No, no se trataba de que se aplicara como pena máxima lo que establecía la Ley del Talión. Ni se trataba tampoco de recuperar aquel refrán de que con la misma vara que mides serás medido. Hay, desde luego una confusión de la que el hombre de la calle no puede disipar mientras no le digan ¿cómo llegó hasta el escritorio de quienes manejan WikiLeaks la información, que se suponía se guardaba en archivos secretos, sobre lo que hacían los gobiernos en diferentes áreas del quehacer público? ¿quién o quiénes tuvieron acceso y por qué las sacaron a airear, echándole leña a una hoguera que puede incendiar las relaciones entre países? ¿Es bueno para la salud pública que se sepan los entresijos de la actuación de los hombres en el Gobierno? ¿cómo se tomó la drástica decisión de poner las cartas abiertas sobre la mesa?
Ésta y otras preguntas se estarán haciendo los líderes mundiales. Tan es así que reaccionaron furiosos y están tratando de poner en una mazmorra la cabeza, que hasta ahora se ha hecho visible en las filtraciones que se dice se hicieron en el portal de WikiLeaks, es la del australiano Julián Assange, al que se le atribuyen actos ilícitos, llegándose al extremo de considerar la información como un acto terrorista. Esto ha puesto de cabeza a la diplomacia estadounidense. Los sorprendidos servicios de inteligencia aún no alcanzaban a comprender cómo es que miles de cables diplomáticos fueron a caer en manos de personas no autorizadas. Hasta ahora se creía que el FBI y la CIA encargados de mantener ojos atentos a lo que se tramaba tanto en el interior como en el exterior de la Unión Americana diciéndose en el mundo que no se movía una hoja sin que el ruido, por mínimo que fuera, no alertara a esos servicios de inteligencia.
Da la impresión de que un cerebro perverso, que en el pasado hubiera estado a cargo de dirigir la política exterior estadunidense estuviera atrás de esta colosal ofensiva. ¿será el inicio de una estrepitosa caída, que arrastrará sin duda a los países que se encuentran orbitando a su alrededor? Ese sitio web publica además de informes anónimos, documentos filtrados con contenido sensible en materia gubernamental preservando bajo reserva el nombre de sus fuentes. Su actividad se inició en julio del 2007 y desde ese entonces su base de datos ha crecido día con día hasta acumular 1.2 millones de documentos obtenidos subrepticiamente por fuentes obviamente no identificadas. WikiLeaks proporcionó documentos secretos a los diarios The Guardian, The New York Times, Le Monde, El País y al semanario Der Spiegel.
Se dice que en las subsiguientes semanas, a medida que se supervisen más documentos entregados por fuentes no identificadas, surjan informaciones relevantes y hasta explosivas. Hay entre esos documentos, clasificados como confidenciales, más de trescientos cables relacionados con nuestro país. Se dice que esto abrirá un debate crucial para el futuro del periodismo y su ética, aseverándose que contienen temas trascendentales para los sistemas que se dicen democráticos, como el de la transparencia y el interés público. Mientras tanto las potencias involucradas hacen hasta lo imposible por encontrar a los responsables de esta fuga de información, volteando a un lado y a otro sin encontrar al autor que puso en bandeja de plata la serie de datos que tiene a los investigadores sin poder cerrar los párpados hasta que no den con su paradero y le pongan a buen recaudo, no obstante que el posible daño ya está hecho. Lo que está claro es que muy superpotencias, que se las comen vivas, que el súper agente 89, que si qué sé yo y resulta que, llegado el caso, de todas formas limpiamente les sacaron sus trapitos al sol.