Hay estirpes que están tocadas por el ángel de la vida para desarrollar con éxito una actividad; así, encontramos familias completas que son excelentes deportistas, maestros, mecánicos, ingenieros, periodistas, políticos, juristas, médicos, escritores, etcétera.
A lo largo y ancho de la geografía nacional también hay familias en las que todos sus integrantes están plenos del sentido del humor, ese que te da una percepción más generosamente positiva y diferente del universo y plenifica la vida, una de ellas es la familia Gil Acuña.
Los Gil Acuña son muy queridos en mi región, su apreciado padre, un español muy trabajador avecindado en mi tierra, era propietario en el Centro de la ciudad de la "Casa de Huéspedes Turista", tres de sus máximos exponentes fueron: Salvador, Vicente y Manuel, a quienes sus amigos cariñosamente apodaban "Los Guayulones".
Personajes que a través de su genial sentido del humor, tenían la mejor manera de ver más allá de los múltiples problemas que la cotidianidad presenta; Salvador además contaba con la habilidad de ser un poeta excepcional, un excelente versador.
Cierto día que éste iba acompañado de su amigo Ramón Alvite Tercero, una guapa joven victorense que caminaba en sentido contrario por la banqueta, de nombre Luz María Guerra, amablemente los saludó, El Guayulón correspondió cortésmente el gesto con el siguiente verso:
De Vicente, que era camionero, se cuenta el siguiente sucedido: que en un otoño, cierto día después de un torrencial aguacero, estaba El Guayulón con su camión de volteo cargado y bien atascado entre el barro del camino, en el mismo instante en el que pasó uno de sus amigos quien al verlo batallar tratando de sacar el camión se le ocurrió bromearlo diciéndole:
-Guayulón, te apuesto dos cartones de cerveza a que no sacas el camión de ese atascadero.
-No me apuestes porque pierdes pen... -Respondió el inteligente camionero.
-¡Órale!, van dos cartones a que no sacas el camión -insistió el otro.
-Mmm... si lo saqué fiado de la agencia con Conrado... ¡que no lo saque de este pin... lodazal! Dicen que El Guayulón ganó la apuesta.
Manuel decía: "Para mí manejar es placentero, casi es un orgasmo." De él se cuenta que un diciembre que había traído uno de los inviernos más gélidos que se recuerde, se le se vio transitar por las calles del Centro, a bordo de su destartalado Jeep, que ante los embates del tiempo había perdido todo, desde color, marca, toldo y vidrios. Sólo conservaba a medio funcionar el motor, parte de la carrocería toda golpeada -como lata de albañil-, el volante y un asiento.
A bordo de ese desastre y con un frío que calaba hasta los huesos deambulaba Manuel, a vuelta de rueda con rumbo a su casa, cuando pasaron varios amigos del interfecto, que al verlo en aquella "nevera" descampado y en mangas de camisa, le preguntaron:
-Guayulón, ¿no tienes frío? -Los que preguntaban andaban en un carro nuevo, con los vidrios arriba, calefacción puesta y portando sendas chamarras, guantes y bufanda. De ese tamaño estaba el frío y el guayulón afuera en pura camisita, Manuel, les contestó:
-Si me da frío... ¡subo el vidrio!
Los del otro vehículo aceleraron y se fueron pero unos metros más adelante uno de ellos pregunta: -¿Oye, pero cuál pin... vidrio sube? Si el Jeep ni parabrisas tiene. Detuvieron la marcha esperando que el vehículo de Manuel se les emparejara y le cuestionaron:
-Guayulón ¿cuál vidrio subes, si esa mad... no tiene ni parabrisas?
-Subo el vidrio del tequila, cab... ¡y se me quita el frío! -contestó Manuel- mostrando la botella.