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Lágrimas y risas

ADELA CELORIO

"El que se ríe en la mañana, por la noche llorará", es una sentencia que su madre le repitió tantas veces a mi Querubín, que aún ahora, después de muchos años de intentarlo, todavía no consigo convencerlo de que la risa es terapéutica, saludable y gratuita, y que no tenemos que saldarla con lágrimas; aunque debo reconocer que en ocasiones la malhadada sentencia funciona. Como ya he contado aquí, me retiré unos cuantos días del país, y sin la ración cotidiana de noticias tóxicas sobre secuestros, crimen organizado, narcos y campañas políticas tan costosas como fraudulentas, recuperé mi capacidad de reír sin razón, así nomás, de libertad y contento. De reír a gusto sin imaginar que al regreso me esperaba una buena dosis de tristeza y llanto.

Resulta que a mi Querubín le dio un infarto, y del susto casi me da otro a mí. Ambos fuimos a parar al hospital que es algo así como la cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones, donde en lugar de pronunciar las palabras mágicas "ábrete sésamo" lo que uno tiene que hacer para que se abran las puertas, es dejar en prenda una sólida tarjeta de crédito para que se despachen con ella como quieran; con lo cual la ansiedad, la angustia y la desesperación, alcanzan niveles cardiacos. Gracias a Dios ya pasó el susto. Nos asaltaron, pero el resultado fue positivo porque el Querubín quedó perfectamente restaurado, y ahora, entre enfermeras que lo bañan, le meten mano, y hasta le dan de comer en la boca; está hecho un botón de rosa.

La que está cansada y marchita soy yo, y me marchito más cada minuto cuando pienso que mañana volveremos a casa, y aunque estoy más que dispuesta a cuidar a mi Querubín con cariño y esmero, ya se sabe que un hombre convaleciente es peor que cinco parturientas juntas. Pero ni modo, a pesar de que los psicólogos nos intentan convencer de que el control absoluto de nuestras vidas está en nuestras manos, y que por ello mismo podemos desterrar cualquier sufrimiento; cuando nos toca tristear hay que hacerlo a pierna suelta, dejar correr cocodrilos de lágrimas que son parte esencial de la condición humana, y como la risa, son también terapéuticas y consoladoras. No hay nada como un buen llanto para procesar la pena, después de todo, nadie nos prometió que la vida sería un lecho de rosas.

Y así andaba yo, tristeando entre olores a cloroformo por los pasillos asépticos del hospital, mientras el par de Gorgonas que me tocaron por cuñadas, infestaban el cuarto de mi enfermo. Paciencia -dije- y después de bajar por el periódico del día, me senté en una salita de espera a leerlo. Ahí en primera plana, estaba la foto que me devolvió por unos minutos la risa. Nada menos que Beatriz Paredes, quien junto a Amalia García forman parte del limitadísimo grupo de políticos que no me inspiran desprecio; esa señorona que por su experiencia, por su amplitud de miras y su inteligencia que resalta más ante la inopia neuronal, la miseria moral y la rapacidad probada de la pandilla basura que lidera, aparecía en la foto tan trágica como cualquier griega de Tlaxcala recitando parlamentos viciados de origen: "Respeten nuestro dolor" decía, y culpaba al presidente Calderón de que su llamado a hacer un frente común ante la ola de violencia que nos golpea era una "Estrategia de lucro con la tragedia que nos agravia".

De veras que respeto y a ratos -no muchos- hasta admiro a la Señora Paredes; pero como dice el filósofo yucateco: "todo exceso es demasiado" y en este caso, la solemnidad con que habló, el ceño fruncido, la trenza erizada, el verbo agraviar aplicado a la pandilla basura que lidera; todo era de risa loca. Y mueve a risa porque siendo como ella es, una mujer lúcida y bien informada, es inimaginable que pueda creer que gentuza como el gober asqueroso y la mayoría de sus colegas habituados a nadar en caca, tengan siquiera el derecho de sentirse agraviados por algo. Por otra parte, la señora Paredes no debe soslayar -si no quiere provocar la risa- que los largamente agraviados por su partido, somos los ciudadanos que sabemos que su única preocupación es obtener y conservar el poder para ella y para su partido. Pero al seguir leyendo mi periódico, me puse seria y reflexiva cuando la Paredes bordó su parlamento con un final digno de toda consideración.

Si México aún existe y si los mexicanos sobrevivimos a una política cardiaca y a nuestros despreciables políticos, es porque como dijo Beatriz: "Nuestra fuerza es mayor que nuestra miseria y nuestra esperanza es mayor que nuestro miedo".

Adelace2@prodigy.net.mx

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