De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional no será sino hasta dentro de dos años o más que nuestra economía se recupere de la crisis. Entre los países latinoamericanos seremos de los más rezagados. La razón de que nuestro rebote sea menos elástico que el de otras naciones, se encuentra en que nuestras estructuras económicas y políticas no están afinadas como para realizar la recuperación.
Uno de los índices más importantes de la recesión, es desde luego, el de la creación de empleos. Se nos informa que hasta septiembre del año en curso han sido casi 700 mil los nuevos puestos de trabajo formal que se han creado y registrado ante el IMSS. Es posible que de aquí a fines de año se añadan unos cien mil puestos más. Independientemente de que éstos sean temporales o bien, de "baja calidad", poco salario, pocas prestaciones, el hecho es que en números redondos estamos todavía atrasados respecto de la conocida necesidad de crear al menos un millón de nuevos trabajos anualmente.
Los jóvenes que llegan al mercado de trabajo no siempre están preparados en lo que realmente requiere el país y por eso no hallan donde ubicarse. Hay muchas carreras que se han creado en tiempos recientes de muy dudosa utilidad nacional. Son simples elaboraciones y ensambles caprichosos de las carreras más básicas y fundamentales para la sociedad como las clásicas de medicina, ingeniería, abogacía o contabilidad.
En algunas industrias manufactureras hay una clara falta de especialistas preparados y que las escuelas técnicas no están produciendo en números suficientes. Simultáneamente hay una gran cantidad de jóvenes que por insuficiente escolaridad no pueden encontrar colocación y que engrosan las filas de los desocupados. Es aún más grave la inmensa cantidad de niños y adolescentes que no se están preparando para ejercer oficio alguno. La educación en todas sus modalidades es absolutamente indispensable para que el individuo progrese.
Las cifras del desempleo que conocemos se prestan, ciertamente, a interpretaciones muy diversas. Llama la atención el que entre los países de la OCDE México tenga un índice notoriamente bajo de sólo el 5.2%. El promedio de ese grupo es de más del 8% y hay países desarrollados como Estados Unidos con casi 10%, mientras que Francia ostenta un 10.1% y España un sorprendente 20.5%.
La metodología utilizada para precisar estos datos puede variar, pero la realidad es que los países altamente industrializados cuentan con programas muy perfeccionados de protección al trabajador a los que el despedido o cesante, recurre con gran facilidad elevando así las estadísticas de desempleo. En México, en cambio, donde la protección al trabajador es menos generosa, el registro formal del desempleo es también menos exacto o revelador de la realidad.
La verdad inevitable está en el índice de pobreza en nuestro país que ha venido aumentando en los últimos años acentuado por la recesión, la que ha afectado prácticamente a todos los países del mundo occidental. La pobreza crece por doquier así como la brecha entre ricos y pobres.
En México hay un hecho que llama la atención. Los estados del norte como Sonora, Chihuahua, Baja California y Sinaloa, ostentan un índice de desempleo notablemente más alto que estados pobres como Chiapas, Oaxaca y Guerrero. La razón podría atribuirse a que la migración hacia el norte queda atrapada en los estados fronterizos mencionados, debido a una creciente dificultad para atravesar la frontera y llegar a Estados Unidos. Al no encontrar empleo, la estadística se muestra inflada. Los estados sureños, expulsores de mano de obra, tienen un índice de desempleo naturalmente menor en relación con la población que prefirió no emigrar.
Las consideraciones anteriores pueden parecerle artificiosas al lector. Encierran, sin embargo, la inevitable lección de que nuestro país no aprovecha el factor de producción más valioso que tiene y que es su propia población trabajadora. Por esto no producimos el volumen de bienes y servicios que corresponde al tamaño y exigencias de la comunidad nacional.
Este simple hecho que explica nuestros rezagos tiene un sinfín de explicaciones. Todas ellas apuntan a la laxitud con que todos los sectores, Gobierno, empresa, academia, sector sindical, vemos nuestros propios problemas y somos expertos en esquivarlos.
Como respuestas a nuestra circunstancia, sobran las recetas y las disquisiciones, tanto de los estudiosos como de los políticos, algunas sabias y otras intencionadamente evasivas. Pero la culpa es colectiva. A cada uno de nosotros mismos nos toca cambiar. Pero hasta para esto, es más fácil endosar el asunto a nuestros hijos o... nietos.