Semanas de patria en marzo, de Dios en abril, otra vez de patria en mayo y en junio las fiestas de fin de cursos; vacaciones en julio y agosto; luego septiembre mes de la patria y el desfiguro protocolario del informe presidencial impuesto al presidente Calderón por la beocia izquierda mexicana en uno de tantos remiendos sobre los artículos de la Constitución de 1917, ante la paciencia de una derecha conservadora a ultranza y la impaciencia de un moderado PRI que desespera por la morosa marcha de los días, semanas y meses que faltan para alcanzar las fechas clave del año 2012.
Pero en tanto lleguen tales jornadas seguimos expuestos a las sórdidas ocurrencias de los líderes de los partidos políticos, a su capacidad inagotable de inventar distractores sociales para manifestarse en las calles e interrumpir el diario laborío de las ciudades y los ciudadanos; todos hartos de incoherencias, gruñidos y otras expresiones de nuestra zoología política.
¿Qué podremos hacer entre tanto? Nada, que no sea sentarnos a leer libros de historia patria, a reflexionar en lo poco que tenemos, y en lo pobre que es nuestra Patria, en lo metida que está en problemas, tanto que ya se hacen grumos en la superficie; y en lo difícil que resulta, para las instancias del gobierno mexicano, resolver pacíficamente todos los conflictos que se le vienen encima.
La historia es, sin duda, la gran maestra de los pueblos, que condensa en sus anales los hechos trascendentes y los nombres de los hombres históricos de la nación; e igual suele destacar, positiva o negativamente, a sus principales protagonistas, entre otros a los que fueron a la defensa de las sagradas causas de la Patria; y a los que prefirieron convertirse en traidores obrando a favor de su propia conveniencia y en contra de los deberes morales y éticos que les obligaban en conciencia.
Todo fue registrado por la historia, nada escaparía a la perspicacia de quienes dieron cuenta y testimonio de lo que sucedió y trascendió de los mismos hechos, ya por quienes los protagonizaron, por los que solamente los vieron y hasta por aquellos que, lejos ya en el tiempo, los han estudiado con profunda cultura para recuperarlos y juzgarlos más allá de lo objetivo inmediato, a través de un rígido análisis hermenéutico.
Este año celebramos el bicentenario de la independencia nacional y el centenario de la revolución maderista de 1910, no obstante las absurdas divergencias ideológicas que desde el "top" de la política contraponen a los mexicanos. Pecado grande cometen, especialmente, su primer mandatario y sus copartidarios, a quienes les preocupa el pecado, pero se despreocupan de él para poner en duda a la historia y soslayan, a veces con pueriles rostros de bribona inocencia, la importancia toral de los hechos en que aquellos hombres nos dejaron un legado glorioso en leyes e instituciones públicas y otro más valioso aún en la defensa de la integridad moral y territorial de la patria.
Pero, como todo hombre es proclive al examen de su conciencia y cada cual escoge lo que estima un deber ideológico, o religioso, pues también los hay así que encomian a la memoria histórica con tímidos y balbucientes ritos verbales, evocando a quienes deberían exaltar con total sinceridad y entusiasmo no fingido, ¡hoy! ¡ahora! en el épico marco de estas efemérides centenarias que celebramos a todo lo largo y ancho del país, sin importar este oscuro tramo de la vida que hoy sufrimos y nos agota en la densidad de su nebulosa, entre rachas de crímenes y castigos, la certidumbre de que tal como tuvieron un principio, también tendrán un final, aunque no conozcamos cuál será ni cuándo podrá sobrevenir.
Alguna vez escribió el gran tribuno mexicano, Jesús Urueta, (Chihuahua 1867-Buenos Aires 1920) en circunstancias parecidas "Nuestros muertos siguen siendo creadores de energía, infatigables, pues todo lo remueven y todo lo vivifican. Son la médula de nuestra historia, la vida de nuestras vidas y nos acompañarán; "legión sagrada"; a la gran conquista, a la conquista de la ley...y por ello es preciso, es urgente, que todos los mexicanos comprendan que la Constitución acatada, sólo la Constitución, puede (podrá) salvar a la patria; pero mientras las instituciones no funcionen normalmente, no se puede hablar de paz, ni de progreso, ni de libertad. A mejores ciudadanos corresponden mejores gobiernos. Dentro de un buen gobierno, respetuoso de la ley, los ciudadanos elevan su nivel intelectual y moral, y el pueblo crece en fortaleza y en virtudes cívicas".
Así pensaba, así hablaba y escribía, así predicaba, Jesús Urueta, ilustre ciudadano de México.
* Tomado del discurso que pronunció Martín Luis Guzmán en el panteón de Dolores de la capital mexicana en la inhumación de los restos de Jesús Urueta Sequeiros el 29 de marzo de 1921. (Obras Completas, tomo I, página 160, Compañía General de Ediciones, S.A. México, 1961).