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Los tiempos de Caín y Abel

GILBERTO SERNA

 C Ada vez que los ciudadanos salían de la mampara, llevando en la mano la boleta uno de cuyos círculos, si de escoger con una equis se trataba, había sido marcado, la doblaba para depositarla en la ánfora ad hoc, yendo a parar al lado de otra igual que solitaria mostraba el desgano de los electores. Los encargados de la casilla estaban despatarrados, en el sentido de estar llenos de miedo, asombro y espanto. No era para menos. Las noticias que venían en los medios no dejaban lugar a dudas. Había amenazas de no permitir la celebración del evento. Las dos papeletas, que habían adquirido vida propia, no ocultaban su zozobra. Habían oído de la ejecución que hicieron, hasta ahora no se sabía quién, disparando en contra de un candidato a gobernador. Temblaban de sólo pensar que fueran grupos políticos en pugna, ya que hasta ahora se conformaban con escandalizar hablando de elecciones fraudulentas con la participación del gobernador de la entidad. No obstante las hipótesis, de no comprobarse lo anterior, se multiplicaban, diciéndose si serían grupos opositores a ya "chole" con el priismo o priistas enemigos del candidato o una conjura del crimen organizado o una acción concertada desde dentro del poder o cualquier otra cosa, daba lo mismo.

La primera papeleta adquirió la forma de un cerdo arrugado en tanto que la otra parecía un renacuajo fruncido. La votación no legalizaba a ninguno de los candidatos por lo que algunos gobernadores dispusieron que deberían, "por el bien de la nación", ser rellenadas con boletas falsas, en algunos casos hasta el tope aunque no correspondiera a las escasas personas que acudieron y esperaron bajo la pertinaz lluvia y no obstante no existir condiciones para votar con absoluta libertad de criterio. Había en el ambiente además del temor una sensación de laxitud proveniente del convencimiento de que votando o no votando las cosas no mejorarán. Lo peor de todo es que votar es el único medio pacífico de elegir a nuestros gobernantes, argumentaba el cerdo rugoso, aunque de un tiempo para acá han resultado una runfla de tarambanas buenos para maldita la cosa. A lo que la larva de la rana, arguyó: no te creas de la propaganda que dice que el voto es el único medio de evitar la barbarie, pues si te asomas a la calle te darás cuenta cómo desde los tiempos de Caín y Abel lo único novedoso es que la quijada de burro ha sido sustituida por unas pavorosas metralletas, espeluznantes basukas y apocalípticas granadas de fragmentación.

Los gobernadores, la gran mayoría, se han encargado de designar personas que actúan como si fueran marionetas, sin un gramo de inteligencia, lentos, obedientes hasta la ignominia dispuestos a no pensar por sí mismos y a dejarse manejar dócilmente. Lo que no está mal si se tratara de empleados al servicio de los ejecutivos estatales, quienes requieren gentes de confianza dispuestos a obedecer cualquier cosa que ordene el señor; lo malo es que se quiera seguir el mismo criterio cuando se trata de personal dedicado a conducir los procesos electorales con el carácter de árbitros.

Ahí es donde la puerca tuerce el rabo, pues convierte a los gobernadores en juez y parte. Existe, habló el renacuajo, una dictadura mediática que aturde y envilece la conciencia pública, constituida por la crema y nata de hombres exitosos que permanecen escondidos entre los cortinajes del palacio nacional. Son los que aconsejan, sugieren o advierten a los que detentan el poder público acuden para escuchar, como a los antiguos marineros les complacía, en medio de la furia de las olas en una noche tormentosa, prestar oídos al canto de las sirenas a pesar de que la nave estuviera a punto de zozobrar, musitó el batracio.

Asómate, le dice el que parecía hablar con su trompa porcina, a ver lo que está pasando afuera, la urna se está moviendo, como si fuera mecida por un fuerte viento. Es un encapuchado que nos lleva bajo su brazo, dijo la papeleta con cara de sapo, 'ay qué emocionante tú, nos están secuestrando. No pasa nada, quieren sembrar el pánico, comentó el otro. Esto indica que arranca la carrera presidencial y es el PRI el que se coloca en la antesala de Los Pinos. Las encuestas, vistos los resultados obtenidos hasta ahora, valieron una pura y dos con sal. Los ciudadanos no se achicopalaron y acudieron a votar. En fin, supimos lo que es estar cuerdo en lugares destinados a locos. Las dos boletas de esta fábula recordaron así que las elecciones son un accidentado cuento fantasioso en que hay que recurrir a los tribunales a que resuelvan cómo destrabar los conflictos cuando los hombres no se ponen de acuerdo acerca de quienes de los que votaron lo estaban haciendo por la democracia y quienes lo hacían por que eran empujados a hacerlo. Más barato hubiera resultado escoger directamente una corte de justicia, que consultar a las masas.

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