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Luz de esperanza

Addenda

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

Con frecuencia me gusta escuchar comentarios sobre los temas que a la gente le gustaría que abordara en este espacio.

Y eso fue lo q ue hice ayer, le pregunté a un buen amigo sacerdote, el padre Jorge; y él me respondió que sería bueno hablar sobre la esperanza.

Desde la mañana, me quedé meditando sobre ese tema y en verdad nos hace mucha falta en los tiempos actuales vislumbrar una luz de esperanza para la situación que estamos viviendo.

Recordé que en alguna ocasión, un discípulo le preguntó al Buda: "¿Qué es preferible quitarle a un pueblo, la comida o la esperanza?", a lo que Buda respondió: "Quítale la comida, pero jamás le quites la esperanza porque eso lo destruiría".

Por eso creo que nuestro pueblo requiere hoy más que nunca de esperanzas, pues a donde quiera que voy, invariablemente surge la misma pregunta: "¿Cuánto tiempo más, crees que dure esto?". Y confieso que no tengo respuesta para esa pregunta.

Debemos reconocer que primero perdimos la tranquilidad y nuestra forma de vida.

Por que delincuencia siempre ha habido y, por decirlo de algún modo, era tolerable, soportable.

Luego, el miedo se fue apoderando de nosotros y llenamos nuestras casas de rejas, candados y alarmas. Cada día nos encerrábamos más y la vida se fue reduciendo a pequeños espacios. Andar por las calles, de noche, era asumir riesgos que con frecuencia se convertían en siniestros.

Después lo extraordinario se volvió cotidiano y se tornó ordinario. Ejecuciones, secuestros, asaltos a la luz del día, pero nosotros íbamos perdiendo nuestra capacidad de asombro.

Los hechos violentos nos tocaban a todos o nos pasaban muy cerca. Amigos y parientes tuvieron que caer para que nos percatáramos de todo lo que habíamos perdido.

Los caídos ya no sólo eran aquellos que andaban en el bajo mundo, sino personas inocentes que se encontraban en el lugar y momento equivocados.

Los acontecimientos se sucedían con tal velocidad que la esperanza se nos escapaba de las manos, como granos de arena; y nos fue ganando la desesperanza.

Hoy, necesitamos una luz, alguien que nos diga que esto acabará y volveremos a la tranquilidad de la que disfrutábamos años atrás.

Y esa luz no puede provenir más que del Gobierno, aunque hay que admitir que no existe un hombre que enarbole esa antorcha.

Podríamos pensar que Dios se ha olvidado de nosotros. Pero no creo que sea así y si lo fuera, fuimos nosotros los que, primero, nos olvidamos de Dios.

¿Dónde encontrar un guía? ¿Dónde hallar un líder? No para continuar la guerra, sino para poner los dos mundos en su lugar.

Que quienes quieran pertenecer al mundo oscuro, lo hagan sin contaminar al mundo de la luz. Al fin lo harán en uso de su libre albedrío.

Que el que se quiera envenenar se envenene, pero que no contamine a otros.

Nos aferramos a los signos buscando un asidero. Hasta las profecías mayas nos parecen alentadoras, cuando nos prometen la llegada de una nueva era al través de un salto cuántico y una apertura total de conciencia.

Pero es ese deseo de avizorar una luz, por pequeña que sea, al final de este largo túnel de oscuridad.

"De México saldrán las luces que iluminarán al mundo", se afirma. Y yo lo creo, porque necesito creer que esto terminará pronto.

La brutalidad llega a grados verdaderamente inauditos. Cuerpos mutilados, hombres ejecutados que fueron colgados de un puente peatonal en Chihuahua, niños muertos por haber quedado atrapados en medio de un fuego cruzado.

No queremos oír que vamos ganando la guerra. Queremos oír que ya no hay guerra. Porque en toda guerra hay un vencedor y si los malos ganan, ellos destruirán nuestro país.

Dicen que la esperanza muere al último. Pero a veces muere antes cuando se ha perdido la fe en las instituciones y en los mandos de Gobierno.

Creo que nosotros ya traemos la esperanza en rastras y poco falta para que la dejemos abandonada en el camino.

Tenemos que aferrarnos a lo divino, porque esto tiene que cambiar y nuestra fe y esperanza, si es mucha, trascenderá estos tiempos y muchos otros por venir.

Mantengamos viva la llama de la esperanza, aunque soplen sobre ella vientos huracanados. Éstos no pueden ser más fuertes que la voluntad de todo un pueblo.

Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".

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