencias que a la corta o a la larga le traerá su desenfadado proceder.

Si los estudiantes universitarios no se percataban de las intenciones de un gobernador que es contador, egresado de la Facultad de Contaduría y Administración, ahora no habrá duda de que se pretende manejar las riendas de esa institución como si fuera una oficina más de las que hay en Palacio de Gobierno. Una tentación que pocos gobernantes resisten es la de intervenir en los asuntos universitarios. La modificación que se hizo a la Constitución local no deja lugar a dudas de que la Universidad Juárez del Estado de Durango no decide por sí misma quién es el hombre adecuado para ocupar el despacho del rector y si el rector puede o no ser reelegido por la voluntad de su personal académico y del estudiantado. Decirle que no pueden mediante la participación unilateral de un gobierno, es coartar su libre derecho de hacerlo. La universidad debe ser un centro de pensamiento libre, exento de presiones que provengan de la banqueta de enfrente. La época en que las universidades eran tratadas con una capita diminutio, hace tiempo que quedaron atrás.

Hoy prevalecen vientos de libertad en la mayoría de los centros de estudios superiores que garantizan la libertad de cátedra, que es la expresión de una libertad científica y académica. Se trata del derecho de que sus órganos internos de gobierno decidan el contenido de la enseñanza que la universidad imparte. Para eso se requiere la independencia absoluta de los maestros, que tiene su origen en un autogobierno en que la comunidad universitaria puede decidir qué es lo que conviene a sus propios intereses sin injerencia de las autoridades del Estado. Para su desenvolvimiento requiere, si es que no lo tiene ya, de un patrimonio propio que le garantice estabilidad económica y su emancipación, dejando la tutela gubernamental ejercida por los poderes del Estado, liberándose de la subordinación a los intereses políticos de grupos extrauniversitarios.

El ser egresado de una universidad es un honor. Quienes hayamos cursado nuestra carrera en una universidad tenemos un compromiso con nuestra alma máter. Debemos recordarla con el fervor como el que le entregamos a un ser querido nuestro cariño, pero quien nos ha formado en sus aulas merece además nuestro absoluto respeto. Los vaivenes de la política no deben hacernos olvidar que pertenecemos a una familia a lo que no debemos traicionar cualesquiera que sean las circunstancias. Llevar al cabo acciones que sean lesivas a su autonomía, impidiendo que la comunidad universitaria tome sus propias decisiones puede llevar con el tiempo a situaciones indeseables.

En fin, recordemos que el lema universitario señala: "Por mi raza hablará el espíritu". Con estas maniobras parecería que querrían cambiarlo en: "Por mi raza hablará el gobernador".

(Me pregunto ¿los hombres del pasado, no existen? Un recuerdo para ellos con nostalgia, rectores con temple, defensores de los derechos universitarios, les rindo un sentido homenaje en estas aciagas horas en que la Universidad se ve envuelta en la penumbra provocada por quienes pretenden aherrojarla; rectores como don Carlos Galindo, cuánta falta hacen en esta horas aciagas, requiriéndose seguidores de su ejemplar e intachable conducta universitaria).

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