De la vida misma
Compañeros terribles, pésimos acompañantes.
Sin embargo, hoy día, cada vez caminan del brazo y por la calle acompañando a muchísima gente.
Muchos consultorios están llenos en todo el mundo, de pacientes que tienen una enfermedad común a la que se ha dado por llamar, postración nerviosa.
Llega silenciosa, escoge muy bien a sus víctimas, y poco a poco se va apoderando de ellas.
Porque allá en nuestros años juveniles la trajimos como novia o amante fiel a nuestro lado, le podemos platicar de ella.
Y qué terrible fue soportarla.
Era tan especial que no nos dejaba ni trabajar, ni estudiar.
No permitía que anduviéramos en la calle.
Le gustaba, como la novia prohibida esconderse en la obscuridad y ahí tenerlo a uno, sin hacer nada, sin ver a nadie, sin querer nada.
Así que empezamos a andar de consultorio en consultorio, gastando en aquél tiempo lo que no teníamos ni ganábamos.
Hasta que un día llegamos al consultorio del Dr. Manuel Ramírez Mijares, que estaba por la calle 8ª. casi esquina con avenida Juárez.
Fueron muchas las sesiones. Él era médico general pero se había convertido en nuestro amigo.
Un amigo tan especial al que supimos apreciar conforme pasó el tiempo.
Sobre todo porque un día nos habló sin rodeos.
Y expuso con una gran sencillez y sinceridad que en esto de los nervios uno tiene que ponerlo todo o casi todo para sacudirnos tan pesada y pegajosa amistad.
Tesón, voluntad, enfrentarse día a día a los miedos y a los temores. Ir de frente al toro de nuestro destino y hacer lo que los forcados, tomar a la bestia por los cuernos hasta dominarla.
¿A qué le tienes miedo? Nos preguntaba el Dr. Ramírez Mijares, y la respuesta era la misma: A todo.
Pues con decisión enfréntate día a día ese toro del que hablas hasta que lo domines, y tienes que ser sólo tu, y nadie más que tú.
Así, poco a poco fuimos agarrando el valor para hacerle frente a los avatares de la vida, hasta que pudimos salir adelante.
Un día, cuando en esta empresa nos dieron el cargo más importante al que puede aspirar un empleado, el Dr. Manuel Ramírez Mijares, que ya falleció, se presentó de improviso a darnos un fuerte abrazo y ha sido uno de los homenajes más hermosos que hemos recibido, y al recordarlo los ojos se llenan de agua... No sabemos por qué.