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Las bicicletas

ADELA CELORIO

La mañana, un cachito de primavera anticipada. El lugar, la colonia Condesa que es la zona más risueña de esta capital, y el barrio donde la gente es más cosmopolita y todo en el ambiente invita a bajarse del auto y caminar. Pero no, todavía no, primero debo llegar a la cita, y mientras busco dónde estacionar mi escoba pasa frente a mí paseando a sus tres perros salchicha, un lindo joven de larga y sedosa cabellera, sandalias diamantinas y coqueto arete en la oreja izquierda.

Contrastando con su exquisito atuendo, como todo ciudadano responsable lleva en una mano un pequeño recogedor de caca, porque con los perros nunca se sabe. Sigo circulando entre terrazas y restaurantes cuyas mesas se desbordan sobre las aceras; y por tener de todo.

La Condesa tiene también la sucursal más grande y funcional del Fondo de Cultura Económica: librería, sala de cine, salón de conferencias, cafetería con amplia clientela de señores entrecanos e interesantes; Internet, y cómodos espacios donde los lectores se apoltronan a leer sin tener que comprar los libros o donde simplemente trabajan en su computadora con la tranquilidad de que no serán interrumpidos.

La cita era a las doce con el ilustrador de un cuento para niños que escribí inspirada en una abuela y sus nietos cibernéticos; y que ahora terminado y hermosamente ilustrado, anda en busca de editor. Al llegar al lugar de la cita me encontré con la novedad de que a un costado de la librería, flamantes y en perfecta alineación, unas cuarenta bicicletas provistas por el jefe de Gobierno para fomentar el ciclismo en la zona, esperaban que algún paseante las sacara a dar la vuelta.

Cuando tramite mi asunto, daré un paseo en bici -me prometí- y en efecto, al salir de la librería quise alquilar una bicicleta, pero fue imposible. No había nadie que informara, y pues ni modo, otro día será. Monté en mi escoba Colorina con la intención de volver a casa, cuando una calle más adelante descubrí otra formación de bicicletas. Desde la ventanilla de la Colorina grité al policía que parado de frente al tronco de un árbol, con la mano desocupada me hacía señas de que circulara.

Pero yo terca: ¡Poli!, ¡Poli!, ¡hágame caso!" Y sí, subiendo el cierre de su bragueta se volvió hacia mí: "Circúlele, aquí no se puede parar, está obstruyendo el tránsito..." -me dijo. Y yo: ¡Oiga! Aquí tampoco se puede orinar, es vía pública... "Caray Señito, está uno aquí parado, le dan ganas de hacer de las aguas y a ver ¿qué? ¿dónde?" -respondió contrito el uniformado.

Y yo -ni modo poli, va a tener que acompañarme a la Delegación, soy consejera ciudadana y es mi deber remitirlo... "¿Cómo cree?" -Pues si no quiere que lo consigne váyale pensando de a cómo nos arreglamos. "Oiga pero si acabo de llegar al crucero, todavía no me cae nada..."

En ese caso súbase porque vamos a la Delegación... "Deje ver si mi pareja trae lana". En unos minutos el poli regresó con veinte pesos. -¿Esto es todo? Su infracción vale mucho más, pero por esta vez voy a olvidarme de su cochinada si al menos puede informarme cómo alquilar una de las bicis que están ahí formadas.

"Uyyyy seño, tiene usted que ir hasta por la Guerrero, y pagar trescientos pesos para que le den una tarjeta" Ya con ésa, nomás viene, saca la bici y la puede dejar en cualquier paradero..." ¿Y usted sabe dónde están los carriles para ciclistas? "No, ésos todavía no, yo creo los van a hacer sólo cuando haya más de cinco accidentes".

Estando como estoy, en un severo programa de abstinencia de discusiones; me retiré pensando: si no puedes con la corrupción, únete a ella.

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