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Las encuestas: ¿Rashid o Babá?

GILBERTO SERNA

Las encuestas que pretenden dilucidar en un momento dado cuál es el candidato a un puesto de elección popular que cuente con el mayor número de electores hasta ahora y fuera de algunas practicadas por gente que se precie de respetarse a sí misma me parecen poco serias, hechas al gusto del que paga por ellas.

Más bien las que he leído tienen un fondo oscuro que no resiste el menor de los análisis si lo que se quiere es confundir a los futuros electores. Se trata de desconcertar a la opinión pública haciéndola caer en el error que tal o cual candidato tiene las mayorías a su favor. Si aciertan o no, qué importa, nadie les va a pedir cuentas si sus predicciones resultan malogradas.

Un equipo de rastreadores de lo que piensa el ciudadano se dedica a preguntar que si las elecciones fueran ahora ¿por cuál candidato, a equis puesto, votaría? Una por una las contestaciones se van sumando hasta formar un total que descubre cuál es la voluntad del electorado. Si se siguió un orden, con cierta certidumbre, no habrá desconfianza de que el resultado es correcto y tendrá su revalidación en el desenlace de las elecciones.

Pero es justo dudar que en este país, dados los álgidos tiempos en que vivimos, no haya vivarachos que se valgan de sus pocos escrúpulos para enmendarles la plana a los votantes, falseando las conclusiones a favor de sus muy personales intereses. Esto ha ocurrido en el ayer, por lo que no se puede asegurar que tarde o temprano no pueda acontecer.

A propósito leía en la columna de El Siglo de Torreón, titulada Verdades y Rumores, acerca de la veracidad que puedan tener las encuestas que están apareciendo sobre quien va arriba en las preferencias. "El caso es que la confrontación de números (de votos) por parte de las campañas se va a intensificar en las últimas semanas rumbo a las elecciones del 4 de julio y nada más será cuestión de decidir a quién creerle en este país de cuentos y mentiras", que estarán, agregaría, al servicio del mejor postor. A estas alturas nadie confía en que los escrutinios que provengan de empresas que se hacen, como el jocoque, de la noche a la mañana y que desaparecen una vez cumplido su cometido de engañar a la comunidad.

Lo cierto es que da la impresión de que estamos viviendo un cuento de hadas, pero no el del califa Harún al-Rashid, (Aarón el Justo) que gustaba pasear por las noches en las calles de Bagdad para enterarse de qué pensaba el pueblo de su gestión, inmortalizado en Las mil y una noches, sino el de Alí Babá y sus más de cuarenta ladrones, que tenía una cueva en la que guardaba el producto de sus fechorías, a la que tenía acceso pronunciando la frase "Ábrete Sésamo" que movía la piedra que cubría la entrada, donde pretenderán, vía las encuestas, volver, lo que debería ser claro y transparente, en un indecente charco lleno de porquería.

Este país, siguiendo el argumento de la columna Verdades y Rumores, es de mentiras, porque sus políticos, en lo general, son falsos, les gusta el chisme, el enredo, el embrollo y la trápala así como la patraña, la mendacidad, la argucia y la farsa. Pocos son los que escapan a esa descripción, pero aunque usted lo dude los hay, lo difícil es encontrarlos.

La verdad es que el pueblo está cada día más cansado de las mismas promesas de campaña que se repiten como si fuera calca una de otra. No hemos oído esta vez que los candidatos se vayan a enfrentar para confrontarse entre sí, a fin de que la ciudadanía pueda comparar cuál es más ducho en asuntos de la administración pública.

No me he enterado que hayan puesto a los ojos de la comunidad cuáles son sus bienes, en qué consisten, cuál es su valor económico, cuya declaración se pueda constatar. A lo mejor ya lo hicieron, sin embargo no se le ha dado la publicidad suficiente para poder juzgar.

Y sobre todo que el listado de bienes muebles e inmuebles se incluya con una amplia descripción, así mismo qué deudas ha adquirido y con quién, y cualquier dato que haga realidad que está rindiendo cuentas claras. Los electores deben saber a quién van a tener como encargado de los haberes públicos. En fin, es una tarea ingrata, pero necesaria el escanear los bolsillos de cada uno de los pretendientes.

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