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Las mantas

GILBERTO SERNA

Me han dicho, unos en broma, otros en serio, a los que no les satisface lo que aparece en las páginas de los periódicos (o lo que no aparece y según su personal criterio debió aparecer.) Que no se paga por lo que se publica sino por lo que no se publica, es decir aquello que se calla. Que los periódicos sí se venden: en los estanquillos o en las manos de los voceadores. Que no hace mucho los reporteros que acompañaban en sus giras por el interior de la república al señor Presidente recibían una mochada cuyo monto era según fuera la importancia del diario o sea su penetración en las capas sociales.

En el libro Los Presidentes, su autor Julio Scherer, dice haber sido testigo de cómo eran repartidos, entre los reporteros que cubrían la fuente, fajos de billetes, en esa ocasión cobijados por la sombra de una planta de chayote, donde un empleado del gobernador por donde pasaba la caravana, cargando un maletín de médico, es obvio que no traía estetoscopio, pero sí abatelenguas, entregaba sumas de dinero a cambio de nada, confiando en que el agradecimiento haría lo necesario. No todos se sometían a esa humillación de la mal disimulada compraventa de conciencia.

Esto lo menciono por que hay quien se disgustó por lo que se originó en una queja que hace el presidente Felipe Calderón acerca de que la fotografía de una manta, conteniendo ciertos mensajes, cuesta un ojo de la cara a los empresarios o al gobierno, en tanto que la propaganda criminal se publica gratuitamente no obstante, dijo, el perjuicio que se ocasiona.

En esos o parecidos términos se expresó el primer magistrado de la nación. A esto le respondieron, con agudeza, en la Cámara de Diputados por conducto del vicecoordinador de la fracción priista Jorge Ramírez Marín, diciendo que echarle la culpa a los medios "es como si tuviéramos cáncer y culpáramos a los doctores y no al consumo de cigarrillos que lo causó". Hay quienes opinan, no sin cierta socarronería, que para acabar con el narcocrimen es suficiente con que los periódicos no publiquen las noticias desagradables al régimen y así nadie se enterará que hubo delitos. Total que las críticas llueven, pero la realidad está por encima de todo lo que se diga y de lo que no se diga. Sería inútil tratar de tapar el sol con el proverbial dedo.

La verdad es que en el periodismo como en la viña del Señor hay personas que toman en serio su compromiso de satisfacer, por encima de cualquier interés ajeno, lo que la sociedad exige, en tanto habrá quienes son deshonestos, así como hay funcionarios que una vez conocida su propensión a querer obtener en la compra de publicidad la adquisición de criterios que no esconden un origen político, son exonerados por las autoridades judiciales no obstante haber sido pública y notoria la veracidad de los hechos dada la calidad y seriedad de las personas que los denunciaron.

Es el caso de Miguel Ángel Jiménez, otrora director de la Lotería Nacional, quien propuso a los representantes del Diario de Yucatán, apoyaran al entonces candidato del PAN al Gobierno de la entidad, con el ofrecimiento de que a cambio la Lotería Nacional contrataría los servicios por tres años de ese periódico. Lo que pedía el lotero era que la empresa editora del Diario de Yucatán violando la ley obtuviera una ventaja económica.

Los que creyeron que la justicia, haría cera y pabilo con el vendedor de billetes, a continuación se encontraron con que el panista sería nombrado ministro consejero de la Embajada de México en Londres. De ahí que debe pensarlo bien quien piense que el actual estado de cosas surge a raíz de la información que proporcionan los periódicos sobre la verdad de lo que está pasando, dándole ventajas y llevándolos a la impronta de la verdad absoluta, pues la receptividad del hombre de la calle no necesita que se le oculten sucesos de uno u otro bando pues tiene suficiente para normar su criterio con mirar tan sólo a su alrededor.

No son los periódicos los que conducen al lector al caos que existe en determinadas ciudades sino que es suficiente con que se enteren de lo que tienen a su alrededor para realizar una tarea que los conduce a los hechos tal como son y no como se pretende por las autoridades que se vean.

Tropezaría la prensa escrita con el escepticismo de los lectores si su silencio fuera lo suficientemente ruidoso como para que nadie se percatara de la persistencia de los hechos y le produciría un daño a la credulidad popular. No, no es la prensa quien tiene que tapar los hechos sofocándolos sino las autoridades las que deben evitar que aparezcan las mantas impidiendo que se conviertan en noticia.

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