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Lo que no queremos saber

Las laguneras opinan...

MUSSY UROW

Las inundaciones en la Ciudad de México y las "balaceras" en Juárez y Torreón nos han hecho voltear ahora hacia dentro, olvidándonos un poco del temblor y la desgracia en Haití. Aquí están ocurriendo cosas muy graves, en nuestro país, en nuestra propia ciudad; se nos está agotando el tiempo por hacer como que no vemos, y las cosas que no queremos ver ya las tenemos enfrente y no van a desaparecer sólo porque las neguemos.

Lo ocurrido en la Ciudad de México, dicen las autoridades de allá y de Conagua, es producto de un año "atípico", es que no es normal que llueva tanto en este mes. La otra, dicen, sencillamente es porque se siguen "matando entre ellos", "son pandilleros de bandas rivales". Ninguna autoridad, del partido que sea, reconocerá que el problema de las tuberías reventadas es la falta de previsión, de dejar pasar el tiempo y no hacer las obras que se requieren, porque no es lo mismo presumir la pista de hielo en el Zócalo capitalino que unos drenajes que nadie ve. Y lo ocurrido en Torreón, -sin minimizar lo de Juárez, que allá no es novedad y aquí sí- es que el problema de inseguridad ya se desbordó, está totalmente derramado y no hay quien lo contenga. Metafóricamente, estamos con las aguas negras hasta el cuello.

La lectura reciente de dos artículos me ha conmovido a tal grado que no he podido dejar de pensar en ellos; uno es de la analista Denise Dresser, cuya figura menuda y frágil contrasta en proporción inversa al tamaño de sus ideas y el valor para expresarlas tan claramente. El otro es del conocido escritor Juan Villoro, galardonado hace unas semanas con el premio de periodismo Rey de España, por su crónica "La alfombra roja", publicado primero en Argentina y luego en España. En nuestro país, lo hemos podido leer, por supuesto después del premio, gracias a que la revista Proceso lo incluye íntegro en su número del 31 de enero de 2010.

Ambos textos ofrecen visiones muy personales y diferentes del México actual; con algunas puede uno identificarse, con otras reconocer las perennes injusticias que no han dejado de ocurrir en este país aunque tengamos 200 años de ser "independientes", y con unas más, compartir el horror. La intención de Dresser y de Villoro, indudablemente, es movernos, sacarnos del letargo y la apatía que nos tiene paralizados, tanto a las autoridades muy ocupadas en sostenerse de la cuerda y a la sociedad, esa que debería hacer algo, sumida en el estupor de "no quiero saber, no quiero saber, yo así estoy bien."

Por ejemplo, Denise habla de "Los que mueven a México" en un esfuerzo por presentarnos lo bueno que aún tiene México, en contraposición a todo aquello que nos lastra, ata o hunde como país: "- por cada tache que se le puede poner a México"- nos dice - "existe una paloma." Y comparte una selección de sus preferencias personales, 50 razones para recuperar la fe en México. Un ejercicio como el de ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío; cada quien tenemos nuestros propios "50 taches o palomas" para México. Eso es muy positivo, veamos qué y por qué vale aún la pena luchar, seguir creyendo que sí se puede. Porque hacer una lista de lo que nos gusta y lo que no, es muy fácil; decir lo que está bien y lo que no, ya nos lo sabemos de memoria; elaborar sobre la actitud negativa o negadora de la que todos hemos pecado alguna vez no tiene chiste. A mí personalmente me fascinan las ideas de Benito Juárez, los poemas de Sor Juana, las imágenes de López Velarde y Jaime Sabines; los asaltabancos de Trino, las tortillas de harina tostadas y las fajitas de arrachera, el queso frito, la salsa verde y el tequila reposado; pero aborrezco la prepotencia de Telmex, los abusos de la CFE, la arrogancia de Televisa y de TV Azteca y la rancia y conocidísima corrupción de la SEP y de Pemex. Odio con odio jarocho a los líderes de los sindicatos, que tienen agarrados y amarrados a los trabajadores con sus promesas de cartón; y a los monopolios que impiden la verdadera libre empresa; no soporto a todos los mexicanos comunes y corrientes que se cuelgan de "diablitos", que se roban los cables de cobre, que compran discos y películas "piratas", que cobran sueldos, prestaciones y se jubilan porque tenían "una plaza" que a su vez, le heredaron a un pariente. Estos mexicanos comunes y corrientes, estos "taches", rebasan exponencialmente a los "palomeados" de Denise, -artistas, deportistas, científicos, empresarios que sí creen en México, periodistas, escritores, filántropos - todos los que según Denise "mueven a México." Pero qué pena, no logran avanzar porque se lo impiden estas rocas y piedras inamovibles que son todos los demás.

"La alfombra roja" de Villoro es, por el contrario, una visión descarnada, cruel y aterradora, pero realista de lo que estamos viviendo. Villoro no analiza, no explica, no se alinea con ninguna ideología, únicamente expone, muestra lo que muchos no queremos saber, oír ni ver. En esta crónica que se publicó primero fuera de nuestro país, y que ni modo, como ganó un premio, pues tuvimos que leer, aparecemos mencionados: "Ciudades como Torreón o Mérida, que hasta hace poco tenían fama de tranquilas (...) también han sido escenarios de ajusticiamientos." Es un honor que tristemente nos desfavorece; supongo que Villoro escogió una ciudad del norte y otra del sur, da lo mismo; a lo largo y ancho del territorio nacional, dice Villoro, - "Hemos llegado a una nueva gramática del espanto: enfrentamos una guerra difusa, deslocalizada, sin nociones de 'frente' y 'retaguardia', donde ni siquiera podemos definir los bandos."

El texto de Villoro, publicado en el diario Clarín de Buenos Aires en 2008 y en febrero del año pasado -¡hace un año!- en el Periódico de Catalunya tiene un lenguaje extraordinario e imágenes cinematográficas, y ofrece un bagaje de información que obliga al lector a preguntarse, -"¿Y todo esto ya lo sabrán nuestras autoridades?" -porque la verdad, da la impresión de que no.

Es hora de que como sociedad nos pongamos las pilas y dejemos de estar haciéndonos los ofendidos, como si la cosa no fuera con nosotros, como si la clase política no nos mereciera y "los estamos castigando con el látigo de nuestro desprecio". Por favor, ya es hora de ver la realidad y dejar a un lado esas actitudes de "hidalgos" que no se manchan el plumaje. Si no hacemos nada entonces no tenemos derecho a quejarnos. No dejemos que sea cierto aquello de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, porque tal parece que los que impiden que México se mueva lo están logrando.

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