No encuentro un prodigio similar al que acaba de ocurrir en la mina de San José en el cono sur de nuestro continente. 70 días en la oscuridad no es cualquier cosa. Cosas que suelen acontecer inesperadamente. Afortunadamente tuvo un final feliz. Los ojos del mundo entero estaban puestos en el campamento donde las autoridades, los técnicos en perforaciones y las familias de los atrapados en un desplome de rocas que impedía salir de aquel lugar, se frotaban las manos de desesperación y angustia esperando se rescatara a los ahí sepultados. Se produjo el milagro que permitió lo que vimos todos en la pantalla chica, una cápsula emergió de la tierra. Uno a uno fueron trasladados de su encierro involuntario, desde casi setecientos metros de profundidad, a la superficie. Enterrados en vida por una jugarreta del destino que le bastó apenas suspirar para provocar el desplome. Los evangelios señalan que Lázaro había fallecido cuando se le introdujo a su cripta. De donde fue rescatado cuando Jesucristo le ordenó resucitara.
Los vecinos se preguntaban, si muerto Lázaro, sin signos vitales, desprendida el alma de su cuerpo, anduvo o no en el inframundo. No pudieron saber nada, a pesar de que lo apuraban para que dijera lo que le sucedió cuando no pudieron sacarlo de un mutismo que mucho se asemejaba a la misma muerte. Ahora creo que todos lo sabemos si consideramos lo que platicó uno de los mineros cuando se encontraba en el interior de la mina derrumbada. Lo que sé de trasmano por el relato de quien estuvo al tanto del suceso, del que yo no quise saber en un principio, por lo ocurrido no hace mucho aquí en el municipio de Coahuila en la mina de Pasta de Conchos, donde murieron 65 trabajadores. Después, una vez que se recibió el mensaje allá en Chile, casi de ultratumba, de que estaban con vida, no me perdí las notas periodísticas que con minuciosidad, día tras día, hablaban del asunto.
Si de lo que se trataba, con el silencio de entonces, era bloquear a los tundeteclas que aún carecemos de la técnica para investigar por sí mismos, debiendo recurrir a las informaciones que proporcionaban los expertos, las mismas autoridades y, en aquella infausta ocasión, a lo que decía la empresa propietaria de la oquedad, que pudieron ser o no ser verídicas o aun con cierta manipulación, con lo cual quedamos en desventaja sin poder elaborar un dictamen claro y sin trapicheos, para informar a los lectores con veracidad. Eso fue en 1986. Lo único es que podemos tener la certeza de que algo turbio se había maquinado para tapar la miserable actuación de las autoridades del ramo. A más de cuatro años continúa con el misterio del porqué no se hizo el más mínimo esfuerzo por recobrar aunque fueran los cuerpos sacrificados. Eso dio pábulo a que se soltaran versiones de que se trataba de tapar errores, en primera instancia, de la dueña de la mina y, en segunda, de la torpeza con la que se movieron las autoridades antes y después de que ocurriera el malhadado siniestro.
¿Qué había en la mina mexicana, que evitó la empresa trascendiera a los familiares de las víctimas? Hasta donde estaban comprometidas, si es que hubo componendas, las autoridades y los propietarios del fundo minero; es algo que está cubierto con una sábana de las que se usarán para amortajar los restos mortuorios el día en que se logre saber los secretos que guarda el tiro de la mina. Los familiares que no han descansado pidiendo claridad en lo que todo permanece oscuro como boca de lobo, dicen tener confianza en que los candidatos al Gobierno de Coahuila desentierren de las entrañas de la tierra el hermetismo que hasta ahora se guarda en lo recóndito de la excavación. Se pide justicia en algo que huele tan mal como la conciencia de algunos funcionarios. En fin, que hay gas metano, en todas las minas donde se explota la hulla, lo hay sin que la posibilidad de una explosión haga que cierren las minas. Medidas dirigidas a proteger vidas es lo que se requiere.