Quienes lo conocían, coinciden: el difunto presidente de Polonia, Lech Kaczynski, era bastante, bastante necio. Estaba acostumbrado a salirse con la suya, fueran cuales fueran las circunstancias. No se le podía decir que no. Por ello existe la certeza de que fue él quien obligó al piloto de su avión Tupolev TU-154 a intentar aterrizar en el aeropuerto de Smolensko, pese a las advertencias de la torre de control. Aunque los controladores rusos le ordenaron tres veces que, por la niebla, debía dirigirse al cercano aeródromo de Minsk, el piloto se empeñó en aproximarse virtualmente a ciegas. La consecuencia fue una catástrofe: el presidente, su esposa, y buena parte de la plana mayor del gobierno de Polonia resultaron muertos. No hubo sobrevivientes.
Lo más irónico era que la comitiva se dirigía a recordar un evento en el que, precisamente, había sido aniquilado el liderazgo militar y civil de Polonia, 70 años atrás. De otra manera, en números sencillamente atroces, y por decisión de un monstruo; pero la coincidencia no pudo sino quedar rondando en la cabeza de mucha gente.
Kaczynski se dirigía a reunirse con el Primer Ministro ruso Vladimir Putin en una ceremonia conmemorativa del setenta aniversario de la llamada masacre del bosque de Katyn, un episodio particularmente conmovedor dentro de la tortuosa y triste, muy triste historia polaca.
Polonia es un país salado por historia, geografía y creo que genética. Debido a azares del destino le tocó estar en un vecindario bastante nefasto: al occidente tiene al mundo germánico, que los últimos dos siglos y medio se concretaría en Prusia primero y Alemania después; al oriente, tiene a los rusos. Y tras lomita del Mar Báltico, a los suecos, que antes de dedicarse a la pornografía, el diseño de muebles y la depresión, también eran medio lumbres.
Para colmo, los polacos no se van a dejar llevar por las veleidades modernistas, y van a permanecer fiel y firmemente católicos... de nuevo, en medio de germanos y suecos protestantes, y rusos ortodoxos. Por ello el catolicismo es una fuente de identidad polaca tan poderosa.
Como parte de su enemistad secular con el vecindario, Polonia aceptó la inmigración judía tanto de oriente como de occidente. Ello explica por qué ahí se concentraba buena parte de la población semita europea, y que los seis campos de exterminio nazis estuvieran en suelo polaco. Y por qué Polonia será el país que sufrirá más, en términos relativos, durante la Segunda Guerra Mundial: un 22%, más de uno de cada cinco polacos, murieron en ese conflicto.
Pero espérense: además, Polonia va a desaparecer dos veces en los últimos 250 años: a fines del Siglo XVIII, aprovechando su debilidad, sus vecinos Prusia, Austria y Rusia (los voraces apetitos de Catalina la Grande no se circunscribían a lo sexual; incluían lo territorial) la desmembraron y anexaron. El Estado polaco desapareció del mapa.
No renacería sino hasta el final de la Primera Guerra Mundial, en 1920: los polacos se impusieron a los bolcheviques, ganándose a pulso la independencia de la Polonia que había sido rusa. Y los aliados vencedores le dieron un cacho de la Alemania vencida... incluyendo una salida al mar que dividía a Alemania en dos. De manera tal que, en su nuevo avatar del Siglo XX, Polonia nace enemiga de la Rusia Soviética y de una Alemania vengativa, que luego caerá en manos de un genocida. Mal asunto.
El susodicho genocida, Fofo Hitler, empeñado en restaurar la dignidad, el orgullo y el poderío de Alemania, empezó a invadir y anexarse el vecindario, sin que nadie moviera un dedo. Hasta que en el verano de 1939 hizo lo que, según él, era su "última reclamación territorial": la ciudad libre de Danzig, administrada por Polonia, y la salida polaca al mar.
Aunque los polacos están evidente y permanentemente salados, no tienen vocación de borregos: dijeron que si eso querían, que los nazis fueran por ello, que los iban a estar esperando. Si Polonia iba a perecer, lo haría peleando.
Hitler tenía un solo escrúpulo antes de lanzarse contra los polacos: cuál sería la reacción de Stalin y la URSS. ¿Y si los soviéticos se sentían amenazados y atacaban a Alemania? El III Reich aún no estaba listo para una guerra contra la URSS. Por tanto, había que prevenirse ante esa eventualidad: en agosto de 1939, el ministro de relaciones exteriores nazi, un patán apellidado Ribbentrop, viajó a Moscú para reunirse con su homólogo soviético, Molotov, para ponerse de acuerdo y que no terminaran pegándose de tiros sin querer. Fue un pacto mafioso entre criminales, que sería roto menos de dos años después. Pero entonces funcionó: Alemania y la URSS no pelearían (por lo pronto). Y en un protocolo secreto, se repartían a la pobre Polonia. Lo dicho: un acuerdo entre delincuentes, dividiéndose la plaza.
Alemania atacó a Polonia el 1 de septiembre de 1939, y en tres semanas la arrolló. La URSS se apresuró a ocupar el territorio que le correspondía según el pacto Ribbentrop-Molotov. Agarrados por la espalda, atacados por dos de los peores monstruos de la historia, los polacos no tenían salvación: se rindieron a sus vencedores.
Los soviéticos tomaron prisioneros a todos los oficiales polacos que pudieron, unos 23,000. Y empezaron a interrogarlos, tratando de detectar quiénes de entre ellos podían tener simpatías comunistas... para luego convertirse en títeres del Kremlin, en un futuro gobierno polaco que obedeciera a Stalin. Algunos pasaron el examen. La mayoría tenía el odio al ruso grabado en el ADN. Con ello, sin saberlo, firmaron su sentencia de muerte.
Buena parte de la oficialidad polaca estaba formada por universitarios y profesionales, que por ley estaban en la reserva y eran llamados a filas en caso de guerra. Así que la mayoría de la intelligentsia polaca, los líderes militares, civiles e intelectuales, los que podían oponerse a los futuros designios de Stalin, estaban en sus manos. La bestia georgiana no iba a perder la oportunidad de decapitar el espíritu y la inteligencia de toda una nación: lo que quería era una Polonia débil, dependiente y que se entretuviera como idiota viendo programas de concurso. Y lo consiguió. Le ordenó al jefe de la NKVD (la Policía política secreta, antecesora de la KGB), el degenerado Lavrenti Beria, que acabara con quienes no simpatizaran con la URSS. La orden fue cumplida en abril de 1940, en el bosque de Katyn, en sus cercanías, y en diversas prisiones de la URSS: unos 22,000 oficiales polacos fueron asesinados con el muy soviético tiro en la nuca. La mitad fueron enterrados en Katyn, cerca de Smolensko.
Ciudad que cayó en poder de los alemanes en 1941. Las fosas comunes fueron descubiertas en 1943, y claro que los nazis utilizaron el hallazgo como propaganda sobre el salvajismo de los bárbaros bolcheviques. Sí, Dumbo hablando de orejas; pero les resultó: la URSS quedó en evidencia, aunque negó todo: afirmó que los polacos habían sido liquidados por los nazis, y siguió con esa cantinela hasta los tiempos de Gorbachev. La nueva Rusia admite (algunas de) las culpas de la difunta URSS, y para eso era la ceremonia a la que no pudo asistir Kaczynski. Ahora Katyn es doblemente trágica para ese pueblo mártir, Polonia.
Consejo no pedido para estar menos salado que un polaco: Vea "Katyn" (2009) de Andrzej Wajda. Buena, pero deprimente; y vea también "Enigma" (2001), con Kate Winslet, sobre el programa de desciframiento del código secreto nazi, y cómo ello repercute en el secreto de Katyn. Interesantona. Provecho.