Oscuridad. Gran parte de los recorridos de Los Infiltrados se hizo con el alumbrado del panteón apagado y apoyados sólo con lámparas.
A lo lejos se escuchaba todavía la música de la romería. Pero cerca, un murmullo. Como si alguien platicara. Era poco probable porque esto se percibía en medio del Panteón de Oriente, a un costado de la Rotonda de los Hombres Ilustres.
Los Infiltrados compartieron una noche de trabajo con José Ángel Chávez, que desde hace siete años trabaja como velador de la "Mansión del Reposo", como versa en la entrada del Panteón de Oriente.
Pero no fue cualquier noche. De acuerdo con la cultura celta, al caer el sol del 31 de octubre se abre la puerta que separaba el mundo de los vivos del mundo de los muertos, para propiciar el encuentro con los antepasados fallecidos. Esta creencia derivó en la actual tradición norteamericana de Halloween.
¿ALGUIEN NOS SIGUE?
Con casi dos mil 555 noches consecutivas de compartir sueños, emociones y espacio durante las noches, don José afirma que el panteón es el lugar más seguro.
El trabajo empezó temprano. Apenas eran las 21:50 horas cuando técnicos y locutores de una radiodifusora, que realizaron una transmisión nocturna, dijeron ver a tres personas que corrían entre las tumbas del ala poniente.
La búsqueda llegó hasta la barda que colinda con el Instituto Estatal del Deporte (IED). Ahí se encuentra la tumba de Ruperto Aragón, quien el 24 de abril de 1861 se convirtió en la primera persona sepultada en el entonces Panteón Civil. La travesía siguió por el área de los niños, en la que hay cientos de cruces clavadas a la tierra.
Así llegamos a una tumba "especial". El velador del panteón platica que en tres ocasiones se le han acercado personas para contarle que ven cómo se mueven los carritos de juguete, que están adentro del pequeño mausoleo. Además, refieren escuchar la voz de un niño que juega.
Casi 20 minutos después termina el primer recorrido. No había invasores. Pero al volver, un sonido del interior de la capilla alteró los nervios. Así de súbito, don José nos volvió a la calma: "es una lechuza blanca".
La creencia popular relaciona a las lechuzas con las brujas. Para el personal del panteón, sólo es un ave que se anidó en El Descanso.
Más tarde don José encabeza varios recorridos más. A la tumba de Mateo Correa, a la de Benjamín Argumedo y una de las más famosas, la de la leyenda Cuca Mía. El guía asegura no tener miedo de recorrer el panteón en el que han sido sepultadas casi 270 mil personas.
"Es más peligroso andar allá afuera", dice. El constante sonido de ambulancias y patrullas por las calles de la periferia parece confirmar lo que dice. Una sensación de inquietud también acompaña el recorrido; era como si alguien nos viera en todo momento. La distancia al caminar entre don José y Los Infiltrados se acorta.
La luz se apaga al pasar por abajo de un arbotante que está cerca del conocido Panteón Inglés. Fuerte susto, pero explica que el foco tiene fallas y se apaga y enciende cada cierto tiempo.
Con 58 años de edad, José Ángel Chávez pasa más tiempo en el Panteón de Oriente que en su casa. La jornada de trabajo inicia a las 18:00 horas y termina al siguiente día a las ocho de la mañana. Dice que sólo los primeros días sintió nervios, pero de inmediato le gustó su trabajo.
Contrario a lo que la mayoría de la gente cree, nunca ha visto cosas paranormales. Tampoco las ha escuchado, ni siquiera de los sepultureros. Lo más molesto de su trabajo, relata, es tener que lidiar con los borrachos que en ocasiones llegan durante la madrugada al panteón para que los deje entrar. No se puede.
Ya de madrugada se hace el último recorrido. El más largo. Esta vez con el alumbrado interior, apagado. En penumbras. El viento agrega un ambiente especial. Agudiza más los sentidos; cualquier hoja que arrastre se escucha como si estuviera a las espaldas. Hace frío.
Volvemos a la tumba del primer inquilino del panteón. De pronto, a un lado se escucha como si sacudieran un árbol. Luego, atravesar de nueva cuenta el área de los niños a otra tumba con juguetes. Huele raro. Es un aroma como a humedad de un lugar encerrado por años.
El bloque atraviesa el Panteón Viejo, pasando por la tumba de Elisa Chávez, quien fuera enfermera del Hospital General y de quien se dice que su espíritu aún ronda el nosocomio. Conforme se avanza en el camposanto el frío es cada vez más intenso. Se vislumbra la Rotonda de los Hombres Ilustres.
Transcurrió ya la primera hora y media del Día de Todos los Santos. Ya no hay ruido afuera. Pero extrañamente, adentro sí se escuchan cosas.
La curiosidad lleva a bajar la escalinata de la Rotonda; todo parece normal. Al aguzar el oído se oye claramente una respiración y exhalación en el interior. Cada vez se escucha más fuerte. Era como si alguien durmiera profundamente. Hora de retirarse.
Apenas nos alejamos unos metros. Entre el sepulcral silencio se alcanza a percibir un ruido. Se repite. Es como una voz. Proviene de entre las tumbas del área norponiente del panteón, hacia la avenida Everardo Gámiz. Alguien dice que también se escuchan risas. Emprendemos, otra vez, el camino de regreso.
El retorno por corredores y calles es rápido. Siempre volteando para ambos lados, más que para el frente. Ver El Descanso regresa la confianza de saber que la travesía está por terminar.
Ya más tranquilos se evalúa la situación. Realmente, ¿cuánto de lo que escuchamos fue real y cuánto fue un "juego" de la mente? La conclusión coincide con la de don José y sus años de experiencia: el panteón no es un lugar aterrador ni de constantes manifestaciones paranormales. Los Infiltrados salimos casi a las 3:00 horas con una sensación extraña de miedo a algo que nunca pasó.