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Los costos de la hipocresía

FEDERICO REYES HEROLES

Presidentes vienen y presidentes van, las palabras de amistad y los buenos deseos invaden los salones, con altas y bajas pero diplomacia no ha faltado. Reagan y López Portillo, incluso en momentos tensos De la Madrid en Washington; Bush padre y Salinas, Fox y Bush Jr., imágenes para el recuerdo tenemos muchas. Barack Obama en el Museo de Antropología y su radiante esposa bailando entre niños mexicanos hace unos días. No sólo ha habido palabras, recordemos el apoyo de Clinton a México durante la crisis del 94-95. Por ahí no está la explicación.

Tampoco está en la vorágine de nuestras economías entrelazadas por el destino de la geografía y por el impulso de prosperidad y beneficio mutuo. Los mundos empresariales de los dos lados de la frontera viven en un maridaje cotidiano, basta con ver el número de llamadas o el crecimiento histórico de los vuelos diarios entre los dos países para recordar todo lo que está detrás. Y podría ser apenas el comienzo. Pensemos en el carácter complementario de los productos agrícolas mexicanos o en las oportunidades de vivienda y servicios para jubilados y retirados que México puede ofrecer. Con todas las resistencias de los intereses afectados, al final del día la racionalidad económica se impone. Ahí tampoco está la explicación de un acto de barbarie como lo es la flamante ley migratoria de Arizona. Pero entonces es a pesar de las diplomacias, de las expresadas buenas intenciones de los gobernantes y de la pujanza del comercio, hay otros niveles en que la relación entre México y los Estados Unidos es un fracaso.

Según Gallup el 51% de los estadounidenses apoya la ley caza-migrantes. Estamos ante un grave problema de incomprensión, de pasiones desbocadas, de usos políticos, de xenofobia cuando menos tolerada y si no, fomentada. El gran fracaso ocurre entre las sonrisas diplomáticas y los buenos negocios mutuos. Cómo explicarlo.

Lo primero quizá sea el no haber podido presentar con claridad y seriedad las dinámicas poblacionales. Estados Unidos es el único país desarrollado con importante crecimiento demográfico. Esa ha sido su decisión, seguir creciendo a pesar de las bajas tasas internas de fecundidad. Quieren salvarse de la pesadilla de otros países algunos de alto desarrollo como Japón que verán decrecer su población en 20% o Rusia en 50% o Italia o España que ya también importan trabajadores.

Estados Unidos lo viene haciendo desde hace décadas pues las autoridades saben que su sistema productivo necesita brazos jóvenes, saben que sus niveles de productividad se desplomarían sin el trabajo de los inmigrantes. Lo saben, pero no lo explican al gran público. Ni las cuotas migratorias, ni la ambigüedad ante los trabajadores ilegales son graciosas concesiones, los necesitan. Fuera máscaras. Es una gran hipocresía que no se explique al ciudadano común la necesidad que tienen de trabajadores foráneos.

La segunda gran hipocresía radica en su incapacidad para localizar y sancionar a los contratantes de trabajadores ilegales. Cientos de miles están en su territorio, comen allá, envían remesas de allá, llaman por teléfono, etc. Son ciudades enteras que pasan inadvertidas para las autoridades. Qué curioso, las telefónicas como AT&T sí localizan la demanda de llamadas e incluso envían operadores que hablen español, pero las autoridades, incluidas las de Arizona, no se topan ni por error con los ranchos que contratan a los trabajadores, tampoco con las plantas de procesamiento. No se entiende.

Por cierto, con una tasa de crecimiento demográfico de alrededor del 1%, México no podrá ser proveedor de mano de obra durante mucho tiempo. Más vale que busquen en Asía porque para el sur ya no habrá.

La gobernadora Brewer y el malabarista McCain son sólo otra historia más de oportunismo político. En 2010 el "asunto mexicano" es carne de campaña política como lo fue en 2008, como lo es cada dos años en las elecciones federales y también en las locales como en California. No hay novedad, eso es lo dramático: las pasiones se les están saliendo de control. La diplomacia continúa, pero tiene límites, las economías se necesitan, pero debido a la ignorancia y a la desinformación el "asunto mexicano" sigue siendo ideal para los arranques xenofóbicos de la ultraderecha y de otros.

Por lo visto ni la diplomacia ni el mundo empresarial pueden solos con el problema. Una idea que ha rondado desde hace tiempo es la de crear una asociación de amigos de México y Estados Unidos, que con un buen capital, (100 millones de dólares, por qué no) pueda salir a centrar las discusiones informando a través de periódicos, radio, televisión. Hay un nivel grave del conflicto: las percepciones populares están envenenadas. Permitir la xenofobia como arma política es jugar con fuego. Dejémonos de hipocresías, informemos para taparles la boca a las Palin, las Brewer y los McCain del futuro y para vacunar a decenas de millones contra la ignorancia perversa.

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