La historia del “Ponchis” es una tragedia para la sociedad mexicana en su conjunto. Que un niño de 14 años sea detenido por trabajar como sicario de un cártel del crimen organizado debe obligarnos a hacer un alto en el camino y reflexionar qué estamos haciendo mal como país.
A los 14 años un niño debe preocuparse por estudiar, jugar, ser buen hijo. Pero en México esto parece imposible, sobre todo cuando el hambre obliga a muchos niños a abandonar las escuelas y delinquir. Incluso en ocasiones son los padres y toda la familia quienes participan en actividades criminales. Por ejemplo las hermanas del “Ponchis” son señaladas por las autoridades como las encargadas de deshacerse de los cuerpos que el menor degollaba.
En la pobreza, que es mucha en este país, las niñas ya no creen en princesas ni los niños quieren ser superhéroes. La percepción del mal en la infancia ha cambiado, ahora ser delincuente es la única forma de salir de la pobreza. La película El Infierno retrata muy bien esta realidad que nos alarma, pero no logra movernos lo suficiente para actuar como sociedad frente al problema.
Sin duda, historias como las del “Ponchis” nos indican hasta dónde se ha degradado nuestra sociedad y el fracaso estruendoso de los planes y políticas de prevención y corrección.
Cuando los gobernantes hablan de macroeconomía, democracia, olvidan mencionar la importancia del tejido social. Hace cuatro años el presidente Felipe Calderón decidió declararle la guerra al narcotráfico, teniendo como estrategia sólo el uso de las armas sin preocuparse por llevar a cabo un proyecto integral. Hoy estamos sufriendo las consecuencias de los bajos niveles de educación en México.
Más que valores, como sociedad estamos promoviendo los antivalores porque sólo existe aquel que tiene, no importa cómo haya conseguido la riqueza. La historia del “Ponchis” nos revela que estamos perdiendo la guerra, no contra el narcotráfico, sino contra el futuro porque las nuevas generaciones se ven más atraídas por la delincuencia que por la cultura del esfuerzo.
El problema no es menor y ya no alcanza con sólo culpar a los padres. Urge que las autoridades también propongan soluciones.