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Lograron salir del 'infierno' en que se convirtió su vida

Problema serio. La mayoría de las personas adictas recurre a los centros de rehabilitación cuando su situación se vuelve crítica.

Problema serio. La mayoría de las personas adictas recurre a los centros de rehabilitación cuando su situación se vuelve crítica.

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Los sueños de Javier se esfumaron entre cigarrillos de marihuana, líneas de cocaína y botellas de alcohol. Quería convertirse en médico, pero la vida le jugó una mala pasada el día que le ofrecieron drogas y aceptó.

Por casi 30 años, Javier se drogó y emborrachó una y otra vez: "ya no dormía ni comía. Tenía los nervios destrozados y por eso decidí pedir ayuda".

La Jurisdicción Sanitaria VI, que comprende los municipios de Torreón Matamoros y Viesca, tiene un padrón de 31 centros de rehabilitación, entre públicos y privados, y son inspeccionados dos veces al año.

José Aguirre Carrillo, jefe de la Jurisdicción Sanitaria VI, comenta que esos centros de rehabilitación cumplen con los requerimientos, pero no descarta que haya lugares sin licencia de funcionamiento, y la ciudadanía puede denunciarlo al teléfono 7-16-07-74.

"Se inspeccionan dos veces al año. En algunas ocasiones denuncian hacinamiento, pero hasta ahora no se han detectado casos, incluso nos hemos encontrado que hay centros con 20 camas y sólo diez pacientes".

Rehabilitación

Hace ocho años que Javier no prueba ni una gota de alcohol, tampoco drogas. En ocasiones, cuando los problemas lo agobian, ha sentido ganas de beber. Por fortuna, dice, esos pensamientos cada vez son menos frecuentes.

"Cuando tenía 17 años soñaba con ser médico, pero en la secundaria alguien me ofreció resistol para drogarme, y después le seguí con la marihuana, las pastillas, la cocaína, y el alcohol. Dejé de estudiar".

A los 18 años se casó, y antes de que cumpliera los 30 ya tenía tres hijos. "Gracias a mi esposa aún tengo familia. Le agradezco que se haya mantenido a mi lado a pesar de todos los sufrimientos que le causé".

Dejó la cocaína porque comenzó a sentirse mal: "la mezclaban con leche de magnesia, y la rebajaban con pastillas. No duré mucho tiempo consumiendo esta droga porque comencé a sentirme muy mal, y fue cuando cambié la cocaína por el alcohol".

Cualquier persona, comenta, se levanta, se baña y luego desayuna, "pero yo amanecía y anochecía con la botella en la mano. Mi estado de salud empeoró porque no podía dormir nada, casi no comía y tenía sangrados porque el doctor me dijo que tenía una herida en el hígado".

Las cosas en el trabajo también empeoraron: casi no iba o llegaba borracho, "hasta ahí tenía botellas guardadas". Nunca lo despidieron porque el taller es de su familia, "y todo el dinero me lo gastaba en alcohol":

Javier fracasó en sus intentos por rehabilitarse. En más de una ocasión acudió a centros especializados para personas adictas, pero ninguno lo convencía, "más bien no estaba en la disposición de recibir atención".

Fue hasta abril de 2002, cuando en verdad decidió dejar el alcohol y sus visitas a las cantinas de La Alianza. "Ya no podía seguir con esa vida, me sentía muy mal".

Del centro de rehabilitación salió en abril de 2006. Durante esos cuatro años, Javier visitaba a su familia, "y ahora me encargo de ayudar a las personas adictas".

Anomalías

La Jurisdicción Sanitaria VI inspecciona dos veces por año a los centros de rehabilitación. "Revisamos que cuenten con el personal médico necesario, que el lugar esté en buenas condiciones, que haya un programa de protección civil, y que no haya hacinamiento".

En las inspecciones, la jurisdicción ha detectado que algunos centros no cuentan con un programa general de trabajo y manuales técnicos-administrativos, es decir, los expedientes de los pacientes no están bien ordenados, y en este caso se les da un plazo para subsanar la irregularidad.

"Otra cosa muy común es que no cuenten con el certificado de fumigación, pero se les exige y cumplen con este requisito. No hemos detectado anomalías graves hasta ahora", señala Aguirre.

Otro caso

Javier perdió la vista y a su familia a causa del consumo de drogas durante varios años; ahora se considera un hombre feliz que transformó toda su experiencia amarga y dolorosa en programas de apoyo y gestiones para quienes están en sus mismas condiciones.

Tenía 17 años cuando empezó con las bebidas alcohólicas y luego las pastillas psicotrópicas, como una manera de escaparse de las condiciones económicas tan deplorables que pasó durante su niñez y juventud y las que no supo asumir porque dice "le tenía envidia a otros que vestían y comían bien".

Su adicción lo llevó a cometer atracos y también a robarse las cosas valiosas de su propia familia, por lo que huyó de la región y se refugió por años en Mexicali, lo que sólo sirvió para empeorar su situación porque comenzó a consumir otro tipo de drogas, como heroína y cocaína.

Javier dice haber retado a la muerte varias veces porque "había ocasiones en que me metía de todo, alcohol, inhalantes y lo demás, y a veces veinte personas nos drogábamos con una sola jeringa". En otra ocasión, estuvo a punto de morir por una sobredosis.

A los 25 años regresó pero no con su familia, sino que prácticamente vivía en la calle y seguía drogándose y bebiendo, lo que continuamente provocaba que se lo llevaran detenido.

Una noche estando en los separos carcelarios, una persona de AA fue para hablar sobre el programa de rehabilitación que ahí se aplica, al que decidió entrar porque según él mismo refiere "tuve el deseo de recuperar mi vida, después de enfrentarme a tanta miseria".

Al cabo de nueve años, Javier ya había logrado rehabilitarse, y hasta se casó y consiguió un empleo del que por desgracia, fue despedido después de que se lastimó la columna vertebral y tuvo una recaída de consumo.

Esto le generó problemas con su esposa y tras una fuerte discusión y "shock" emocional, sufrió la inflamación del nervio óptico que, aunado a que éste ya estaba dañado por los inhalantes, le provocó que perdiera la vista de un día para otro.

Tras esta experiencia, Javier permanece en el programa de AA y no sólo comparte su caso con quienes ahí acuden, sino que trata de animarlos a que "sólo por hoy", como dicta la filosofía del programa "dediquemos el tiempo de la bebida y las juergas a nuestra familia y a nosotros mismos".

Además, Javier ya domina el braille y hasta imparte clases en la biblioteca del centro de convenciones Francisco Zarco, donde también organiza talleres de manualidades, computación y matemáticas para invidentes.

Está a cargo de una asociación civil que se acaba de conformar y a través de la cual se hacen gestiones de apoyos para este grupo vulnerable.

Para Javier, el programa que se aplica en AA es el más efectivo de todos porque "aprendes de las experiencias de otros y de las que tú mismo has tenido para no volver a caer en el alcohol o las drogas, porque nada te ayuda más que eso, ni un psicólogo siquiera".

Además, lo importante de éste y de cualquier otro programa de rehabilitación, es que el deseo de hacerlo nazca de la persona que está viviendo el problema de consumo, pues mientras ello no ocurra, ni el centro de internamiento más costoso dará una solución a la familia o a quienes quieran que se rehabilite.

Para Javier "aun en tinieblas, no cambiaría uno solo de mis días actuales por cualquiera de los que pasé entre el alcohol, mujeres y drogas, porque todo eso no te acerca más que a la soledad y a la muerte".

Sólo tres quejas

El responsable de la oficina regional de la Comisión para la Protección contra Riesgos Sanitarios del Estado de Durango (Coprised) Jesús Romero Torres, asegura que durante 2009, sólo se recibieron tres quejas derivadas del funcionamiento de centros de rehabilitación.

Sin embargo, en dos de estos casos las inconformidades surgieron de supuestos casos de maltrato, y sólo una estuvo relacionada con los aspectos que regula la dependencia, que son las condiciones de higiene y salubridad del establecimiento así como de los alimentos que se proporcionan a los internos.

Romero señala que en ese caso se levantaron muestras de la comida y se enviaron a Durango.

"Aquí en la región no tenemos el personal ni la autorización para hacer inspecciones, cuando esto ocurre vienen directamente de Durango, nosotros sólo actuamos en base a las quejas que presentan", dice mientras reconoce no tener un padrón de los establecimientos, tanto públicos como privados que aquí operan porque, eso también está controlado por la oficina central.

La Comisión de Derechos Humanos del Estado de Durango cuenta con una oficina receptora de quejas en Gómez Palacio, pero tampoco tiene conocimiento del tema porque las quejas se concentran en la capital.

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